martes, 28 de septiembre de 2010

Un domingo de otoño

El hombre del tiempo anuncia que el otoño ha llegado ya. Sin embargo, el propio tiempo no parece darle la razón. O será que el otoño está en periodo de adaptación, como los niños en los colegios.

En cualquier caso, hay signos contradictorios. Han vuelto a las calles los puestos de castañas y el aire refresca la ciudad cuando el sol, cada vez más pronto, se pone cada tarde. Del otro lado, los árboles siguen conservando sus hojas y su color verde y ese manto amarillento que cubrirá los parques y las aceras todavía parece lejano.

Vuelve a ser agradable disfrutar el domingo en la calle, sin necesidad de huir hacía la playa más cercana. El coche se queda en el garaje. Hemos ido al cine después de comer. La primera sesión de tarde estaba abarrotada. Hacía tiempo que no veía tanta gente en una sala. No tengo muy claro si es el tirón de Julia Roberts o la forma más cómoda de pasar una sobremesa relajada.

Al final la película no ha acompañado mucho: demasiado larga para contar bastante poco. Pero ha sido la excusa perfecta para empezar una buena tarde. A la salida, el sol proyectaba esa luz que llena todo de largas sombras y tonos amarillentos, mientras una ligera brisa traía a la memoria el calor que, a esas mismas horas, reinaba hace tan sólo unas semanas. Perfecto para un paseo junto al río.

Una cena es el remate ideal para una tarde así. Pero a veces las cosas no pueden ser como uno quiere. El despertador suena demasiado temprano esta semana y hay que volver a casa.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Tintin en el Algarve

Me atrevería a decir que Portugal es el país que más he visitado en mi vida. Motivos geográficos y económicos están detrás de este dato del que, por cierto, no me siento muy orgulloso. A pesar de eso, sigo sin encontrarle ese encanto que muchos le atribuyen.

La decadencia y el subdesarrollo no son por si solos atractivos suficientes. Lo son en otros países, combinadas con un folclore local interesante, el carácter alegre de los nativos o una oferta de paisajes y monumentos que compense otras deficiencias. Pero nada de esto se encuentra entre nuestros compañeros de península.

Milú y yo hemos aprovechado este fin de semana para recorrer varios pueblos del Algarve portugués. A nuestra llegada a cada uno de ellos, se repetía la conversación: “Esto me suena. ¿No habíamos estado aquí antes?”. Una pregunta que siempre tenía la misma respuesta: “No, es que todos estos pueblos son iguales”.

La animación nocturna gira en torno a los guiris, que llegan a estas tierras sedientos del sol que allí no encuentran y de la cerveza que aquí encuentran más barata. Sus bares de copas, su música y los pubs con partidos de la liga inglesa prácticamente monopolizan cualquier paseo marítimo. Es como pasear por Londres, eso sí, sin tener que preocuparse por el mal tiempo.

Por otra parte es lógico, en un país en que el fado es su mayor manifestación cultural. Puede ser agradable escucharlos un rato – aunque también pueden hartar si la dosis es excesiva – pero nadie puede animarse con una música tan triste.

El turismo de sol y playa no es lo mío. El marisco a buen precio tampoco me interesa. Parece que este país y yo no congeniamos.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Tintin en el cine: Conocerás al hombre de tus sueños

Woody Allen tiene la capacidad de escribir historias absurdas que, sin embargo, podrían ser mucho más reales que las que muestran otras películas. Pero a veces eso deja de ser una ventaja y se convierte en un argumento en su contra.

La película comienza y termina con un narrador recordando una cita de Shakespeare que, en resumen, viene a decir que la vida no tiene ningún significado, ningún sentido. Y eso ha sido exactamente lo que he pensado de la película cuando los créditos finales han empezado a caer por la pantalla. Hay amores que se rompen, otros que comienzan, diálogos graciosos… pero nada que emocione o que enganche al espectador.

Uno, admirador desde hace años de Woody, hace un esfuerzo por pensar que simplemente ha querido ejemplificar con su película lo que en su día escribió el poeta, que la vida cotidiana en realidad es bastante plana, no tiene ningún atractivo. A mi lado Milú, que tiene un ojo más crítico que yo, no ha parado de mover la cabeza de un lado a otro. Creo que es de los que piensa que, por mucho Woody Allen que sea, esta vez le ha salido una película bastante floja.

Relaciones humanas llevadas al extremo, personajes surrealistas – aunque no tanto como en otras ocasiones – y situaciones alocadas vuelven a dar a forma a una historia que, como ya es habitual en sus últimos trabajos, deja atrás Manhattan y elige Londres como escenario, aunque sin darle especial protagonismo. A simple vista son prácticamente los mismos ingredientes de siempre, pero falla algo. Serán las cantidades.

En cuanto a Antonio Banderas, podrá presumir de haber trabajado con el director neoyorquino y será un buen reclamo para la cartelera española, pero su papel pasa bastante desapercibido. Seguro que Almodóvar le da más importancia en su próxima película.

No me importará volver a ver la película cuando la pasen por la tele. No se la recomendaré efusivamente a ningún amigo, pero tampoco le diría a nadie que no fuera al cine a verla. Eso sí, no vayáis a Plaza de Armas: tienen problemas con el aire acondicionado.