jueves, 3 de marzo de 2011

Tiempo

El tiempo puede pasar muy despacio cuando uno tiene obligaciones engorrosas o cuando simplemente no hay nada que hacer. Por el contrario, si uno se propone muchas metas a la vez o está disfrutando con lo que hace parece que cada minuto pasa más deprisa. En ambos casos, el resultado al final es el mismo: tenemos la sensación de haber perdido el tiempo, de no haberlo aprovechado bien.

Cuando cumplí 18 me regalaron un reloj y llevo una década viendo pasar la vida a través de sus manillas: levantarse a las siete, en clase a las ocho y media, una rueda de prensa a las once, otra cuarenta minutos después en la otra punta, no salgo del trabajo hasta las tres, nos vemos para un café a las cinco, mi avión sale a las ocho, en el cine a las diez, son las cuatro y nos cierran el bar…

Y a pesar de eso, como no soy rencoroso, le he comprado no sé cuántas pilas para que siga andando, le he puesto enganches nuevos a la correa y lo he cambiado de hora cada vez que he salido de mi franja horaria. En el fondo, no puedo vivir sin él. Eso sí, sólo he conseguido retrasarlo el último domingo de octubre, cuando lo mandan quienes gobiernan en esto del tiempo. Pero la hora que se gana en otoño se pierde en primavera, así que no he conseguido nada.