lunes, 1 de abril de 2013

Tintin en Malta (I) - Una mezcla interesante

Si no me falla la memoria, este ha sido mi tercer intento de ir a Malta. Por fin ha cuajado. Sin embargo, debo confesar que llego sin saber muy bien qué voy a encontrar. No me refiero a monumentos o lugares de interés –algo he leído sobre eso– sino a algo más profundo, a la cultura, a la gente, a las costumbres… Quizá ha sido un error por mi parte, pero la sensación no ha podido ser más interesante.

Me bajo del autobús del aeropuerto a las puertas de La Valeta. Mi primera sensación es de encontrarme en un país árabe, aunque no sabría decir muy bien por qué. Supongo que influyen el sol que ilumina el lugar y calienta mi espalda mientras camino hacia la ciudad, el azul intenso que pinta todo el cielo o los colores terrosos de los muros y edificios que veo a mi alrededor. Al mismo tiempo, observo los rasgos corporales de los nativos, de piel tostada y pelo oscuro, y oyendo el soniquete del idioma local, con bruscos matices, y pienso que podría confundirlos fácilmente con un turco o un tunecino.

Mis primeros paseos por la capital y los pueblos de alrededor también me evocan a algún lugar de la mitad sur de Italia. El Mediterráneo se ve al final de cada calle. Incluso las cartas de los restaurantes se componen en gran parte de pasta y ftiras, una masa condimentada con todo tipo de ingredientes que, si fuera redonda en vez de rectangular, se llamaría pizza.
 
Lo que más echo en falta, porque a priori era lo que más esperaba, es la huella británica. Después de más de siglo y medio de colonización, apenas quedan las cabinas de teléfono rojas, los coches circulando por la izquierda, alguna iglesia anglicana y las fachadas de maderas de colores y letras doradas de varios comercios locales. A simple vista, se diría que es una más de tantas influencias que recibe el pequeño archipiélago. Pero basta recorrerlo un poco para intuir que es la pieza con menos peso en este curioso puzle. Basta con escuchar el peculiar acento con el que los malteses hablan inglés. A pesar de ser la segunda lengua oficial del país, es bastante peculiar: a veces llamativo y otras veces simplemente incomprensible.

Esta es, a grandes rasgos, la mezcla que hace de este puñado de islas un lugar peculiar y, para bien o para mal, único. La primera impresión es la de un rincón perdido en medio del mar donde todo pasa muy despacio. No parece que las prisas, los atascos y el estrés formen parte de la cultura nacional. Tengo unos días para comprobar mi hipótesis.

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