Si hubiera un ranking de esta categoría, diría que las mudanzas están entre las diez experiencias más tediosas a
las que se debe enfrentar un ser humano a lo largo de su vida. Sin embargo, en
mi constante esfuerzo por buscar el lado bueno de las cosas, también he de
decir que este trance me ha servido para aprender un poco más sobre mí. A lo
largo de los años se van acumulando objetos que, a su vez, enlazan con todo
tipo de experiencias vitales. Por lo general, van llegando a
casa de uno en uno y cada cual va ocupando un lugar en el que pasará
desapercibido durante los próximos años. Pero el día que toca desalojar
armarios y estanterías, en muy poco tiempo te enfrentas a muchas cosas.
Es increíble la cantidad de
regalos que he recibido a lo largo de mi vida profesional. Estoy por adjuntar
una foto a mi currículum. Por una parte están los artículos de papelería:
maletines, carpetas, bolígrafos, pisapapeles… Suficiente para equipar una
oficina entera. También hay libros de todo tipo: desde novelas hasta estudios
de los temas más inimaginables. Y decenas de notas de prensa y de guiones de
radio que, ahora mismo, no comprendo muy bien por qué guardé.
También es interesante la
cantidad de fotos de distintas etapas de mi vida que han aparecido. Hay varias
carterillas con fotos de carné, correspondientes a mis últimos DNI, pasaportes,
carnés de prensa y cosas así. Creo que sigo teniendo la misma cara a pesar de
los años. Lo que más cambian son los pelos. Pero, aparte de esas, han aparecido
otras fotos de épocas muy distintas y, por alguna razón, reunidas en un mismo
álbum. Hay una de cuando tenía dos años, la siguiente es a los quince
estrenando guitarra, un par de mi primer viaje a Estados Unidos y otra de mis
años universitarios. Todo un tesoro que no pienso colgar aquí. Quien quiera
verlas, que venga a verme.
Otro capítulo curioso es el de
artículos de bares. Algunos son de regalo, otros me los regalé yo mismo. Las
marcas de bebidas me han dado relojes, alfombrillas de ratón, lectores de
tarjetas de memoria. Yo me he ido haciendo poco a poco con una cristalería,
compuesta por vasos anchos de sidra y catavinos de la Feria de Abril. Y, por si
fuera poco, mi casero, me ha traído ocho o diez vasos de cerveza de su bar.
Para todo lo demás, imposible
de clasificar, he habilitado en una de mis nuevas cajoneras el cajón “miscelánea”.
Aunque he dejado dos alfombrillas de ratón en mi escritorio –porque son
bonitas, no porque tenga ratón– todavía he tenido que guardar alguna más aquí.
También hay pines, chapas, soportes para
fotos, cuatro puros de otras tantas bodas, una muñequera, una bolsa con monedas
de céntimos...
Y para el final ha dejado lo
que, para mí, ha sido el descubrimiento más sorprendente de toda esta
experiencia: ¡tengo ocho pares de zapatos! Hasta hace una semana, yo habría
jurado que eran tres. Como mucho, cuatro. No solo lo creía, también presumía de
ellos ante esa gente que tiene decenas, incluso centenas de ellos. A partir de
ahora, me tendré que callar.
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