viernes, 30 de diciembre de 2011

Balanceando

Hago un rápido repaso de los últimos doce meses y compruebo que no esperaba hacer casi nada de lo que he hecho. Reconozco que no despido el año con nostalgia. Si dependiera de mí, habría cambiado muchas cosas, pero a la vez no querría dejar de vivir ninguna de las sorpresas que me brindó este año.

En marzo llegué a Málaga. Dos meses más tarde, una ciudad tan cercana ha pasado de ser una completa desconocida a ganarse todo mi aprecio. En cuanto a mí, he descubierto gente nueva, he afrontado nuevos retos y, lo más importante, creo que los he superado de sobra. También pasé por Granada. Dos semanas extrañas que, al menos, me permitieron recorrer una ciudad que me encantó.

Empezamos el verano en la playa, pero muy lejos de aquí. Milú tiene ganas de sol. Aunque no me gusta, acepto si hay buen ron y comida a espuertas. Acabamos en el Caribe. Si alguien me hubiera dicho que sólo iba a hacer un viaje en el año y que iba a ser a la República Dominicana, lo hubiera tomado por loco. Sin embargo, lo pasamos bien y me alegro de haber conocido aquellas tierras.

En otoño seguí descubriendo tierras lejanas. Llegué a Jaán sin saber qué encontraría. Pocos días bastaron para comprobar que hay muchos olivos y gente que hace que valga la pena pasar por allí. Una pena que estén tan lejos. De vuelta a casa, regresé también a mi cuna profesional. Las cosas han cambiado, pero comprobamos que nos siguen teniendo cariño. Lo mejor de todo: después de tanto tiempo, Milú y yo vamos juntos cada mañana.

Parece que el año se ha guardado lo mejor para el final. Después de una década en algunos casos – qué imponente suena eso – me he vuelto a reunir con amigos con los que he compartido media vida y con los que había perdido el contacto. Aquella gente con la que hace lustros daba patadas a un balón o me corría mis primeras juergas ha cambiado. Pero, en esencia, me alegra comprobar que siguen siendo tal como los recordaba. Tres días después, la misma operación con mis primos. No hace tanto que no los veo, pero ya no lo hago tanto como quisiera. En un caso y en otro, asumo mi parte de culpa. Que cada cual haga examen de conciencia.

El domingo empieza otro año y, una vez más, me toca empezar de cero. O quizá de cero y medio: con más cosas aprendidas y con más ganas de conocer, de vivir y, como no, de escribir. Mis últimos encuentros me han permitido saber que más gente de la que yo creía se molesta en leer estas líneas. Queridos lectores, va por ustedes. ¡Feliz año a todos!

martes, 15 de noviembre de 2011

El sur

Esperando el tren en Santa Justa me quedo mirando fijamente un cartel publicitario. Está al revés – porque se dirige a los que bajan del tren y no a los que esperamos en el vestíbulo – pero se lee perfectamente: “bienvenidos al sur”.

Inmediatamente pienso en la manada de infelices madrileños que bajan en tropel del Ave y, nada más pisar Sevilla, dejan atrás sus vidas de mierda para disfrutar por unos días de la juerga permanente. Porque en el sur no trabajamos, nos pasamos el día con una cerveza en la mano y hacemos una broma de cualquier cosa. Exceptuando, claro está, a los que trabajamos cuando nos dejan, no nos gusta la cerveza e intentamos cultivar un humor algo más inteligente que el simple chiste de Lepe.

Nunca he sentido el menor sentimiento nacionalista. Todo lo contrario. Para mí la única utilidad de las fronteras es dar nombre a distintos lugares del mundo para saber cuántos me quedan por visitar. Pero sí me considero un gran enemigo de la estupidez humana, aunque se me antoja un adversario demasiado grande, imposible de vencer.

Hace unas semanas, mientras tomábamos unas tapas en una terraza – como buenos sureños – Milú y yo observamos a un grupo de jóvenes catalanes ataviados con imitaciones baratas de trajes típicos andaluces. Se quejaban de que la noche anterior, de juerga con esa misma ropa, varias personas se habían molestado por su indumentaria. Explicaban los forasteros que lo habían hecho por pasarlo bien, sin ánimo de ofender a nadie: “a mí no me molestaría que un andaluz viniera a Barcelona y se pusiera una barretina”. No se trata de molestar, sino de hacer o no el imbécil. Ni aquí viste nadie así ni jamás he visto en Cataluña a un tío con una barretina.

Pero en el fondo estos pobres catalanes, igual que los espectadores del mencionado anuncio de cerveza, no son más que víctimas de una creencia que ni las autoridades andaluzas ni la mayoría de la sociedad se han preocupado por erradicar. Al contrario, han querido aprovecharla, sobre todo como atractivo turístico, hasta que se ha llegado a un punto en el que ya no hay vuelta atrás. Y es que entre el honor y el dinero, lo segundo sigue siendo lo primero.

martes, 8 de noviembre de 2011

Tintín entre olivos - En el juzgado

He tenido que llegar a Jaén para estrenarme como periodista de tribunales. El dato en sí no me importa mucho, pero la experiencia ha sido interesante, aunque no muy agradable. Nada de glamour. Un caso cualquiera – un homicidio – que tan sólo ha merecido la presencia de dos o tres periodistas locales. La administración de justicia en estado puro.

El acusado llega en un furgón policial a la puerta de la audiencia. Lo bajan en plena calle. Nada de entrar por el garaje para preservar la intimidad del detenido. La verdad es que nadie se ha molestado en mirarlo. Quizá ni siquiera tienen garaje. La imagen – un hombre de unos 60 años, vestido seguramente con su mejor traje, esposado y custodiado por dos policías, como si pudiera escaparse – me resulta patética.

Lo seguimos escaleras arriba hacia la sala. Antes de entrar, lo encierran tras una puerta metálica roja con un ventanuco cuadrado en el centro. Un policía hace un gesto a mi cámara para que no grabe el interior. Cuando lo sacan, veo la pequeña estancia: no más de un metro de ancho por dos de largo, una fuente metálica y un saliente de la pared que hace las veces de banco. No creí que quedasen celdas así en el siglo XXI. Aunque no hayan sido más de diez minutos, me parece patético encerrar a alguien en un lugar así.

Comienza la vista y, por los testimonios, compruebo que el buen señor tampoco merece mucho más. El equipo de forenses ha descrito cómo le asestó a su víctima 26 puñaladas. Pero lo veo sentado en el banquillo y parece una mosquita muerta, con cara de perdido. Un día se le cruzaron los cables y ahora no sabe cómo salir de esta. Su abogado intenta jugar con esa pinta de poca cosa para rebajar la condena.

Mientras presencio la escena me hago varias preguntas. La primera es cuántos casos de homicidio se juzgan al año. La segunda es por qué unos sólo interesan al periódico local, que tiene que llenar muchas páginas de una provincia en la que apenas pasa nada, mientras que en otros se crea un circo en que cada mínimo detalle se convierte en la última bomba informativa. ¿Qué hace especial a una muerte frente a las otras?

lunes, 7 de noviembre de 2011

Debatir el debate

Noventa minutos de televisión que van a dar tanto que hablar como un buen partido de fútbol. Cosas del aislamiento, me he dedicado a ver el debate por la tele, a seguirlo por twitter y, por si fuera poco, a ir anotando mis particulares apreciaciones. Siempre me han admirado esos expertos que analizan cada movimiento de pestaña para ver quién ha ganado el debate, así que he ido reflejando aquellos factores, con mayor o menor importancia, que me han llamado la atención. Las he ido anotando en el momento, pero espero que se entienda todo bien. Ahí van las principales.

- los debates deben ser para discutir, no para acordarse de soldados muertos, por muy políticamente correcto que sea. Además, han dejado claro que los dos están de acuerdo.
- Rubalcaba empieza con la corbata doblada hacia la izquierda de la pantalla. Creo que se lo han aconsejado sus asesores para mostrar su giro a la izquierda. Mariano la tiene recta.
- Rajoy llama a su oponente Rodríguez Rubalcaba. ¿preparado de antemano? ¿nervios? ¿fantasmas del pasado?
- Falta rojo en este debate: ni una corbata, ni un rótulo. Símbolo de lo que nos espera, sin duda.
- Rubalcaba se ha afeitado la barba y Rajoy se ha dado un tono más claro en el tinte, ¿verdad? ¿O son los focos, que están muy mal utilizados?

Visto todo esto, ¿quién ha ganado? No lo sé. ¿Quién ha perdido? Al menos, mucha gente ha perdido el tiempo viendo el debate. Poca cosa nueva. Yo he tratado de divertirme sacándole punta a la retransmisión. A ver quién ríe el último el 20-N.

sábado, 29 de octubre de 2011

Tintín en el cine - Por alusiones

¡Qué ilusión cuando hacen una película sobre uno! Y si la hace Spielberg, además de una ilusión es un honor. Por si todo eso fuera poco, el recurso de la animación me ha evitado varias semanas de trabajoso rodaje.

No soy especialmente aficionado a las películas de animación, pero hay que reconocer que han hecho un trabajo impecable. Hay escenas en las que, si no lo recuerdas, crees que estás viendo a personajes de carne y hueso. Otras veces, las grandes narices y los mofletes hinchados se encargan de devolvernos al mundo de la recreación informática. En cualquier caso eso no es un problema, sobre todo para un personaje que nació siendo un dibujo.

No me he sentido igual de cómodo con la historia. A su favor, diré que todos los personajes que aparecen en la película son creaciones originales de Herge, aunque algunos han ganado un papel mucho más importante para la ocasión y otros se quedan por explotar. También me han gustado las variadas referencias casuales a muchas de las aventuras: el jeep rojo de El país del oro negro, el Ruiseñor Milanés… No aportan nada al espectador neófito, pero tienen un toque nostálgico para el lector veterano.

El hecho de que mezcle los argumentos de varios libros no me pilló por sorpresa. Quedaba claro viendo el tráiler. Además, en el comienzo de la película, el enlace que hace entre una historia y otra es pasable. Sin embargo, puestos a mezclar, conforme se acerca el final se echa en falta otra aventura – El Tesoro de Rackham el Rojo – que claramente se han reservado para una segunda parte.

Así que le damos a la cinta un aprobado, ni raspado ni cercano al notable. Pero como le han hecho una campaña tremenda, es probable que las salas se llenen, Tintín vuelva a convertirse en un filón y se atrevan con nuevas aventuras. ¡Mejor suerte para la próxima vez!

sábado, 22 de octubre de 2011

Mi vecino el ruso (2ª parte): ¡Cómo está el patio!

Nuestras ilusiones de vivir pared con pared con un espía o un mafioso se han ido al traste. Los últimos acontecimientos nos han demostrado que Vladimir, el del 25, es un pobre diablo. Un pobre diablo que, eso sí, sigue hablando por teléfono a voces, así que su vida no es ningún secreto para nosotros.

Ayer a media mañana llamaba a su compañero Pepe – que, como veremos más adelante, juega un importante papel en la historia – contándole que le habían dado de hostias. Primera decepción: ningún espía que se precie se dejaría dar un puñetazo y se volvería a casa a lloriquear. Acto seguido, llamó a la policía para denunciar los hechos. Segunda decepción: cualquier mafioso que se precie hubiera ordenado meterle a su agresor una cabeza de caballo en la cama. No hay necesidad de mezclar a terceros en esto.

Un intenso trabajo de periodismo de investigación – basada en la escucha pared a pared y la observación por la ventana – nos ha permitido unir los cabos sueltos de esta historia. La profesión se lleva por dentro. El agresor en cuestión es el vecino del 29, “el del perrito”, según me apunta Milú. En caso de que os lo estéis preguntando, no me he mudado al Bronx. Todo esto pasa en Triana. ¡Cómo está el barrio!

El del 29 es el próximo individuo a estudiar. Según nuestras fuentes, después de la agresión en cuestión, el tío se quedó un rato tomando una cerveza en el bar de la esquina. Cuando volvió a casa, más o menos una hora más tarde, se le notaba bastante alterado. La duda está en si era por el enfrentamiento o porque iba más cargado de la cuenta.

Desde el primer momento sospeché que no se trataba de un hecho aislado y mis pesquisas confirmaron estas sospechas. El agredido se queja de que lleva cuatro meses soportando el acoso y las amenazas del matón del perrito. Pero ¿dónde está el origen de todo? Aquí es donde vuelve a aparecer Pepe. Al parecer, todo empieza un día en que Vladimir y Pepe vuelven a casa y éste último se queda mirando – no sé cuánto tiempo – por la ventana del 29. Su inquilino lo descubre y empieza a decirles de todo – bueno, de todo no, básicamente “maricones” y otros términos de su familia léxica – al ruso y su colega.

Y en esas estamos. Vladi sigue llorándole sus desgraciass a quien le escucha por teléfono. A mi me da pena. Aunque no he cruzado más de tres palabras seguidas con él, le cojo cariño a mis personajes. Pero a la vez me ha defraudado: yo lo tenía por un ser de la noche, curtido en mil batallas con porteros, chulos y mafias en general. Pero eso no quita para que siga convencido de que mi patio es el escondite ideal para cualquier que pretenda pasar desapercibido. Por cierto, el apartamento del otro lado está libre así que, hampones del mundo, aquí tenéis un refugio.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Puñalada y paso atrás

Lo del consejo de administración de RTVE es para mear y no echar gota. La intención de acceder al sistema de edición de noticias es indignante para la profesión y grave para el resto de la audiencia de la española. Pero ya me parece casi normal, tal como funcionan las cosas aquí. Además, ya han sido muchos los compañeros que han denunciado el tema y yo no podría decir nada más ni mejor.

Lo que me resulta más bochornoso es la marcha atrás. Si un día hacen una propuesta es de suponer que están convencidos de que es lo adecuado para el funcionamiento de la casa. Pero cuando al día siguiente ya se están arrepintiendo porque los afectados han protestado, uno no puede menos que sorprenderse. Rectificar es de sabios, dice el manido refrán, pero cuando se necesita tan poco tiempo para darse cuenta del error, más bien parece que no habían pensado demasiado en su decisión. O siguiendo otro de esos dichos desgastados por el uso, piensa mal y acertarás: lo han intentado a ver si colaba. Y no ha colado. En cualquier caso, la ocasión invita a que dejen sus sillones a otros. Tampoco merece la pena abundar en esto, porque no lo harán.

Por sacarle un lado bueno a la situación, se me ocurre que hacía tiempo que los periodistas no tenían tanto poder, al menos frente a gente con poder. Será que hay elecciones cerca. Curiosamente, ayer reflexionaba sobre esto mismo por algo que me pasó. Escribiendo un reportaje, tuve que llamar a un par de personas para hacerles unas preguntas – no tardé más de cinco minutos – y los dos respondían titubeando, nerviosos por tener una entrevista. Sin embargo, he estado con políticos que tienen mucho más de que avergonzarse y que, rodeados de periodistas, cuentan autenticas bolas con la seguridad del cura que lee del evangelio.

A lo mejor es que impongo más por teléfono que en persona. Pero yo me inclino a pensar que alguno con el cargo recibe una cara de cemento armado, que le quita el miedo, la vergüenza y alguna cosa más.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Adiós, Miguel

Llega el lunes, desaparece la resaca y la nueva semana se encarga de recordarnos la realidad. Los viejos rockeros nunca mueren, pero llega un día en que se retiran. Y por más que nos duela a los que la otra noche cantamos cada canción frente al escenario, quizá sea la decisión más acertada: retirarse a tiempo, mientras que el cuerpo aguante con dignidad, y no esperar a que los huesos y las cuerdas vocales no puedan más. No fue lo mismo ese Elvis gordo de mediados de los setenta, sentado en una silla en medio del escenario, que aquel que veinte años antes escandalizó a medio mundo con sus movimientos. Y lo que sirve para el rey del rock se puede aplicar también al virrey del rock en España. Prefiero quedarme con el recuerdo de ese tipo vestido de negro rocanroleando hasta el final.

El repertorio escogido para la despedida es fantástico. Sin necesidad de hacer hueco a canciones nuevas para presentar el último disco, hubo tiempo para todos los clásicos y para todas sus facetas: desde el rock – inolvidable Rock de una noche de verano – hasta el amante del blues, pasando por los temas pop más estándar o sus momentos más íntimos con Santa Lucía o Todo a pulmón.

Pero como la música es cosa de recuerdos, además de los momentos que conquistaron a todo el público, yo me quedo con el mío particular. Hace casi 20 años, Miguel Ríos tuvo el peculiar honor de sacar el primer disco “adulto” que me gustó. Así que, como a tantos otros, él me introdujo en el rock. Era un recopilatorio que, entre muchos clásicos, contenía una canción que me fascinó: Niños eléctricos. Por razones que ahora no vienen al caso y que nunca se han llegado a esclarecer, aquel disco desapareció de mi repisa. Por eso, hacía en torno a una década que no escuchaba esa canción. Pero la reconocí desde la primera nota. Nadie a mi alrededor parecía recordar la letra, quizá ni siquiera la conocían. Yo la canté desde la primera a la última. ¡Gracias!

Lo peor de la noche – no sé si se habrá repetido en toda la gira – fue una banda que no supo estar a la altura de las circunstancias. Especialmente malos los solos de guitarra, más ruidosos que creativos, que no llegaban ni de lejos a los que en su día aparecieron en las grabaciones originales. Hasta el propio Miguel olvidó las letras un par de veces. Los nervios, la edad… Quién sabe. Pero se le perdona por ser la última vez. Si no hubiera anunciado ya su retirada, habría sido la excusa perfecta para que algún original crítico le pidiera de malos modos que se fuera a casa.

Por eso, una vez más, ¡bien hecho! Gracias por medio siglo de rock, gracias por dos noches inolvidables – la de este fin de semana y la de hace diez años – y hasta siempre. Que disfrutes de tu jubilación. Bye bye Ríos!

jueves, 8 de septiembre de 2011

Pasta

Un vistazo superficial a las declaraciones de patrimonio de nuestros diputados permite diferenciar dos grupos principales: las grandes fortunas y las grandes deudas. Ante esto, caben dos conclusiones simples: los primeros han tenido facilidad para acumular dinero y propiedades, mientras que los segundos tienen la tranquilidad de poder gastar sumas enormes a sabiendas de que, con el tiempo, van a ganarlas.

Del primer grupo me quedo con nuestra ministra de Economía, que tiene en sus cuentas más de medio millón de euros, habiendo cobrado el año pasado del Ministerio algo más de 50.000 euros netos. Sabiendo esto, no se me ocurre nadie mejor a quien confiarle la economía nacional. Entre los empeñados, me llaman la atención Durán i Lleida y sus tres hipotecas por valor de un millón de euros. A ver si le va a venir una mala racha y se va a quedar en la calle, aunque el tipo no tiene un pelo de tonto.

Vistos en conjunto, los datos confirman que parados, mileuristas y demás malpagados estamos gobernados por millonarios. Y no es que me moleste que otros ganen más que yo. Lo que me gustaría saber es cómo se llega a pertenecer a ese grupo. Tengo grandes ideas para arreglar el país, incluso para gobernar el mundo, y no es suficiente con contárselas a los amigos mientras compartimos una copa.

domingo, 24 de julio de 2011

Mi vecino el ruso

El sábado por la mañana me despertó poco antes de las nueve hablando por Skype con un italiano. Las respuestas de su interlocutor se escuchaban por los altavoces del ordenador. Qué mejor forma de empezar el fin de semana que refrescando mi italiano. Tardó un rato en darse cuenta y conectar los auriculares. “Como es sábado, la gente duerme hasta más tarde”, le explicaba a su amigo al otro lado de la red. Un detalle, después de media hora de cháchara.

Vivimos pared con pared y, en verano, ventana con ventana. Los tabiques ya no son lo que eran. Se escucha casi todo. Y si a eso añadimos los cristales abiertos, no hay barrera sonora posible. Así que suelo estar al tanto de sus conversaciones. Se hace llamar Vladimir. Esa es la primera razón que me indica que es ruso, aunque no la única.

Ya hace unas semanas, a eso de las tres de la mañana, reservaba con un amigo un hotel en Moscú para pasar unos días. Los dos, sentados delante del ordenador, discutían a voz en grito si era preferible ahorrar o buscar una habitación un poco más cara cerca de la Plaza Roja. “Si yo ya conozco la ciudad”, le decía Vladimir. “Sólo voy por ti”. Aquella noche se me antojó ir a Moscú.

Milú piensa que es un espía. Cuánto daño ha hecho la KGB a sus compatriotas. Ahora, todo el mundo asocia a los rusos con los espías. Yo me inclino más por el otro prototipo de ruso: el mafioso. Siempre he pensado que mi patio sería un buen escondite para cualquiera que pretenda pasar desapercibido en la ciudad. Y eso vale tanto para espías como para mafiosos. A ninguno nos preocupa la vida del tipo de la puerta de al lado. La única que se interesa por los vecinos es la portera. Pero en realidad sólo sabe lo que cada cual le cuenta. Así que basta con no darle muchos datos o, mejor, mentirle como un bellaco para confundirla.

De todas formas, este ruso no es precisamente de los que pasa más desapercibido del vecindario. Anoche mismo volvió a llegar trompa, dando voces con un amigote a las tantas de la madrugada. Eso sí, cayó pronto y ha dormido como un angelito.

martes, 28 de junio de 2011

Tintin en las Antillas (IV): Cecilio

“Cecilio es mafia”, nos advirtieron desde el primer día. De hecho esa fue la primera impresión que nos dio también a nosotros, aunque la verdad es que lo tomamos por un mafioso inofensivo, incluso gracioso. Pero la mafia es lo que es: te hacen creer que su oferta es buena para ti, cuando lo único importante es que el negocio es bueno para ellos.

Por los jardines del hotel y por la playa circulan más de una docena de personajes ataviados con polos de colores que ofrecen al visitante todo lo que pueda desear. Desde una excursión hasta farlopa. Por supuesto el tono de voz varía desde los gritos cuando te ven en la distancia al susurro según sea la índole de la transacción.

Y uno de esos es Cecilio: polo blanco, piel tostada y cuerpo rechoncho. El primer día nos prometió que nos iba a reservar una sombrilla en la playa. Nunca lo hizo. Le cuesta levantarse temprano, porque él es más de trasnochar y eso se nota al día siguiente. Pero no parece preocuparle haber faltado a su promesa. Al contrario, nos busca cada mañana para darnos palique y ponernos al día de cada detalle de la vida del dominicano.

El tipo no tiene pelos en la lengua. Eso me recuerda a una de sus historias: Por lo visto, una vez se lio con una haitiana y la metió en su casa. Un día cuando llegó no la encontraba, hasta que entró en la ducha... “¡Se estaba comiendo los pelos del toto!”. Españoles revolcándose por la arena de la risa. “¡Vete de aquí, cochina!”. Es tremendo el odio que le tiene esta gente a sus vecinos de isla.

Pero detrás de tanta charla había un plan. Como buen mafioso intentó jugárnosla y, como viajeros experimentados, nosotros no lo permitimos. ¡Ay amigo, con busnos has topado!. Sin embargo, como en el fondo somos buenas personas, nos quedamos con lo positivo y volvemos a casa con un recuerdo simpático de aquel gordito charlatán que cada mañana llegaba más resacoso y que, recostado sobre el tronco curvado de una palmera, nos contaba sus batallitas entre bostezo y bostezo. ¡Menudo personaje! Eso sí, como dice Cecilio al terminar cada conversación, “no se lo cuenten a nadie, porque me puedo buscar un problema”.

viernes, 24 de junio de 2011

Tintin en las Antillas (III): Santo Domingo

Entramos a la ciudad por una zona de apartamentos. No pasan de diez plantas, pero son seguramente los edificios más altos que hemos visto en todo el viaje. Aquí aún no han llegado las rondas de circunvalación, así que en el camino hemos atravesado una ciudad de más de 200.000 habitantes en la que las casas no tenían más de dos pisos. Altas o bajas, no puedo resistirme a los tonos pastel de todas las construcciones. Le da a las ciudades ese toque alegre que a veces se echa en falta en las grises urbes europeas.

Conforme nos acercamos al centro histórico, echo en falta el bullicio que a todas horas encontraba caminando por La Habana. Poco a poco descubro que el encanto de estas calles y monumentos reside en su condición de escenario de destacados episodios en los últimos cinco siglos de historia de las Indias Occidentales: conquistadores, corsarios, emigrantes y tantos otros caminaron antes por donde yo lo hago hoy.

La Catedral Primada de América, templo principal de la ciudad, fue la primera en construirse al otro lado del Atlántico. La hicieron bien. Salvo alguna limpieza para devolverle el color a la piedra y la sustitución de la solería, no ha sufrido grandes restauraciones por el momento.

Además de gentes temerosas del Señor, por allí pasó el pirata Drake, que uso el edificio como refugio durante su asedio a la ciudad en 1586. En una de las capillas laterales, que usó como dormitorio durante su estancia, una estatua con la mano cortada es, según los lugareños, testigo de su visita. Cuentan que ordenó la amputación porque le gustaba dormir recostado sobre la figura y la mano que sobresalía se le clavaba en la espalda. Eso sí que es un pirata hecho y derecho, no los Jack Sparrow que nos vende Hollywood.

De la etapa colonial también queda el Alcázar de Colón, desde donde el hijo del descubridor, Diego, ejerció los privilegios que la Corona atribuyó a su padre en el Nuevo Mundo. Aparte de servir como testimonio de la primera arquitectura colonial, el interior no merece mucho la pena, de no ser por las vistas de la ciudad desde sus terrazas. Nos cuentan que fue restaurado y amueblado por Franco y su colega dictador dominicano, Trujillo, – ambos con pésimo gusto – en los años 50.

Saliendo de la zona monumental llegamos al Malecón, donde el río Ozama se encuentra con el Caribe, que acoge los grandes hoteles de la ciudad. Está desierto, seguramente hasta que caiga el sol. Después de atravesar la zona gubernamental, de amplias avenidas y majestuosos edificios, nos topamos con China Town, uno de esos barrios donde la raza negra ha ido borrando con los años los rasgos orientales de los asiáticos llegados a la isla.

Abandonamos la ciudad por una autopista que bordea la costa. Una frondosa vegetación rodea la carretera. El mar tiene un color precioso. Me recuerda a una escena de la segunda parte de El Padrino – le llegada de Michael Corleone en coche a La Habana – que precisamente recreó aquí los escenarios cubanos para esquivar el veto de Fidel. No estoy seguro de que sea el mismo sitio ni yo soy Al Pacino, pero el lugar es de película.

jueves, 23 de junio de 2011

Tintin en las Antillas (II): Carteles

“Llegó papá, al rescate de nuestra nación”. Con ese rotundo mensaje, el ex presidente Hipólito Mejía – del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) – vuelve a presentarse como candidato a la presidencia de la República.

Paseando por cualquier lugar de la América Latina es fácil reconocer usos del idioma que en la madre patria ya se consideran arcaicos. Sin embargo, en ocasiones hay que admitir que tienen una virtud: sus mensajes son mucho más directos.

En los primeros cuatro años de mandato de Hipólito, el país vivió una de las peores crisis económicas de su historia. Sin embargo, “papá” no se corta un pelo en presentarse como el salvador de todos los dominicanos. Queda un año para las elecciones y calles y carreteras ya están inundadas de lemas, todos en este tono.

Y no sólo se quedan en los carteles. En las cadenas de televisión nacionales encuentro entrevistas, debates y todo tipo de informaciones políticas en las que los representantes de los partidos hablan a sus seguidores con pasión y vehemencia de sus planes. Me queda en la memoria una escena en la que uno de los candidatos toma juramento a quienes van a acompañarlo en su lista, una masa enfervorecida que responde al unísono con voz firme, como si les fuera la vida en ello.

Mientras en España los grupos – tanto los mayoritarios como los que no lo son tanto – repiten una y otra vez palabras cada vez más vacías como “cambio”, “futuro” o referencias a la importancia del voto de cada ciudadano, al otro lado del Atlántico saben aprovechar bien cada metro de papel que gastan y cada minuto de televisión.

No sé cuál de las dos fórmulas es más eficaz. Lo que sí me queda claro es que con el modelo latinoamericano la disputa es más entretenida y uno se entera mejor de lo que hablan sus políticos.

miércoles, 22 de junio de 2011

Tintín en las Antillas (I): Maniobras de aproximación

El azar, las prisas y las ofertas de última hora nos llevan a Milú y a mí al Caribe, un destino que nunca había estado entre nuestras prioridades pero que, por qué no, merece nuestra visita tanto como cualquier otro rincón del mundo. Al poco descubrimos que la casualidad también se ha querido unir a este cóctel de circunstancias. Mientras esperamos para subir al avión, recordamos que hace apenas seis meses – que hoy parecen media vida – hacíamos cola ante la misma puerta de embarque para volar a Bangkok. El listón está muy alto.

Tras ocho horas de vuelo rodeados de un grupo de colegiales ansiosos por beberse todas las reservas de ron de la isla, al fin avistamos las blancas playas de La Española. Lo primero que llama la atención desde el aire es la abundante vegetación del lugar. El verde lo inunda prácticamente todo. Apenas se ven núcleos de población ni carreteras. Largos caminos de tierra parecen ser las únicas vías de comunicación hasta que nos acercamos al aeropuerto, del que nace algo parecido a una autopista. Al menos está asfaltada.

A pesar del atractivo turístico de las costas, parece que el desarrollo no ha llegado tierra adentro. La impresión se confirma nada más aterrizar. Donde uno espera ver una terminal de cemento y cristal se levanta una gran choza de madera, paja y piedra con algunas vigas metálicas. Grandes ventiladores cuelgan de los altos techos a dos aguas. Diría que lo más moderno del lugar es la cinta portaequipajes. Pero, pensándolo bien, en realidad es una inútil maquinita en la que los recién llegados han de picar – a modo de bonobús – su tarjeta de entrada al país, adquirida cinco metros más atrás a un agente de aduanas por el módico precio de 10 dólares americanos, 10 euros para los desprevenidos que no cambiaron.

La estampa la completa el agobiante calor. Aunque no es la primera vez que aterrizamos en latitudes tropicales, el aire espeso aún nos coge desprevenidos al salir del avión. La humedad exterior y el propio sudor acaban con la camisa pegada al cuerpo en unos pocos segundos. Las primeras fotos del lugar son borrosas. El objetivo de la cámara se ha empañado.

domingo, 22 de mayo de 2011

Números que dejan preguntas

Los dos grandes partidos nacionales han perdido casi dos millones y medio de votos respecto a las últimas elecciones municipales. Sin embargo, entre los tres siguientes partidos más votados en todo el país la variación es bastante escasa. CiU gana 25.000 votos e IU 75.000, mientras que ERC ha perdido 85.000 votos. Aunque los movimientos sociales de la última semana no tenían un portavoz oficial, se especulaba con que sus mensajes iban a beneficiar a las fuerzas pequeñas y el número de votantes crecería notablemente. El índice de participación ha crecido apenas un punto, la abstención ha bajado algo más del 2 por ciento y los votos en blanco y nulos sólo crecen algo más de medio punto. Los primeros siguen siendo los primeros y los demás siguen estando por debajo y muy lejos. ¿Ha cambiado algo?

Un partido que cuenta su historia en meses se ha colocado como la sexta fuerza más votada en todo el país. Más de 300.000 personas han decidido dar su apoyo a Bildu, que consigue 88 alcaldías por mayoría absoluta. Un sector importante tanto de vascos como de navarros ha decidido que este grupo los represente en las instituciones municipales. ¿Convierten estos datos en correcta la decisión judicial de no ilegalizar la formación?

La crisis económica ha perjudicado a un número incalculable de empresas y particulares y deja por el momento casi 5 millones de parados en todo el país. Tanto Zapatero como Griñán han apuntado ésta como la causa por la que los ciudadanos han decidido castigar a su partido. ¿Tendrá más consecuencias esa reflexión?

El PP ha conseguido 20 concejales en el ayuntamiento de Sevilla. Escucho a los compañeros de Canal Sur Radio entrevistando al que será nuevo alcalde. Al despedirse de los oyentes, Zoido exclama eufórico: “buenas noches, que tengan mucha suerte”. ¿Qué habrá querido decir?

lunes, 9 de mayo de 2011

Lunes de resaca

Por un momento parece que el resto del mundo no importa cuando el redactor de Economía destapa su arte flamenco y empieza a cantar sevillanas marcando el compás con su caña. Se vuelven a revivir emociones como la euforia por conseguir burlar a un portero, una sensación que creí que no se volvería a repetir casi una década después de superar la mayoría de edad. Y quedan, como no, escenas surrealistas para el recuerdo, como la de esa asiática que se acercó a Milú pidiéndole que posara para hacerle una foto a su traje. Yo digo que era una turista japonesa, de esas que hacen fotos a todo, pero si el año que viene las tiendas de chinos están inundadas del mismo modelo tendré que admitir que fallé en mi diagnóstico.

Pero cuando la Feria da para mucho, la resaca también dura más de la cuenta. Por suerte, el sueño es el principal y casi único síntoma de los excesos del fin de semana. Hace tiempo que dejé de ser un juerguista incansable, pero las vueltas de la vida me han hecho volver a mi etapa de apogeo fiestero, allá por los tiernos dieciocho años.

De todo lo vivido, me quedo con los reencuentros. Con los acordados por teléfono y con esos tropiezos casuales con viejos compañeros de fatigas a los que hace siglos que no ves. Porque la mezcla entre el tiempo pasado y la fiesta vuelven a convertir a dos personas en los mejores amigos. Y lo mejor de todo es que, contra lo que se pudiera pensar, en la mayor parte de los casos es un proceso bastante sincero y nada hipócrita.

Es verdad que nos quedó mucha más gente por ver, aunque tal como se han ido sucediendo las cosas nos podemos dar por satisfechos. El martes pasado, a eso de las dos de la tarde, andábamos Milú y yo planeando nuestra primera aproximación ferial. Y, al final, terminamos pasando la noche en Granda.

Pero todo se acaba y hay que volver a la realidad. Creo que la expresión “martes de resaca” todavía no está muy generalizada, así que me voy a dormir.

jueves, 5 de mayo de 2011

- - - - - - - - - - - Un lugar donde dormir - - - - - - - - - -


Tengo una silla, tengo una cama,
Tengo una tele y no se ve nada.
Tengo silencio, tengo ventanas,
Tengo unas velas que no me hacen falta.
Tengo una escoba, .tengo almohadas,
Tengo un armario lleno de cajas.
Tengo unas flores, no tengo mantas,
Tengo comida precocinada…

Y hasta los viernes esta es mi casa
Con su desorden y sus ventajas.
Aquí despierto cada mañana
Viendo tras los cristales Granada.

domingo, 1 de mayo de 2011

El revisor

Abro los ojos y siento que el motor se para. Por la ventanilla del tren veo el cartel de la estación de Pedrera. No sé por qué siempre que hago este recorrido mi despierto en el mismo sitio. Lo último que recuerdo es que intentaba no dormirme esperando que pasara el revisor comprobando los billetes. Siempre es un fastidio que te despierten.

Aunque llevo mi pasaje entre las manos, no creí que eso fuera suficiente. He visto la misma escena en trenes de varios países. El revisor llega ante un viajero dormido, primero le da una palmadita en el hombro y, si eso no funciona, vuelve a insistir zarandeándolo suavemente. Ni un aviso verbal, ni una tos, solo un ligero movimiento de mano. Todos lo hacen igual.

En cuanto salimos de la estación, el revisor atraviesa mi vagón dirigiéndose sólo a los viajeros que acaban de subir. Al verlo comprendo por qué no me ha molestado. Estaba en la entrada del andén comprobando todos los billetes cuando subimos al tren, ya que era la primera estación del recorrido. En aquel momento no pensé que fuera a viajar con nosotros, porque no llevaba el traje oscuro que suelen llevar todos sus compañeros. Ahora que lo observo bien, me doy cuenta de que si lleva la camisa y la corbata habituales. Es más, del bolsillo sobre su pecho sobresale la patilla morada de unas gafas. Curiosamente, el color corporativo de la compañía de ferrocarriles. Aunque no suelo notar esos detalles, esta vez me fijo porque hace una semana me regalaron en una rueda de prensa un bolígrafo que escribe precisamente en ese tono.

De pronto, se me ocurre lo parecidos y a la vez diferentes que son los oficios de revisor de tren y azafata de avión. Aunque no soy amigo de estereotipos, hay casos en los que hay que rendirse a la realidad: el revisor es un hombre, de entre 50 y 60 años, con gafas y con algún kilo de más. Por mi experiencia como viajero, me atrevería a decir que todavía son pocas las mujeres en estos puestos. De hecho, no recuerdo haber encontrado a ninguna. Sólo en el AVE, aunque creo que eso es precisamente porque quieren parecerse a un avión.

Por lo demás, no sólo me parece un oficio tan digno como cualquier otro, sino que siempre ha tenido mi admiración por su habilidad para recordar las caras. Uno puede viajar cinco horas en el mismo tren y estar seguro de que el revisor sólo le pedirá el billete una vez. Ya me gustaría tener esa memoria fotográfica tan inmediata.

domingo, 24 de abril de 2011

Domingo de Resurrección

Sé que llevo demasiado tiempo sin escribir por aquí. La forma más elegante de justificarme sería decir que he estado pasando un bache creativo. Quizá me ha afectado más de lo esperado el cambio de ciudad. Pero es un argumento duro de digerir para alguien que solía considerarme un ciudadano del mundo, deseoso de conocer nuevos lugares. Puede que me esté haciendo mayor. Sin embargo, no pasa un día sin que alguien me pregunte si soy el nuevo becario. Lejos de preocuparme, eso me tranquiliza.

Pero poco importa ahora cuánto tiempo ha pasado y cuáles fueron las razones. Las preguntas van contra la esencia de esta semana que termina y del Domingo de Resurrección. El caso es que el reportero - entre actos políticos, compromisos con famosos actores y bacaladas varias – de vez en cuando tiene la suerte de asistir a escenas que, por repetidas y programadas hasta el milímetro, no dejan de ser sorprendentes. La que me ocupa en este caso es el desembarco y posterior desfile de un centenar de legionarios ante la atenta mirada de la multitud, que aguarda durante horas en el mejor sitio para verlos pasar delante suya apenas un minuto o dos.

Mi editora – que lleva ya mucho tiempo en el sur, pero que creció en tierras más serias – no termina de entender la gran expectación de la cita cuando se la anuncio a primera hora de la mañana. Yo tampoco comparto la admiración de mis paisanos temporales por aquel evento social. Con el paso de las horas, he de reconocer que semejante postal bien merece ser vista y, en mi caso, contada. Aunque seguramente no coincidimos en los motivos.

Un barco de transporte asoma por la bocana del puerto. El sonido de los tambores y los gritos de los hombres van invadiendo poco a poco el lugar. El novio de la muerte suena cada vez con más fuerza mientras la nave se aproxima a tierra. Una gran demostración o, mejor dicho, una gran exhibición de la irracionalidad militar. Ciento cincuenta tíos que llegan de África chillando como verracos para cargar sobre sus hombros – porque para eso son muy machos – un Cristo de madera. El país puede estar tranquilo. Yo, al menos, duermo mejor desde entonces.

Cuando por fin bajan al muelle, el ritmo de los tambores les marca un paso ligero y en poco más de un minuto han terminado de pasar ante mí. A unos pocos metros, también observan la escena las autoridades pertinentes, encabezadas por el alcalde de la ciudad y el Jefe del Estado Mayor de la Defensa. La noticia abre el boletín horario de mi cadena. No sé si me consuela o me preocupa ver que estamos casi todos allí: teles nacionales, radios, periódicos locales. Es el tema del día. Para mí es un espectáculo más, como los Beefeaters o la Guardia Suiza, pero con un toque español.

jueves, 3 de marzo de 2011

Tiempo

El tiempo puede pasar muy despacio cuando uno tiene obligaciones engorrosas o cuando simplemente no hay nada que hacer. Por el contrario, si uno se propone muchas metas a la vez o está disfrutando con lo que hace parece que cada minuto pasa más deprisa. En ambos casos, el resultado al final es el mismo: tenemos la sensación de haber perdido el tiempo, de no haberlo aprovechado bien.

Cuando cumplí 18 me regalaron un reloj y llevo una década viendo pasar la vida a través de sus manillas: levantarse a las siete, en clase a las ocho y media, una rueda de prensa a las once, otra cuarenta minutos después en la otra punta, no salgo del trabajo hasta las tres, nos vemos para un café a las cinco, mi avión sale a las ocho, en el cine a las diez, son las cuatro y nos cierran el bar…

Y a pesar de eso, como no soy rencoroso, le he comprado no sé cuántas pilas para que siga andando, le he puesto enganches nuevos a la correa y lo he cambiado de hora cada vez que he salido de mi franja horaria. En el fondo, no puedo vivir sin él. Eso sí, sólo he conseguido retrasarlo el último domingo de octubre, cuando lo mandan quienes gobiernan en esto del tiempo. Pero la hora que se gana en otoño se pierde en primavera, así que no he conseguido nada.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Tintín entrevista a Tintín

Las entrevistas nunca fueron lo mío, pero la ocasión merece una y el protagonista probablemente no se volverá a ver en otra. Este 23 de febrero – fecha hasta ahora recordada por sucesos menos agradables – el blog cumple un año y no se me ocurre mejor ocasión, o mejor excusa, para entrevistarme a mí mismo.

¿Cómo surgió el blog?
Nació como un pequeño reto. Estaba atravesando un bache: demasiado tiempo sin trabajar y pocas perspectivas de futuro. Creo que necesitaba demostrarme que todavía era capaz de escribir, de contar cosas. En definitiva, que aún servía para el oficio. Un día bajé a la peluquería junto a casa y cuando salí me quedé pensando en que lo que allí pasaba en una mañana cualquiera tenía cierto interés. Ya que llevaba tiempo sin contacto con políticos, artistas y demás personajes públicos, las escenas cotidianas parecían un buen comienzo.

¿Por qué Tintín?
Pudo ser cualquier otro, pero cada uno tenía sus pegas. Estaba Indiana Jones, pero es un mujeriego con éxito, y eso no encajaba mucho conmigo; entre Asterix y Obelix no lo tenía muy claro, pero beberse una poción cada vez que hay problemas me parecía una apología del alcoholismo demasiado evidente; Han Solo es un sinvergüenza charlatán, y yo tengo fama de ser de pocas palabras; y Skywalker un flipado que habla con sus amigos muertos. Al final, Tintín era el que mejor cuadraba en el perfil del escritor: periodista, viajero y de personalidad bastante simple, siempre intentando ayudar a los buenos y hacer lo correcto.

¿De verdad crees que a la gente le interesa lo que escribes?
Supongo que muchas veces no. Aun así, en este año he tenido casi 1.100 visitas a 58 textos. No me importa que no sean demasiados, pero quiero pensar que algún día leyeron algo que les gustó. Al menos se ha intentado. Por los comentarios que me dejan, creo que los diarios de viaje han sido lo más atractivo, pero el presupuesto no me llega para escribirlos más a menudo. En cuanto a los demás, no sé si interesan mucho o no, pero siempre se agradece cualquier comentario al respecto.

¿En qué piensas cuando escribes?
Normalmente la idea de cada texto me surge de pronto – en casa, trabajando, de paseo – y poco a poco lo voy desarrollando mentalmente. Así que mientras escribo mi única preocupación es recordar todo lo que he pensado antes. Cuando más vueltas le doy al tema es una vez terminado. En ese momento, a veces se me ocurre que he sido demasiado políticamente incorrecto, que alguien en particular no debería saber que yo he dicho eso o, simplemente, que el texto es una mierda. Por eso, muchos acaban escondidos en una carpeta de mi disco duro. Puede que algún día salgan a la luz. Así hicieron los Beatles tres Anthologies, ¿no?

¿Cómo afronta Tintin su segundo año en el ciberespacio?
La trayectoria del blog refleja bastante la de mi vida y la verdad es que no sé hacía dónde irá mi vida de aquí a un mes. Así de inquietante – o de interesante – es mi existencia. Pero por ganas no será. Ya se me irán ocurriendo cosas.

lunes, 14 de febrero de 2011

Un lunes de invierno

Veo la lluvia a través del marco verde de mi ventana. El gris del cielo se va haciendo más oscuro conforme avanzan las manillas del reloj. No hay mucha más luz dentro de casa, sólo la que da el flexo encendido sobre mi escritorio. Una canción de Dylan suena por los altavoces del ordenador. Pura casualidad, o al menos eso se le supone a la función de reproducción aleatoria. Sin embargo, me parece la banda sonora ideal para el momento.

El pelado de primera hora de la tarde me ha despejado las ideas, revueltas después de una mañana de lunes muy larga. Y del barullo de la peluquería – en la que tres o cuatro paisanos se reían de un brasileño que no ha hecho más que hablar de sexo desde que se ha bajado de su bicicleta pintada con la bandera jamaicana – he pasado al silencio de casa, sólo roto por la música guardada en mi disco duro. Es curiosa la multiculturalidad y las escenas que trae a Triana.

Un vaso de leche se calienta mientras da vueltas en el microondas. En unos minutos será un chocolate a la taza y unas galletas lo acompañarán esófago abajo. Cuanto bien han hecho los preparados instantáneos.

Cada época del año tiene sus encantos y este mes toca disfrutar, entre otras cosas, de la tranquilidad del hogar. Las tardes cada vez son más largas, pero nunca lo suficiente como para hacer todo lo que uno quisiera. Pronto será de noche, lo que no me importaría si no hubiera que pensar en la mañana siguiente y en el resto de la semana. El trabajo espera. Por suerte. Por ahora.

Tintín en el cine: También la lluvia

El bombardeo mediático en torno a los Goya ha sido la excusa perfecta para recordar que hace demasiado tiempo que no voy al cine y aún más que no veo una española. Aunque al final no se ha llevado el premio a mejor película, creo que no ha sido una mala elección.

Lo primero que se me ocurre es que la peli representa bastante bien lo que vienen ofreciendo las producciones nacionales desde que hay algo más que las españoladas de Paco Martínez Soria o las neo-españoladas de Almodovar. Mezcla un poco de todo. Está Luis Tosar, que se ha convertido en el duro del cine español después de su exitoso paso por la trena; el mejicano Gael García Bernal, que hace de chico sensato y sensible; y el chorra por excelencia, Karra Elejalde, que da su toque personal al personaje de Colón y pone un poco de alegría y buen humor en una historia que, de otra forma, hubiera sido una auténtica tragedia.

También es interesante la combinación de escenas de los personajes protagonistas con las de la película que ruedan en Bolivia. Entre ambas reflejan el paralelismo entre la forma en que los españoles pisotearon a los indígenas a su llegada al nuevo mundo y como los siguen tratando las autoridades en su país, que en la película aparecen como blancos enchaquetados y con muy mala leche. Nada que ver con Evo Morales, su sonrisa y su jersey de lana.

Por lo demás, recursos demasiado manidos que quizá no hicieran falta esta vez: una niña para dar un poco de pena, escenas de acción para compensar y largos diálogo que aportan poco al argumento pero indispensables para que el director de turno presuma de sus profundos pensamientos.

Como valoración resumen, no me pediré el DVD por reyes, pero no me importará verla cuando la pasen en la primera. Me quedo, además, con una lección aprendida: es preferible entrar en la sala sin muchas esperanzas y dejar que te sorprendan a llegar ilusionado y que te decepcionen.

miércoles, 2 de febrero de 2011

El día que los poderosos se jiñaron

Desde lejos, sigo con atención lo que sucede estos días en los países árabes. La historia se construye por ciclos, pero es llamativo como en unos pocos días tantos pueblos han tocado a rebato y se han levantado contra los regímenes que los controlaban desde hace décadas. Los métodos no son nuevos: llevar la movilización a las calles, colapsar el país y forzar un cambio. Lo significativo son los resultados.

Qué Mubarak se abrace a su sillón y no lo suelte ni con agua caliente o que Ben Alí se haya dado el piro a las primeras de cambio no sorprende demasiado. Son las dos opciones más repetidas en estos casos. Lo que más me ha impresionado de la situación son las medidas que algunos mandatarios han tomado para evitar las movilizaciones antes incluso de que se produzcan. De acuerdo que siguen siendo decisiones populistas y totalitarias, pero tienen su significado. Un claro signo de que los poderosos conocen la debilidad de su posición y de que el pueblo tiene más fuerza de la que parecía.

Es significativo que el camino a la democracia – el poder del pueblo – pueda empezar precisamente con una demostración de poder del pueblo. Paradójicamente, una vez que el régimen democrático se estabiliza, el ejercicio del poder queda limitado a las citas con las urnas y a protestas esporádicas reguladas por las leyes que desarrollan el derecho de manifestación. Mientras, la clase gobernante actúa sin miedo, legitimando sus actos en las atribuciones de una constitución y un puñado de papeletas.

Salvando las distancias, recuerdo un caso en un régimen democrático cuyo presidente del gobierno decidió entrar en una guerra en tierras lejanas a pesar de que medio país se lanzara a la calle para pedir lo contrario. Toda una lección de democracia, que quizá no venga mal recordar en estos días: dar a un gobierno el poder de la mayoría absoluta priva a la ciudadanía de cualquier capacidad de influencia en sus decisiones, que sin embargo se toman en nombre de todos.

Volviendo a la actualidad, ha sido importante la reacción de la comunidad internacional, que sin posicionarse claramente, ha dejado ver que está del lado de los revolucionarios. Quizá porque los líderes mundiales les dan la razón a los ciudadanos o simplemente porque ven próximo el cambio y no quieren dejar de lado a los vencedores. Es curioso que ciudadanos que viven a miles de kilómetros de sus fronteras les den más miedo que los de su propio país. En cualquier caso, todo un gesto.

Y en medio de todo este cacao, va Bisbal y la lía. Yo también espero, David, volver a ver más gente por las pirámides. Incluso me gustaría regresar yo mismo algún día. Me falta por entrar en una. ¡Faraón Mikerinos, tenemos una cita pendiente!

viernes, 28 de enero de 2011

La misma canción, el mismo problema

Una casualidad – bastante extraña, por cierto – me ha llevado a descubrir en YouTube una versión del ochentero We are the world, grabado en conmemoración del 25 aniversario de la primera versión y esta vez dedicado a Haiti. Los arreglos y llas voces han cambiado, pero el mensaje sigue siendo el mismo. Para el vídeo, los niños del cuerno de África también han dejado su sitio a los haitianos, aunque su problema es bastante parecido: la miseria.

Distintos protagonistas, separados por un cuarto de siglo y varios miles de kilómetros que sin embargo tienen mucho en común. Lo más visible es el color de su piel. Y es que hemos avanzado en la lucha contra el racismo, pero los negros siguen llevándose la peor parte del pastel.

En un nivel más abstracto quedan problemas como las inclemencias naturales – las sequías para los africanos o los terremotos y las tormentas tropicales para los haitianos – que parecen siempre el inicio del problema, pero que en realidad no son más que un factor añadido a la situación de caos generalizado que viven estos países. Mientras las políticas de cooperación se limiten a mandar comida y hospitales de campaña para atender a los más desfavorecidos y no miren más arriba, tenemos We are the wolrd para rato.

Escuchando la canción también se me ocurre que hace demasiado tiempo que no oigo hablar del hambre en África. Quizá ya comen bien gracias a Bob Geldof. En cualquier caso, señores del telediario, también me gustaría enterarme si hay buenas noticias. Cuesta imaginarlo, viendo como está el patio en el mundo desarrollado.

Por cierto, os dejo el vídeo en cuestión por si alguien quiere verlo.

sábado, 22 de enero de 2011

Salud

Nunca he sido muy aficionado a ir al médico. De hecho, a pesar de que la ciencia no me desagrada, creo que mi fobia a las batas blancas me apartó de cualquier carrera que me hubiese llevado a un laboratorio o cualquier otro lugar donde hubiera que llevarlas. Por eso, desde mi rol de acompañante, observo más inquieto de lo habitual todo cuanto sucede a mi alrededor.

Estoy en el único centro de salud del pueblo y, a estas horas ,el único de guardia en la comarca. El mismo espacio sirve de recibidor y sala de espera. Cada vez se va llenando más. Salvo algunos que vienen para una cura, los síntomas de la mayoría de pacientes son los mismos: tos, fiebre, mucosidad, malestar. Enero en su máximo explendor.

A mi lado, una chica de no más de dieciséis años ameniza mi espera con un sonoro concierto de tos seca. Dice que tiene mucha fiebre y que le duele todo. Si no me contagio de ésta es que estoy hecho un toro.

Mientras espero, hay algo que me asombra, me alarma, me enfada… El administrativo que toma nota de los pacientes que van llegando también apunta sus síntomas. Hasta ahí normal. Pero a continuación, emite su propio diagnóstico de los recién llegados o se permite opinar sobre el tratamiento que siguen los que ya han venido hace varios días y vuelven porque no mejoran.

De esto debe ser de lo que hablan cuando alertan del peligro de la automedicarse. Y mientras la administración sanitaria lucha contra ello, en sus propios centros se practica como si tal cosa. Menos mal que los que lo están escuchando van a entrar en un momento a ver a un médico de verdad.

Lo de los médicos a veces me recuerda a los periodistas: parece que todo el mundo entiende sobre su trabajo. La diferencia es que a ellos al menos les suelen pedir su título para acceder a un empleo.

domingo, 16 de enero de 2011

Tintín en Tailandia (X): Epílogo

Este cuento se acaba y hay que irse a dormir. Para los que aún no han cogido el sueño, he guardado una pequeña historia para cerrar este relato. Llega al final, pero de algún modo es el principio de todo.

Una mañana de 6 de enero de algún año a principios de los noventa, un niño se levanta de su cama cuando todavía no ha amanecido. Corre por el pasillo a oscuras hacia el salón para empezar a abrir los regalos de los Reyes Magos. Después de los paquetes más grandes, cuyo contenido no viene ahora al caso, se fija en una serie de pequeños envoltorios, todos de un tamaño similar y recubiertos con el mismo papel de regalo. Uno por uno, va descubriendo una colección de miniaturas de aviones, cada uno de un modelo y de una aerolínea.

La mayoría le son familiares, gracias a sus primeros viajes en avión. Hasta entonces han sido pocos, pero suficientes para aprenderse la sección dedicada a la flota en la revista de Iberia y para identificar los colores de las distintas compañías mirando por la ventanilla mientras el avión rueda entre la pista y la terminal.

Hay un DC-10 de Iberia, un McDonald-Douglas de Alitalia, un Airbus 320 de Swiss… Pero el modelo estrella es el 747. Es más grande que los demás, tiene cuatro motores y un segundo piso en la parte delantera. Un avión con dos plantas: ¡es la leche! Hay dos, uno de Air France y otro de Thai Airways. Conoce la aerolínea francesa, pero que es eso de Thai.

Su padre se encarga de contarle que es la línea nacional de Tailandia. Sí, que está en Asia, pero eso tampoco aclara mucho. Francia está llena de franceses, unos tipos incapaces de pronunciar la erre y que comen mucho queso. En París tienen la Torre Eiffel. La subió hace unos años, andando. También ha ido a Eurodisney. ¿Y en Tailandia que hay? ¿Quién vive allí?

Han pasado muchos años y aquel niño, que no es otro que el que escribe estas líneas, vuela de vuelta de Bangkok a Madrid en un avión como ese con el que jugó tantas veces y que, un poco despintado y con un tren de aterrizaje menos, sigue en una repisa de su habitación. Vuelve cargado de fotos, de notas, de recuerdos y de experiencias. Y, de repente, aquel recuerdo vuelve tan claro como si fuera de ayer. Una cosa menos en la lista de sueños pendientes.

Después de siete u ocho horas de viaje empieza a salir el sol, creo que sobre Turquía. Y cuando ya queda poco para que acabe este viaje, mi mente solo se plantea tres preguntas: ¿para cuándo el próximo viaje? ¿dónde nos llevará? Y, la más urgente ahora, ¿cuándo nos traen el desayuno?

sábado, 15 de enero de 2011

Tintín en Tailandia (IX): Las mejores sorpresas se encuentran (por Milú)


El sol sale para que nada deje de ser perfecto en nuestro penúltimo día en la isla Phi Phi Don. Así que desde muy temprano empezamos a disfrutar del mar y del sol. Estamos alejados de la gente, sólo rodeados por árboles y agua. Para mí, es uno de los días más maravillosos del viaje. Sin embargo, Tintín creo que empieza a aburrirse de tanta arena.

Nos queda pendiente una escapada a la playa de Maya Bay, que hasta ahora hemos retrasado porque un día estaba nublado, otro día iba a llover… Pero en realidad nos damos cuenta de que no nos apetece porque nos imaginamos otra cala más llena de guiris. Sin embargo, nuestras inquietudes por seguir viendo hacen que nos levantemos de las tumbonas sobre la una del mediodía, cuando los visitantes de esa zona se marchan de nuevo a Phuket porque sale el último barco de regreso.

Decidimos como siempre ir por nuestra cuenta. Empezamos a pasear por la arena y nos encontramos a nuestro amigo el barquero, que también nos llevó ayer a Phi Phi Town, y rápidamente nos saluda. Acordamos precio y empezamos los descubrimientos.

Primero llegamos a varias bahías y nuestras bocas y ojos se abren de par en par. Seguimos para adentrarnos más entre rocas llenas de vegetación y con un agua de un color tan azul que nunca había visto. De pronto, nuestro acompañante empieza a echar pan al agua y aparecen miles de peces de colores. También nos ofrece gafas y tubos de bucear y me sumerjo. “Very, very beautiful”. Y a Tintín le digo “baja”. Muy pronto estamos los dos descubriendo y disfrutando del paraíso marino.

Sigue nuestra excursión y a lo lejos vemos una pequeña playa escondida. El barquero nos habla, pero no nos enteramos. Pensamos que nos ofrece hacer algo más a cambio de un poco de dinero extra, pero su inglés sólo es acertado con los números. Y finalmente le decimos que sí. Llegamos a la orilla. Nada más bajarnos de la barca entendimos todo: había que pagar 200 bhats por parar allí. Todo merecía la pena. No paramos de mirar a nuestro alrededor. Para mí el paraíso, como para muchos cristianos el cielo. Ese mar en medio de palmeras y centenares de árboles, una arena tan fina que apenas mis pies la sentían, las rocas, los peces…

La noche también apunta maneras. Estamos viendo la peli The Beach en lo alto de una colina bajo las estrellas. A lo lejos se ve una tormenta que, por suerte, no nos afecta en absoluto. Ha sido un día lleno de sorpresas.

Se acerca el fin de nuestro viaje y la nostalgia nos acompaña. Tintín y yo intentamos grabar para siempre en nuestras retinas la estampa de este mar cristalino. Creo que nunca podremos olvidar las imágenes, los olores, los ruidos y las miles de anécdotas vividas en Tailandia.

Me encantaría tener dos días más para seguir disfrutando de todo esto, aunque pasara las navidades lejos de la familia. Tintín tampoco quiere volver, aunque desde hace un rato el dolor de cabeza hace que no esté sonriendo tanto como de costumbre. Pero es mejor así, irse encantado de un lugar diciéndole hasta pronto.

viernes, 14 de enero de 2011

Tintín en Tailandia (VIII): Chanclas

Ko Phi Phi Don – 21.12.2010
En la zona más plana de la isla, entre dos bahías, se encuentra el único pueblo de este minúsculo archipiélago. Creo que ni siquiera se han molestado en ponerle nombre. Al menos, yo no lo he visto en ningún mapa. En realidad es una aglomeración de chiringuitos y tenderetes entre los que se levantan algunas casas, todas ocupadas por tiendas, bares y restaurantes de todo tipo y negocios turísticos: centros de buceo, locales de masajes, albergues y hoteles.

Aunque a ras de suelo el lugar no es nada especial, una colina vecina ofrece una vista excepcional. Eso sí, el que llega arriba se la merece. Entre el esfuerzo de la subida y la humedad, he sudado como no recordaba haberlo hecho nunca. De vuelta al pueblo, un grupo de monos se ha cruzado en el camino y no nos ha dejado pasar hasta que los turistas – que iban llegando poco a poco desde el mirador – los hemos superado en número y han decidido hacerse a un lado, aunque aún los sentíamos volar entre las ramas de los árboles sobre nosotros.

“Pí, pí” es el sonido más repetido en el pueblo y no se refiere al nombre de las islas. Son los ciclistas – junto a los monos, una de las especies más numerosas de la fauna local – que circulan a toda velocidad por las calles y avisan así a los peatones para que se quiten de su camino. Y es que sus vehículos son probablemente los más rápidos que existen en toda la isla, ya que no hay coches ni motos, y se creen los amos de la pista. Más visibles y más lentos son los maleteros, que tiran de grandes carros entre los hoteles y los embarcaderos llevando los bultos de sus huéspedes.

Seguramente es el único lugar con algo de bullicio en casi 50 kilómetros a la redonda. A media hora en barca de allí, estamos solos el sol, las olas, la arena, una ligera brisa, Milú y yo. De vez en cuando levantamos la vista al escuchar el ruido de una lancha que pasa a unos metros o vemos a una pareja que camina por la orilla. Y nada más.

No se escuchan las conversaciones a voces de la sombrilla vecina – porque no hay – ni la madre llamando a su hijo por toda la playa para que se coma el bocadillo de tortilla.

Esta calma invita tanto a pensar: recuerdos, planes, errores del pasado, incertidumbres para el futuro… Quizá demasiado para unas vacaciones, demasiado para alguien como yo, acostumbrado a la vida de la ciudad. Aunque admito que así casi, y sólo casi, me gusta la playa. Llevo tres días en chanclas, lo que se me ocurre que es un claro indicador de tranquilidad, de comodidad, de despreocupación y, por tanto, de felicidad.

martes, 11 de enero de 2011

Tintín en Tailandia (VII): Tranquilo

Holiday Inn Phi Phi Island – 19.12.2010
Hace ya varias horas que el sol se puso. El canto de los grillos se mezcla con el sonido de las olas a mi alrededor. Levanto la cabeza y me sorprende una gran luna llena despejada que hasta hace no más de diez minutos había estado escondida tras una densa capa de nubes.Frente a mí, a escasos veinte metros, observo el mar y me entran ganas de bañarme. A través de la valla de madera de mi bungalow se cuelan también las luces de una pequeña piscina alimentada constantemente por dos fuentes con forma de elefante.

Estamos ya en nuestra última parada antes de volver a casa. Tres días en el lugar más lejano y más perdido al que jamás hemos llegado: una pequeña isla en la que ni siquiera cabe una carretera. Un pequeño paraíso en pleno siglo XXI.
- - -
Entre el final del último párrafo y estas nuevas líneas, Milú y yo hemos tenido tiempo de inspeccionar los chiringuitos de la zona y remojar nuestros gaznates con los combinados locales. La banda sonora de la escena seguía corriendo a cargo del mar, que rompía apenas a medio metro de nuestros pies mientras bebíamos, y un dúo autóctono que destrozaba sin piedad clásicos de la historia del pop. No obstante, hemos pasado un buen rato haciendo voces y tarareando al son del Billy Jean de Michael Jackson o al Sex Bomb de Tom Jones mientras un par de americanos bailaban apasionadamente ante la agradecida mirada de los músicos.

Un mosquito da dos o tres pasadas sobre el cuaderno intentando leer antes que nadie mis notas. El efecto del repelente se debe estar pasando.

Si alguna vez he estado tranquilo, relajado, ha sido esta noche. No me apetece irme a dormir. Quiero disfrutar de esta paz todo lo posible. Algún día, seguramente no muy lejano, me vendrá bien tener reservas. A mi lado, Milú apenas hace ruido. Estoy seguro que piensa lo mismo que yo: que estos tres días sean los más largos de nuestras vidas.

lunes, 10 de enero de 2011

Tintín en Tailandia (VI): Elefantes

Es curioso lo que la cultura audiovisual es capaz de conseguir. Un animal capaz de matar a un hombre de un pisotón se ha convertido en uno de los miembros más simpáticos del mundo salvaje gracias a sus apariciones en la gran pantalla. Víctimas de ese sentimiento de complicidad con estos bichos de grandes orejas, patas rechonchas y elástica trompa, no hemos podido resistir la oportunidad de pasar unas horas observándolos de cerca, muy de cerca.

Acostumbrado a verlos en zoológicos detrás de un foso, impresiona cuando el primero pasa a tu lado caminando tranquilamente, por supuesto guiado por su cuidador. La leve lluvia que cae desde primera hora de la mañana ha embarrado el camino y las grandes huellas se quedan marcadas hasta que el paso de otros compañeros las destroza.

Por unos pocos céntimos, compramos un pequeño picnic para elefante, consistente en una piña de plátanos y varios trozos de caña de azúcar. Sus trompas se acercan lentamente mientras les vamos dando, una a una, las frutas y las porciones de caña. La forma en que las mueven recuerda a una serpiente que se enrosca y la sensación cuando te quitan la pieza de la mano es extraña. Una vez en su poder, la trompa vuelve hacia la boca, que apenas se mueve, por lo que parece que engullen rápidamente sin ni siquiera masticar.

Pero si resulta extraño estar junto a ellos, pasear sobre sus lomos es toda una experiencia. Nunca hubiera imaginado que se movieran tanto al andar. Cada paso supone en balanceo hacia el lado de la pata correspondiente. Es un vaivén lento y brusco, como los pasos del animal: hacia un lado, parada y hacia el otro lado… Y así casi una hora. ¡Qué fatiga!

El mundo se ve de otra forma desde lo alto de un elefante. Se ríe uno de los leones, reyes de la selva. El rey es ese que va delante mía y los de su especie, que con un palo de no más de medio metro consigue domar a una mole que pesa no sé cuántas veces más que él.

Bueno, o eso es lo normal. Porque nuestro elefante parece que no está muy domesticado. Él va a su ritmo, uno tranquilo y anárquico. De pronto, a la orilla de un camino llano y de una anchura aceptable tratándose de aquellos parajes, aparece lo que en España diríamos un camino de cabras – que en Tailandia debe llamarse un camino de elefantes – marcado únicamente por pisadas entre la hierba. Y al animalito se le antoja meterse por allí.

Así que si en el camino llano ya dábamos tumbos, en esa sucesión de cuesta arriba, cuesta abajo y vuelta a empezar aquello era una montaña rusa pisando huevos. Así que durante media hora hemos estado perdidos del mundo a lomos de un elefante. Menos mal que la ruta alternativa volvía al camino original. No me atrevería a decir que ha sido un paseo agradable, pero sí memorable.