martes, 17 de diciembre de 2013

La Navidad y otras manías

Se acerca la Navidad y empiezo a ver cosas absurdas. La combinación del buen rollo casi obligado estos días y las limitaciones habituales del personal no podían tener otro resultado. Hoy he recibido en mi correo una felicitación en la que, claramente, evitan utilizar la palabra “Navidad”. Todos los buenos deseos van enfocados al nuevo año. Solo al final se cuela un “felices fiestas”. Y digo yo que si lo que quieren es felicitar el año nuevo, que esperen hasta el día 31 y pongan “feliz año”. Y si sienten que deben celebrar la Navidad, que lo proclamen claramente. ¿O es un deseo abierto, a gusto del consumidor? Joder con las ambigüedades. Teniendo en cuenta que la misma entidad no tiene ningún empacho en celebrar el día de su patrón…

Me recuerda a un político –no sé si continúa haciéndolo, porque hace tiempo que no lo sigo–  que solía despedirnos en la última rueda de prensa del año felicitándonos el solsticio de invierno. Siempre me pregunté si aquel buen señor no se reunía con su familia para comer en Nochebuena. O si no le compraba a sus niños un juguete por Reyes. Quizá regalaba en nombre del solsticio.

Y lo último es el anuncio de esa marca de embutidos, que aprovecha la sensiblería de la época para lanzar una proclama nacionalista barata que poco menos que le atribuye a España el monopolio de los bares y la simpatía. El “vuelve a casa por navidad” de aquel turrón me parecía un sentimiento más auténtico, más universal. Ahora el niño vuelve del Erasmus, no de la mili. Pero esto de contar que somos mejores que el resto del mundo suena a discurso del presidente del gobierno. La cosa es que a la gente le gusta y se emociona. ¿Será que se lo creen? ¡Qué país!

lunes, 2 de diciembre de 2013

Borreguismo viral

“Si de verdad te sientes una persona democrática hazlo saber y pasa este artículo a tu gente”. He usado mi talante democrático para no mandar a tomar por culo al emisor de tal mensaje. Me niego a que mi compromiso con la democracia se mida a partir de los enlaces que cuelgo en mi muro de Facebook. Y la cosa es que el enlace que adjuntaba me parecía bastante acorde con mi postura sobre el tema que trataba. Sin embargo, el chantaje emocional barato me ha llevado a ignorarlo.

Empiezo a estar harto de tanto contenido viral, de que el éxito de ideas, campañas, corrientes de pensamiento y demás material susceptible de ser difundido por Internet se mida en función de las veces que ha sido enlazado por los internautas. Pero esa es la dirección que ha tomado esta sociedad de la información mal manejada: millones de usuarios cuya mayor habilidad consiste en clicar con su ratón a diestro y siniestro, pero incapaces de escribir tres líneas sobre cualquier cosa.

Llevo varios años llegando tarde a las últimas tendencias tecnológicas. Abrí mi perfil de Facebook bastante tiempo después de que todo el mundo lo tuviera; resistí todo lo que pude con mi antiguo móvil antes de pasarme al Smartphone; entré en WhatsApp casi por imperativo social. Así que no descarto que mi dificultad a la hora de asumir esta nueva tendencia sea simplemente otro síntoma de mi retraso.

Pero todavía me cuesta comprender por qué esta misma mañana he visto tres o cuatro enlaces a un mismo vídeo de una niña argentina haciendo el payaso –algo que debía estar protegido por la legislación de menores, por cierto– como si aquello fuera la primera lección para conocer el sentido de la vida.