jueves, 22 de septiembre de 2011

Puñalada y paso atrás

Lo del consejo de administración de RTVE es para mear y no echar gota. La intención de acceder al sistema de edición de noticias es indignante para la profesión y grave para el resto de la audiencia de la española. Pero ya me parece casi normal, tal como funcionan las cosas aquí. Además, ya han sido muchos los compañeros que han denunciado el tema y yo no podría decir nada más ni mejor.

Lo que me resulta más bochornoso es la marcha atrás. Si un día hacen una propuesta es de suponer que están convencidos de que es lo adecuado para el funcionamiento de la casa. Pero cuando al día siguiente ya se están arrepintiendo porque los afectados han protestado, uno no puede menos que sorprenderse. Rectificar es de sabios, dice el manido refrán, pero cuando se necesita tan poco tiempo para darse cuenta del error, más bien parece que no habían pensado demasiado en su decisión. O siguiendo otro de esos dichos desgastados por el uso, piensa mal y acertarás: lo han intentado a ver si colaba. Y no ha colado. En cualquier caso, la ocasión invita a que dejen sus sillones a otros. Tampoco merece la pena abundar en esto, porque no lo harán.

Por sacarle un lado bueno a la situación, se me ocurre que hacía tiempo que los periodistas no tenían tanto poder, al menos frente a gente con poder. Será que hay elecciones cerca. Curiosamente, ayer reflexionaba sobre esto mismo por algo que me pasó. Escribiendo un reportaje, tuve que llamar a un par de personas para hacerles unas preguntas – no tardé más de cinco minutos – y los dos respondían titubeando, nerviosos por tener una entrevista. Sin embargo, he estado con políticos que tienen mucho más de que avergonzarse y que, rodeados de periodistas, cuentan autenticas bolas con la seguridad del cura que lee del evangelio.

A lo mejor es que impongo más por teléfono que en persona. Pero yo me inclino a pensar que alguno con el cargo recibe una cara de cemento armado, que le quita el miedo, la vergüenza y alguna cosa más.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Adiós, Miguel

Llega el lunes, desaparece la resaca y la nueva semana se encarga de recordarnos la realidad. Los viejos rockeros nunca mueren, pero llega un día en que se retiran. Y por más que nos duela a los que la otra noche cantamos cada canción frente al escenario, quizá sea la decisión más acertada: retirarse a tiempo, mientras que el cuerpo aguante con dignidad, y no esperar a que los huesos y las cuerdas vocales no puedan más. No fue lo mismo ese Elvis gordo de mediados de los setenta, sentado en una silla en medio del escenario, que aquel que veinte años antes escandalizó a medio mundo con sus movimientos. Y lo que sirve para el rey del rock se puede aplicar también al virrey del rock en España. Prefiero quedarme con el recuerdo de ese tipo vestido de negro rocanroleando hasta el final.

El repertorio escogido para la despedida es fantástico. Sin necesidad de hacer hueco a canciones nuevas para presentar el último disco, hubo tiempo para todos los clásicos y para todas sus facetas: desde el rock – inolvidable Rock de una noche de verano – hasta el amante del blues, pasando por los temas pop más estándar o sus momentos más íntimos con Santa Lucía o Todo a pulmón.

Pero como la música es cosa de recuerdos, además de los momentos que conquistaron a todo el público, yo me quedo con el mío particular. Hace casi 20 años, Miguel Ríos tuvo el peculiar honor de sacar el primer disco “adulto” que me gustó. Así que, como a tantos otros, él me introdujo en el rock. Era un recopilatorio que, entre muchos clásicos, contenía una canción que me fascinó: Niños eléctricos. Por razones que ahora no vienen al caso y que nunca se han llegado a esclarecer, aquel disco desapareció de mi repisa. Por eso, hacía en torno a una década que no escuchaba esa canción. Pero la reconocí desde la primera nota. Nadie a mi alrededor parecía recordar la letra, quizá ni siquiera la conocían. Yo la canté desde la primera a la última. ¡Gracias!

Lo peor de la noche – no sé si se habrá repetido en toda la gira – fue una banda que no supo estar a la altura de las circunstancias. Especialmente malos los solos de guitarra, más ruidosos que creativos, que no llegaban ni de lejos a los que en su día aparecieron en las grabaciones originales. Hasta el propio Miguel olvidó las letras un par de veces. Los nervios, la edad… Quién sabe. Pero se le perdona por ser la última vez. Si no hubiera anunciado ya su retirada, habría sido la excusa perfecta para que algún original crítico le pidiera de malos modos que se fuera a casa.

Por eso, una vez más, ¡bien hecho! Gracias por medio siglo de rock, gracias por dos noches inolvidables – la de este fin de semana y la de hace diez años – y hasta siempre. Que disfrutes de tu jubilación. Bye bye Ríos!

jueves, 8 de septiembre de 2011

Pasta

Un vistazo superficial a las declaraciones de patrimonio de nuestros diputados permite diferenciar dos grupos principales: las grandes fortunas y las grandes deudas. Ante esto, caben dos conclusiones simples: los primeros han tenido facilidad para acumular dinero y propiedades, mientras que los segundos tienen la tranquilidad de poder gastar sumas enormes a sabiendas de que, con el tiempo, van a ganarlas.

Del primer grupo me quedo con nuestra ministra de Economía, que tiene en sus cuentas más de medio millón de euros, habiendo cobrado el año pasado del Ministerio algo más de 50.000 euros netos. Sabiendo esto, no se me ocurre nadie mejor a quien confiarle la economía nacional. Entre los empeñados, me llaman la atención Durán i Lleida y sus tres hipotecas por valor de un millón de euros. A ver si le va a venir una mala racha y se va a quedar en la calle, aunque el tipo no tiene un pelo de tonto.

Vistos en conjunto, los datos confirman que parados, mileuristas y demás malpagados estamos gobernados por millonarios. Y no es que me moleste que otros ganen más que yo. Lo que me gustaría saber es cómo se llega a pertenecer a ese grupo. Tengo grandes ideas para arreglar el país, incluso para gobernar el mundo, y no es suficiente con contárselas a los amigos mientras compartimos una copa.