domingo, 10 de octubre de 2010

70 IF

Probablemente habría seguido cantando. Aunque a saber qué. Su carrera en solitario estuvo llena de grandes trabajos, pero también de auténticos pufos, en los que se dejaba notar – a veces incluso se escuchaba en forma de alaridos – la influencia de Yoko. En cualquier caso, nos hemos perdido 30 años de John Winston Lennon.

Desde su muerte, han ido apareciendo innumerables cintas con grabaciones inéditas. El apartamento del Dakota debía ser un desastre. Me imagino la cara de alegría de la viuda cuando un día, recogiendo cajas para bajarlas al contenedor de cartón en la esquina de la 72 con Central Parl West, encuentra de pronto un cassette con una etiqueta escrita a mano: “Real love”. Ojalá yo encontrara tesoros así ordenando mis cajones.

Pero alrededor de su música se ha creado un universo de símbolos, historias y todo tipo de productos susceptibles de producir dinero. Sin ir más lejos, tanto Yoko Ono como los medios cibernéticos de los Beatles han aprovechado este cumpleaños para lanzar su campaña de un millón de mensajes por la paz.

Seguramente a John no le hubiera importado que su nombre y sus canciones se utilicen como reclamo en contra de las guerras y cualquier otro tipo de violencia. Pero ¿a dónde van a parar los beneficios económicos que crea el tráfico de millones de personas por Internet para, de buena fe, participar en una cruzada más a favor de un mundo mejor? Apuesto a que no llega ni un céntimo a una cuenta a nombre de La Paz.

Estuve en Abbey Road el 8 de diciembre de 2000, el día en que se cumplían 20 años de la muerte de John Lennon. En la verja que separa la calle de los estudios EMI alguien había dejado unas flores – un manojo más que un ramo – y una nota escrita a mano. Un homenaje tan sencillo y tan sincero como, según cuentan, era la persona a quien va dirigido.

En mi mente, he imaginado que volvía a Abbey Road. Aunque estamos a principios de octubre y Londres ya se ha vestido de otoño, los grandes árboles que flanquean la calle lucen verdes y frondosos y un cielo azul intenso cubre toda la escena. Delante del estudio hay aparcado un escarabajo blanco matrícula ´JWL 70 IF’.

jueves, 7 de octubre de 2010

El autobús llega tarde

Ni el concierto de U2 la semana pasada causó tantos problemas en el transporte público. Un autobús se detiene y dos o tres personas bajan. Un caballero de pelo cano y camisa azul aprovecha y se cuela por la puerta trasera. Uno menos para la cola. Pero todavía quedan muchos. Los nervios se van caldeando.

Una chica – cuyo acento indica que llegó de las Américas en busca de una vida mejor – reza a grito pelado: “Dios mío, Dios mío, que el próximo autobús tenga hueco y se pare”. Recuerdo las paradas de autobús de La Habana, aunque en realidad allí no viví situación semejante. Los tiempos de los camellos abarrotados quedaron atrás gracias a los nuevos autobuses chinos.

“Tenemos trenes, tenemos metro, tenemos autobuses… pero da igual” proclama una mujer en espera de que alguien tome el hilo de la conversación. Pero ni el tren ni el metro llegan a donde ese autobús. El uno tiene allí un apeadero vacío. El otro pretende hacerlo algún día. Quizá todo esto sea consecuencia de las políticas de sostenibilidad: sostenibilidad económica y sostenibilidad presupuestaria. Y quizá no por ese orden. Pero mientras espera, la gente sólo quiere una cosa: que pase otro autobús.

Un segundo autobús pasa de bote en bote y ni siquiera se detiene. Una señora para un taxi. Se sube y cierra de un sonoro portazo. Todos volvemos la cabeza atraídos por el ruido: unos boquiabiertos y otros muertos de risa. Debía tener mucha prisa.

Cual lata de sardinas, pasa ante nosotros un tercer autobús. De él bajan unas pocas personas y rápidamente sigue adelante. Presa de la desesperación, una mujer que ya no cumplirá los sesenta echa a correr y aporrea con rabia el autobús mientras éste se aleja de la parada.

El final de la historia: volvemos a casa. Mañana será otra tarde y quizá vayamos en coche. La culpa de todo: un macrobotellón al que los jóvenes, usuarios convencidos del transporte público, acuden a manadas. Extrañamente, a pesar de la gran concentración de bastones y cabelleras canas en la parada, nadie clama contra la juventud por sus vicios insanos.

viernes, 1 de octubre de 2010

Tintin 360º

El escenario recuerda a una nave espacial. Sobre todo la columna central, que se eleva por encima de la visera del estadio y parece un cohete a punto de despegar. No es casualidad que la banda salga a escena mientras suena el Space Odity de Bowie y cuando se despiden se comience a escuchar por los altavoces el Rocket Man de Elton John. Para completar este viaje sideral, durante el concierto aparece también un astronauta de la Estación Espacial Internacional. Todo muy grandioso.

El inconveniente de la gigantesca estructura es que uno no sabe bien hacia dónde mirar. Bono camina sin cesar por el anillo exterior. Adam y The Edge también pasean por el escenario y las pasarelas. Mientras, Larry y su batería dan vueltas en el centro de la estructura. De vez en cuando, cuentas y sólo ves a tres en el escenario, porque el cuarto está tras los amplificadores saludando a la grada del fondo norte.

Para eso está una gran pantalla que cuelga sobre sus cabezas y que es otro espectáculo por si sola. Lo mismo muestra imágenes de los músicos que de pronto aparece Desmond Tutu con su graciosa vocecilla pidiendo ayuda en la lucha contra el SIDA en África. En otros momentos, la pantalla se estira y forma un enorme cono luminoso que llena de color todo el escenario. Toda una caja de sorpresas.

Habréis notado que llevo tres párrafos y aún no he hablado de la música. Pero es que esta gira 360º es puro espectáculo. Se aleja del concepto habitual de concierto – que se presenta como una actuación en directo acompañada como mucho por algunos efectos de luz – para colocarse en un nivel cercano, valga la comparación, al de un musical, en el que el aspecto musical se mezcla con una estudiada escenografía.

Bono demuestra una vez más que es un gran showman, capaz de meterse en el bolsillo a 80.000 personas como si nada. Conseguir que canten al unísono sus grandes éxitos a modo de himnos es lo de menos. Para el recuerdo quedan escenas como la improvisada vía láctea que, con el resto del campo a oscuras, formaron las pantallas de decenas de miles de teléfonos móviles.

Y en medio de todo esto – siempre me he preguntado si con el apoyo o simplemente la indiferencia del resto del grupo – aprovecha para lanzar sus proclamas. No entraré en si es adecuado o no que lo haga. La verdad es que no fue especialmente pesado. El problema es que cada vez recurre a temas más rebuscados y, por tanto, con menos acogida entre la sociedad.

Además de la mención a la lucha contra el SIDA, hace una mención a la nobel de la Paz birmana Suu Kyi, a la que seguramente pocos conocíamos entre el público. Esta mañana me he enterado leyendo la prensa de que la iluminación verde durante Sunday Bloody Sunday era un homenaje a la revolución verde iraní. Yo juraría que anoche no lo dijo. O quizá estaba pensando en otra cosa.

De vuelta a casa, la estampa sevillana de la noche. Un coche de caballos aprovecha el casi nulo tráfico en dirección contraria para adelantar toda la fila de coches que lentamente salía de la Cartuja. De la nave espacial al coche de caballos. ¡Qué estilo!