jueves, 29 de marzo de 2012

La huelga en mi barrio

Lo primero que compruebo al salir de casa es que mi portera no ha hecho huelga. Debería haberme colocado de piquete informativo esta mañana en la puerta. Aunque la verdad es que está de charla en la puerta. Huelga de brazos caídos creo que llaman a esta modalidad. Bien por ti, compañera.

En la calle hay la misma gente que de costumbre. Unos operarios municipales podan los árboles subidos a una grúa. Las tiendas están abiertas, como un día normal: varias zapaterías, la farmacia, los bares, la joyería, la óptica, la tienda de esa compañía de móviles… Por supuesto los chinos, pero eso no lo dudé ni un momento. Bien es sabido que los asiáticos – los japoneses son los que han dado nombre a la práctica – entienden la huelga al contrario que nosotros. Y resulta que tiene su explicación económica. Pero entre fastidiar al sistema trabajando más o dejando de trabajar, los españolitos tenemos clara la elección.

Sigo mi camino y llego al mercado. Allí es donde más se nota la huelga, aunque es difícil saber si por propia decisión de los placeros o porque no han podido comprar mercancía para vender hoy.

Y mi paseo termina con sorpresa. Los únicos que han cerrado son… ¡los bancos! ¿Quién dijo que esta gente sólo mira por su propio interés? El señor Botín ha cerrado sus sucursales para apoyar al proletariado. A saber la de dinero que va a perder hoy, pero a él no le importa. Y lo mismo con la Banca Cívica, que haciendo honor a su apellido se pone del lado del ciudadano de a pie.

O sea, que en mi barrio sólo han hecho huelga los banqueros. El mundo al revés.

sábado, 24 de marzo de 2012

Reflexión

Me hace gracia el nombre de la jornada de reflexión. Mientras paseaba por la calle esta mañana, trataba de buscarle el sentido a la expresión. Aunque llueve un poco, hay gente reflexionando en las puertas de los bares. Supongo que les preocupa qué va a ser de sus vidas a partir del lunes. Todo normal, como un sábado cualquiera.

En un tiempo en que vivimos en un bombardeo constante de mensajes –ya sean políticos, económicos o de cualquier otra clase– decretar un alto el fuego temporal no parece tener mucha utilidad. La gente ya ha aprendido a desconectar cuando no quiere escuchar nada más. Por otra parte, hay reflexiones que necesitan de más de un día.

Dicho todo esto, la verdad es que he decidido que voy a ser obediente y voy a utilizar el día para lo que su nombre indica. Hoy me he levantado con una sonrisa en la cara, como hace mucho tiempo que no hacía. Así que he decidido hacerme este regalo: tiempo para pensar, pero con optimismo, con calma. A menudo uno sólo se para a pensar cuando las cosas van mal. Si todo marcha bien, es más fácil aprovechar el impulso del momento y seguir adelante. Pero, bien practicada, al menos para mí, la reflexión puede ser un placer.

sábado, 17 de marzo de 2012

Orgulloso y preocupado

No sé si soy periodista porque me gusta escribir o si me gusta escribir porque soy periodista. En realidad, como el huevo y la gallina, las dos cosas van bastante unidas. Y de eso es de lo que trata este texto, que pretende romper este largo silencio de Tintín y romper una lanza en favor del gremio.

Nunca he sido muy amigo de manifestaciones, concentraciones y protestas ruidosas en general. Siempre he dudado de su utilidad. Sin embargo, esta mañana he sentido la necesidad de unirme a mis compañeros en una plaza y contarle al mundo que estoy preocupado por mi profesión. No sé si servirá de algo, pero había que intentarlo.

Los lectores habituales y, en general, los que me conocéis sabéis que estoy orgulloso de ser periodista. Desde fuera, la prensa puede parecer un sector muy dividido, muy competitivo. Y a veces lo es. Pero si hay algo que nos une a todos los que nos movemos en este mundo es que amamos nuestra profesión.

Paradójicamente, ese mismo sentimiento ha hecho, por una parte, que hayamos tragado mucho y, por otra, que ahora no podamos aguantar más tiempo el daño que se le está haciendo al periodismo. Porque nos sentimos afortunados de ejercer esta profesión, hemos consentido salarios bajos, horarios excesivos o contratos inestables. Pero todo eso está deteriorando la calidad de un trabajo que, como el de un médico o un profesor, debe ser fundamental para la sociedad.

Cada vez más, la gente ve a los medios como empresas que engañan y manipulan a su conveniencia. Sin duda tienen motivos para hacerlo. Pero esa creencia oculta el trabajo honesto de profesionales que luchan para que cada información que dan sea de la máxima calidad. Otra cosa es que los dejen o no.

El que disfruta escribiendo quiere transmitir algo a su entorno. Algunos inventan otros mundos. Otros pensamos que este ya es bastante interesante y que es importante hacer que los demás lo conozcan un poco mejor. Por eso, gente como yo valoramos cada día delante de un micrófono, de una cámara o de una página en blanco. Y sólo esperamos que nos dejen seguir haciéndolo en unas condiciones adecuadas.