jueves, 9 de octubre de 2014

I don't believe

No creo en las pastillas
No creo en las ofertas de empleo
No creo en los políticos
No creo en la religión
No creo en los antivirus
No creo en la justicia
No creo en el running
No creo en la buena suerte
No creo en la televisión
No creo en los másteres
Solo creo en mí.

El sueño se ha acabado.

Empezaban los 70 y John Lennon se destapaba con una gran canción en la que recitaba las cosas en que no creía. Por alguna razón, la tituló “God” (Dios). Una década y media más tarde, U2 hacía una peculiar versión con su propia lista de descreimientos. Hoy, coincidiendo con el día en que John debía cumplir 74 años, yo me he permitido seguir su idea y hacer mi propio desarrollo. Más abajo os dejo la canción y la letra original. Pero recordad: las comparaciones son odiosas.


God is a Concept by which we measure our pain.
I'll say it again
God is a Concept by which we measure our pain.
I don't believe in magic
I don't believe in I-ching
I don't believe in Bible
I don't believe in Tarot
I don't believe in Hitler
I don't believe in Jesus
I don't believe in Kennedy
I don't believe in Buddha
I don't believe in Mantra
I don't believe in Gita
I don't believe in Yoga
I don't believe in Kings
I don't believe in Elvis
I don't believe in Zimmerman
I don't believe in Beatles
I just believe in me
Yoko and me...and that reality

The dream is over
What can I say?
The Dream is Over
Yesterday
I was the dreamweaver
But now I'm reborn
I was the Walrus
But now I'm John
And so dear friends
you'll just have to carry on
The dream is over

martes, 7 de octubre de 2014

Diario de una mudanza

Si hubiera un ranking de esta categoría, diría que las mudanzas están entre las diez experiencias más tediosas a las que se debe enfrentar un ser humano a lo largo de su vida. Sin embargo, en mi constante esfuerzo por buscar el lado bueno de las cosas, también he de decir que este trance me ha servido para aprender un poco más sobre mí. A lo largo de los años se van acumulando objetos que, a su vez, enlazan con todo tipo de experiencias vitales. Por lo general, van llegando a casa de uno en uno y cada cual va ocupando un lugar en el que pasará desapercibido durante los próximos años. Pero el día que toca desalojar armarios y estanterías, en muy poco tiempo te enfrentas a muchas cosas.

Es increíble la cantidad de regalos que he recibido a lo largo de mi vida profesional. Estoy por adjuntar una foto a mi currículum. Por una parte están los artículos de papelería: maletines, carpetas, bolígrafos, pisapapeles… Suficiente para equipar una oficina entera. También hay libros de todo tipo: desde novelas hasta estudios de los temas más inimaginables. Y decenas de notas de prensa y de guiones de radio que, ahora mismo, no comprendo muy bien por qué guardé.

También es interesante la cantidad de fotos de distintas etapas de mi vida que han aparecido. Hay varias carterillas con fotos de carné, correspondientes a mis últimos DNI, pasaportes, carnés de prensa y cosas así. Creo que sigo teniendo la misma cara a pesar de los años. Lo que más cambian son los pelos. Pero, aparte de esas, han aparecido otras fotos de épocas muy distintas y, por alguna razón, reunidas en un mismo álbum. Hay una de cuando tenía dos años, la siguiente es a los quince estrenando guitarra, un par de mi primer viaje a Estados Unidos y otra de mis años universitarios. Todo un tesoro que no pienso colgar aquí. Quien quiera verlas, que venga a verme.

Otro capítulo curioso es el de artículos de bares. Algunos son de regalo, otros me los regalé yo mismo. Las marcas de bebidas me han dado relojes, alfombrillas de ratón, lectores de tarjetas de memoria. Yo me he ido haciendo poco a poco con una cristalería, compuesta por vasos anchos de sidra y catavinos de la Feria de Abril. Y, por si fuera poco, mi casero, me ha traído ocho o diez vasos de cerveza de su bar.

Para todo lo demás, imposible de clasificar, he habilitado en una de mis nuevas cajoneras el cajón “miscelánea”. Aunque he dejado dos alfombrillas de ratón en mi escritorio –porque son bonitas, no porque tenga ratón– todavía he tenido que guardar alguna más aquí. También hay pines, chapas, soportes para fotos, cuatro puros de otras tantas bodas, una muñequera, una bolsa con monedas de céntimos...

Y para el final ha dejado lo que, para mí, ha sido el descubrimiento más sorprendente de toda esta experiencia: ¡tengo ocho pares de zapatos! Hasta hace una semana, yo habría jurado que eran tres. Como mucho, cuatro. No solo lo creía, también presumía de ellos ante esa gente que tiene decenas, incluso centenas de ellos. A partir de ahora, me tendré que callar.