lunes, 11 de junio de 2018

Tintin en Puglia - Patrón del buen pugliese

Empecemos por el final. No eres un buen pugliese si, cuando te llegue la hora, no cuelgan tu esquela en las calles de tu pueblo. Y a tamaño A3, por lo menos. No he tenido la oportunidad de ver ningún entierro, aunque presumo que debe ser un espectáculo digno de presenciar. Eso sí, en cada sitio por el que pasamos nos encontramos con una pared empapelada con los nombres y fotos de los últimos finados. Por si eso fuera poco, el primer día me he tropezado con un ataúd ante el altar de una iglesia. Allí solo, custodiado por una gran corona de flores, seguramente esperando que vengan a darle su último adiós.


No eres un buen pugliese si respetas las señales de tráfico. Ni siquiera merece la pena mirarlas de reojo. Los límites de velocidad están ahí para los turistas, pero no para ti. Las líneas continuas son una cuestión de decoración. Por eso, en algunos tramos ni siquiera están pintadas. ¿Para qué gastarse el dinero en chorradas? Fijo que a alguno le han hecho una esquela antes de tiempo por estas cosas. Pero nadie dijo que ser un pugliese fuera fácil.

No eres un buen pugliese si no tiendes tu ropa a la vista de propios y extraños. En este sentido, cada vecino tiene sus preferencias: ventanas, balcones o la misma puerta de la calle. Todo vale. Lo mismo da que vivas en una casa del montón o en el callejón más pintoresco del pueblo más turístico. Es una cuestión de identidad. Y yo, que soy un apasionado del costumbrismo, no puedo por menos que pararme y hacer una foto a tan cotidiana estampa. Tengo una colección curiosa.


Y, por último lo primero, no eres un buen pugliese si no agitas tus manos con fuerza al hablar. Lo primero porque es algo que se aprende de pequeño. El hijo de la dueña de nuestro hotel, que no tendría más de siete años, ya se dirigía a su madre alzando las manos, haciendo girar sus muñecas mientras apretaba las yemas del pulgar contra los dedos índice y el corazón. Y ella, que es de esas que tiende en la puerta de su casa, que se salta las señales a piola y que, a buen seguro, algún día tendrá una esquela en la villa de Ostuni, no se queda atrás. Todavía la estoy viendo regañando a un turista alemán que le preguntaba dónde podía comprar verdura deshidratada para hacer pizzas con ingredientes italianos de vuelta a su país. “We don’t do that”. No sé si el hombre habrá entendido ese inglés alargado que hablan los italianos, marcando en exceso cada sonido. Pero los gestos lo decían todo.