domingo, 12 de marzo de 2017

Tintín en Londres (II) - El Gran Londres

Esta ha sido mi quinta visita a Londres, sin contar varias escalas en alguno de sus aeropuertos. Sin embargo, la capital británica todavía tenía una cara nueva que enseñarme. Lejos de mi hotel de costumbre en los alrededores del Museo Británico o del apartamento de la última vez en Kensington, hay otra ciudad que hasta ahora era desconocida para mí.


Salir de la zona 1 no significa necesariamente adentrarse en barrios de mala muerte. Hay de todo: vecindarios de gente acomodada, zonas de clases trabajadoras, áreas pintorescas… Mis distintos huéspedes me han dado algunas claves para medir la clase social de cada uno de estos lugares. Una regla no escrita sostiene que la cantidad de negocios de pollo frito es inversamente proporcional a la riqueza de los vecinos de la zona. Supongo que la misma norma se puede aplicar con otros negocios, como las casas de apuestas, que abundan en las calles de determinados suburbios londinenses.

Entre estos establecimientos hay algunos peculiares: peluquerías de barrio, que se resisten a la presión de las grandes cadenas del sector; tiendas de vinilos, pero no de esas que se han unido a la moda de comprar los viejos LP’s, sino de las que no han renovado su stock desde hace décadas y viven ahora una segunda edad dorada a costa de algunos modernos que van de retro; tiendas de beneficencia donde se venden artículos usados para recaudar dinero para distintas causas sociales… Aunque no he llegado a entrar en el negocio en cuestión, mi favorito es uno cuyo cartel reza “Noticias y vino”. Supongo que a cualquier periodista le encantaría.


Por el contrario, los barrios más adinerados se caracterizan por la ausencia de tiendas u otros establecimientos públicos. A excepción de una calle más comercial, las demás son hileras de viviendas unifamiliares o edificios de no más de cinco plantas. Estas zonas son mucho más tranquilas, tanto que ni siquiera hay demasiadas líneas de transporte público. Según las conjeturas de otra de mis anfitrionas, debe de ser porque allí la gente tiene dinero suficiente para tener su propio vehículo.

En cualquier caso, tanto unos barrios como otros ofrecen estampas que me recuerdan más a la imagen que tengo no de Londres, sino del resto de Inglaterra. Me viene a la memoria mi paseo hace varios años por Penny Lane, en Liverpool. También me acuerdo de tantas películas de ingleses de clase trabajadora intentando sacar adelante sus vidas. De hecho, eso es precisamente lo que hace la gente que me ha llevado hasta allí.

En realidad, se me ocurre que allí es donde pasan las cosas de verdad. Mientras que el centro es una burbuja para los turistas y minorías como los lores, los hombres de negocio y demás gentes adineradas, media hora de metro más allá es donde suceden las cosas auténticas: donde vive la gente normal, donde están los colegios, los hospitales o la mayoría de puestos de trabajo de la ciudad, donde nacieron tantos grupos musicales que he admirado toda mi vida… Porque si uno nace en Mayfair seguramente no tiene la inquietud de hacer rock.

jueves, 9 de marzo de 2017

Tintín en Londres - Abbey Road

Si hay algún punto en el que se cruzan mis dos grandes pasiones debe ser éste. El 0.0 en un plano cartesiano donde la X es la música y la Y los viajes. El lugar donde nació la magia. Una peregrinación para reverenciar a aquellos que me han hecho pasar tan buenos ratos desde hace años. Todo eso es Abbey Road.

Según me voy acercando desde la estación de St. John’s Wood, pienso que aquella visita es una pérdida de tiempo. Abbey Road es solo una más de las miles de calles que componen el plano de Londres. O lo sería de no ser por cuatro genios que, después de haber revolucionado la música de los años 60 y cuando ya estaban a punto de mandarlo todo al garete, decidieron hacerse una foto cruzando uno de los pasos de cebra que atraviesan la calle.

Mis dudas duran apenas unos minutos. Se disipan en cuanto doblo la esquina y veo el pequeño edificio blanco de los estudios EMI. Los sonidos de la ciudad, que tanto me gustan normalmente, quedan silenciados bajo un suave manto de canciones y voces que inundan mi cabeza y que me resultan tremendamente familiares.

Aunque no tengo a nadie para que me haga la foto, no son pocos los turistas que, como yo, se han acercado al lugar como si fuese uno de los grandes monumentos de la ciudad. Así que echo mano de un par de ellos para inmortalizar mi visita. Una vez más, compruebo con desesperación que la gente no sabe hacer fotos. Mucho iPhone y mucha reflex, pero el encuadre sigue siendo una asignatura pendiente.


Por fin, cumplo el ritual de atravesar el paso de cebra. Me llamaréis loco, pero por un momento imagino que cuatro tipos caminan delante de mí. El primero viste totalmente de blanco, mientras que los demás llevan ropas más oscuras. También me fijo en que intentan caminar al unísono, pero uno de ellos, que además va descalzo, lo hace a paso cambiado.

Miro a mi alrededor y compruebo que no hay ningún Volkswagen Escarabajo aparcado en las proximidades. Tampoco consigo detectar ningún mensaje escondido en las matrículas de los coches que pasan por allí. Y cruzo una vez y otra vez y otra vez... Y me resisto a abandonar la calle. Mientras, al otro lado del parabrisas, un conductor cualquiera frena su coche ante un paso de cebra, que para él es uno más en su camino hacia algún lugar, y maldice a otro soñador que fantasea con ser un Beatle.