Estoy seguro de que no es la
primera vez que digo lo poco que me gustan los días mundiales de… Aunque
tampoco le encuentro sentido al de hoy, confieso que el motivo me encanta: la
Felicidad. Esa sensación que nos invita a olvidarnos de todo lo malo, creernos
los reyes del mundo, pensar que no necesitamos nada más en la vida que eso que tenemos
y que ya nos hace tan felices.
Pero, ¿cómo celebrar todo eso
en solo 24 horas? Unos querrían tomarse la jornada de descanso para ser felices;
otros preferirían ir a trabajar, aunque fuera por un día; reencontrarse con una
persona después de mucho tiempo o, sencillamente, volver a estar con alguien
que viste ayer, porque su compañía te hace feliz. Se me ocurre que, aunque
tenga un mismo nombre, la felicidad es algo tan personal que la mía no puede
ser la misma que la de otro. Incluso es posible que mi felicidad de hoy no sea
la misma que la de mañana o la de dentro de un año.
Además, ser feliz no puede ser
cosa de un día, igual que no lo son acordarse de los padres, las madres o los
enfermos de cáncer. Sin embargo, tenemos un calendario lleno de citas superficiales
–que, más que dar importancia a las realidades que destacan, las banalizan–
fruto de una sociedad frívola en la que, por cierto, cada vez parece más
difícil ser feliz. Nos enseñaron cómo debíamos conseguirlo y, cuando lo vamos
asumiendo, se cargan las reglas.
Siempre me ha gustado el
artículo 13 de la Constitución de Cádiz de 1812 y hoy me he vuelto a acordar de él:
“El objeto del Gobierno es la
felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro
que el bienestar de los individuos que la componen”.
Aunque ya no es un imperativo
legal, debería continuar siendo una imposición moral para las
conciencias de todos los responsables público. Ahora parece que hay que hacer
feliz a mucha gente antes que a los ciudadanos de a pie. Y mientras unos tratan
de enterrar este artículo 13, a mí me sale la vena idealista y añadiría que
cada ciudadano debería poner su grano de arena para favorecer el bienestar de
los individuos que lo rodean. Pero quizá eso es mucho pedir, cuando la
felicidad de algunos es simplemente saberse, o creerse, por encima de otros.
A pesar de todo, sigo creyendo
en la felicidad. Sigue siendo un objetivo cada año, cada nueva estación –ahora que
entra la primavera–, cada semana, cada mañana. A veces se consigue y a veces
no. Es lo que tienen los objetivos.
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