domingo, 22 de mayo de 2011

Números que dejan preguntas

Los dos grandes partidos nacionales han perdido casi dos millones y medio de votos respecto a las últimas elecciones municipales. Sin embargo, entre los tres siguientes partidos más votados en todo el país la variación es bastante escasa. CiU gana 25.000 votos e IU 75.000, mientras que ERC ha perdido 85.000 votos. Aunque los movimientos sociales de la última semana no tenían un portavoz oficial, se especulaba con que sus mensajes iban a beneficiar a las fuerzas pequeñas y el número de votantes crecería notablemente. El índice de participación ha crecido apenas un punto, la abstención ha bajado algo más del 2 por ciento y los votos en blanco y nulos sólo crecen algo más de medio punto. Los primeros siguen siendo los primeros y los demás siguen estando por debajo y muy lejos. ¿Ha cambiado algo?

Un partido que cuenta su historia en meses se ha colocado como la sexta fuerza más votada en todo el país. Más de 300.000 personas han decidido dar su apoyo a Bildu, que consigue 88 alcaldías por mayoría absoluta. Un sector importante tanto de vascos como de navarros ha decidido que este grupo los represente en las instituciones municipales. ¿Convierten estos datos en correcta la decisión judicial de no ilegalizar la formación?

La crisis económica ha perjudicado a un número incalculable de empresas y particulares y deja por el momento casi 5 millones de parados en todo el país. Tanto Zapatero como Griñán han apuntado ésta como la causa por la que los ciudadanos han decidido castigar a su partido. ¿Tendrá más consecuencias esa reflexión?

El PP ha conseguido 20 concejales en el ayuntamiento de Sevilla. Escucho a los compañeros de Canal Sur Radio entrevistando al que será nuevo alcalde. Al despedirse de los oyentes, Zoido exclama eufórico: “buenas noches, que tengan mucha suerte”. ¿Qué habrá querido decir?

lunes, 9 de mayo de 2011

Lunes de resaca

Por un momento parece que el resto del mundo no importa cuando el redactor de Economía destapa su arte flamenco y empieza a cantar sevillanas marcando el compás con su caña. Se vuelven a revivir emociones como la euforia por conseguir burlar a un portero, una sensación que creí que no se volvería a repetir casi una década después de superar la mayoría de edad. Y quedan, como no, escenas surrealistas para el recuerdo, como la de esa asiática que se acercó a Milú pidiéndole que posara para hacerle una foto a su traje. Yo digo que era una turista japonesa, de esas que hacen fotos a todo, pero si el año que viene las tiendas de chinos están inundadas del mismo modelo tendré que admitir que fallé en mi diagnóstico.

Pero cuando la Feria da para mucho, la resaca también dura más de la cuenta. Por suerte, el sueño es el principal y casi único síntoma de los excesos del fin de semana. Hace tiempo que dejé de ser un juerguista incansable, pero las vueltas de la vida me han hecho volver a mi etapa de apogeo fiestero, allá por los tiernos dieciocho años.

De todo lo vivido, me quedo con los reencuentros. Con los acordados por teléfono y con esos tropiezos casuales con viejos compañeros de fatigas a los que hace siglos que no ves. Porque la mezcla entre el tiempo pasado y la fiesta vuelven a convertir a dos personas en los mejores amigos. Y lo mejor de todo es que, contra lo que se pudiera pensar, en la mayor parte de los casos es un proceso bastante sincero y nada hipócrita.

Es verdad que nos quedó mucha más gente por ver, aunque tal como se han ido sucediendo las cosas nos podemos dar por satisfechos. El martes pasado, a eso de las dos de la tarde, andábamos Milú y yo planeando nuestra primera aproximación ferial. Y, al final, terminamos pasando la noche en Granda.

Pero todo se acaba y hay que volver a la realidad. Creo que la expresión “martes de resaca” todavía no está muy generalizada, así que me voy a dormir.

jueves, 5 de mayo de 2011

- - - - - - - - - - - Un lugar donde dormir - - - - - - - - - -


Tengo una silla, tengo una cama,
Tengo una tele y no se ve nada.
Tengo silencio, tengo ventanas,
Tengo unas velas que no me hacen falta.
Tengo una escoba, .tengo almohadas,
Tengo un armario lleno de cajas.
Tengo unas flores, no tengo mantas,
Tengo comida precocinada…

Y hasta los viernes esta es mi casa
Con su desorden y sus ventajas.
Aquí despierto cada mañana
Viendo tras los cristales Granada.

domingo, 1 de mayo de 2011

El revisor

Abro los ojos y siento que el motor se para. Por la ventanilla del tren veo el cartel de la estación de Pedrera. No sé por qué siempre que hago este recorrido mi despierto en el mismo sitio. Lo último que recuerdo es que intentaba no dormirme esperando que pasara el revisor comprobando los billetes. Siempre es un fastidio que te despierten.

Aunque llevo mi pasaje entre las manos, no creí que eso fuera suficiente. He visto la misma escena en trenes de varios países. El revisor llega ante un viajero dormido, primero le da una palmadita en el hombro y, si eso no funciona, vuelve a insistir zarandeándolo suavemente. Ni un aviso verbal, ni una tos, solo un ligero movimiento de mano. Todos lo hacen igual.

En cuanto salimos de la estación, el revisor atraviesa mi vagón dirigiéndose sólo a los viajeros que acaban de subir. Al verlo comprendo por qué no me ha molestado. Estaba en la entrada del andén comprobando todos los billetes cuando subimos al tren, ya que era la primera estación del recorrido. En aquel momento no pensé que fuera a viajar con nosotros, porque no llevaba el traje oscuro que suelen llevar todos sus compañeros. Ahora que lo observo bien, me doy cuenta de que si lleva la camisa y la corbata habituales. Es más, del bolsillo sobre su pecho sobresale la patilla morada de unas gafas. Curiosamente, el color corporativo de la compañía de ferrocarriles. Aunque no suelo notar esos detalles, esta vez me fijo porque hace una semana me regalaron en una rueda de prensa un bolígrafo que escribe precisamente en ese tono.

De pronto, se me ocurre lo parecidos y a la vez diferentes que son los oficios de revisor de tren y azafata de avión. Aunque no soy amigo de estereotipos, hay casos en los que hay que rendirse a la realidad: el revisor es un hombre, de entre 50 y 60 años, con gafas y con algún kilo de más. Por mi experiencia como viajero, me atrevería a decir que todavía son pocas las mujeres en estos puestos. De hecho, no recuerdo haber encontrado a ninguna. Sólo en el AVE, aunque creo que eso es precisamente porque quieren parecerse a un avión.

Por lo demás, no sólo me parece un oficio tan digno como cualquier otro, sino que siempre ha tenido mi admiración por su habilidad para recordar las caras. Uno puede viajar cinco horas en el mismo tren y estar seguro de que el revisor sólo le pedirá el billete una vez. Ya me gustaría tener esa memoria fotográfica tan inmediata.