viernes, 30 de diciembre de 2011

Balanceando

Hago un rápido repaso de los últimos doce meses y compruebo que no esperaba hacer casi nada de lo que he hecho. Reconozco que no despido el año con nostalgia. Si dependiera de mí, habría cambiado muchas cosas, pero a la vez no querría dejar de vivir ninguna de las sorpresas que me brindó este año.

En marzo llegué a Málaga. Dos meses más tarde, una ciudad tan cercana ha pasado de ser una completa desconocida a ganarse todo mi aprecio. En cuanto a mí, he descubierto gente nueva, he afrontado nuevos retos y, lo más importante, creo que los he superado de sobra. También pasé por Granada. Dos semanas extrañas que, al menos, me permitieron recorrer una ciudad que me encantó.

Empezamos el verano en la playa, pero muy lejos de aquí. Milú tiene ganas de sol. Aunque no me gusta, acepto si hay buen ron y comida a espuertas. Acabamos en el Caribe. Si alguien me hubiera dicho que sólo iba a hacer un viaje en el año y que iba a ser a la República Dominicana, lo hubiera tomado por loco. Sin embargo, lo pasamos bien y me alegro de haber conocido aquellas tierras.

En otoño seguí descubriendo tierras lejanas. Llegué a Jaán sin saber qué encontraría. Pocos días bastaron para comprobar que hay muchos olivos y gente que hace que valga la pena pasar por allí. Una pena que estén tan lejos. De vuelta a casa, regresé también a mi cuna profesional. Las cosas han cambiado, pero comprobamos que nos siguen teniendo cariño. Lo mejor de todo: después de tanto tiempo, Milú y yo vamos juntos cada mañana.

Parece que el año se ha guardado lo mejor para el final. Después de una década en algunos casos – qué imponente suena eso – me he vuelto a reunir con amigos con los que he compartido media vida y con los que había perdido el contacto. Aquella gente con la que hace lustros daba patadas a un balón o me corría mis primeras juergas ha cambiado. Pero, en esencia, me alegra comprobar que siguen siendo tal como los recordaba. Tres días después, la misma operación con mis primos. No hace tanto que no los veo, pero ya no lo hago tanto como quisiera. En un caso y en otro, asumo mi parte de culpa. Que cada cual haga examen de conciencia.

El domingo empieza otro año y, una vez más, me toca empezar de cero. O quizá de cero y medio: con más cosas aprendidas y con más ganas de conocer, de vivir y, como no, de escribir. Mis últimos encuentros me han permitido saber que más gente de la que yo creía se molesta en leer estas líneas. Queridos lectores, va por ustedes. ¡Feliz año a todos!