miércoles, 20 de marzo de 2013

Felicidad

Estoy seguro de que no es la primera vez que digo lo poco que me gustan los días mundiales de… Aunque tampoco le encuentro sentido al de hoy, confieso que el motivo me encanta: la Felicidad. Esa sensación que nos invita a olvidarnos de todo lo malo, creernos los reyes del mundo, pensar que no necesitamos nada más en la vida que eso que tenemos y que ya nos hace tan felices.

Pero, ¿cómo celebrar todo eso en solo 24 horas? Unos querrían tomarse la jornada de descanso para ser felices; otros preferirían ir a trabajar, aunque fuera por un día; reencontrarse con una persona después de mucho tiempo o, sencillamente, volver a estar con alguien que viste ayer, porque su compañía te hace feliz. Se me ocurre que, aunque tenga un mismo nombre, la felicidad es algo tan personal que la mía no puede ser la misma que la de otro. Incluso es posible que mi felicidad de hoy no sea la misma que la de mañana o la de dentro de un año.

Además, ser feliz no puede ser cosa de un día, igual que no lo son acordarse de los padres, las madres o los enfermos de cáncer. Sin embargo, tenemos un calendario lleno de citas superficiales –que, más que dar importancia a las realidades que destacan, las banalizan– fruto de una sociedad frívola en la que, por cierto, cada vez parece más difícil ser feliz. Nos enseñaron cómo debíamos conseguirlo y, cuando lo vamos asumiendo, se cargan las reglas.

Siempre me ha gustado el artículo 13 de la Constitución de Cádiz de 1812 y hoy me he vuelto a acordar de él:

“El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen”.

Aunque ya no es un imperativo legal, debería continuar siendo una imposición moral para las conciencias de todos los responsables público. Ahora parece que hay que hacer feliz a mucha gente antes que a los ciudadanos de a pie. Y mientras unos tratan de enterrar este artículo 13, a mí me sale la vena idealista y añadiría que cada ciudadano debería poner su grano de arena para favorecer el bienestar de los individuos que lo rodean. Pero quizá eso es mucho pedir, cuando la felicidad de algunos es simplemente saberse, o creerse, por encima de otros.

A pesar de todo, sigo creyendo en la felicidad. Sigue siendo un objetivo cada año, cada nueva estación –ahora que entra la primavera–, cada semana, cada mañana. A veces se consigue y a veces no. Es lo que tienen los objetivos.