domingo, 16 de enero de 2011

Tintín en Tailandia (X): Epílogo

Este cuento se acaba y hay que irse a dormir. Para los que aún no han cogido el sueño, he guardado una pequeña historia para cerrar este relato. Llega al final, pero de algún modo es el principio de todo.

Una mañana de 6 de enero de algún año a principios de los noventa, un niño se levanta de su cama cuando todavía no ha amanecido. Corre por el pasillo a oscuras hacia el salón para empezar a abrir los regalos de los Reyes Magos. Después de los paquetes más grandes, cuyo contenido no viene ahora al caso, se fija en una serie de pequeños envoltorios, todos de un tamaño similar y recubiertos con el mismo papel de regalo. Uno por uno, va descubriendo una colección de miniaturas de aviones, cada uno de un modelo y de una aerolínea.

La mayoría le son familiares, gracias a sus primeros viajes en avión. Hasta entonces han sido pocos, pero suficientes para aprenderse la sección dedicada a la flota en la revista de Iberia y para identificar los colores de las distintas compañías mirando por la ventanilla mientras el avión rueda entre la pista y la terminal.

Hay un DC-10 de Iberia, un McDonald-Douglas de Alitalia, un Airbus 320 de Swiss… Pero el modelo estrella es el 747. Es más grande que los demás, tiene cuatro motores y un segundo piso en la parte delantera. Un avión con dos plantas: ¡es la leche! Hay dos, uno de Air France y otro de Thai Airways. Conoce la aerolínea francesa, pero que es eso de Thai.

Su padre se encarga de contarle que es la línea nacional de Tailandia. Sí, que está en Asia, pero eso tampoco aclara mucho. Francia está llena de franceses, unos tipos incapaces de pronunciar la erre y que comen mucho queso. En París tienen la Torre Eiffel. La subió hace unos años, andando. También ha ido a Eurodisney. ¿Y en Tailandia que hay? ¿Quién vive allí?

Han pasado muchos años y aquel niño, que no es otro que el que escribe estas líneas, vuela de vuelta de Bangkok a Madrid en un avión como ese con el que jugó tantas veces y que, un poco despintado y con un tren de aterrizaje menos, sigue en una repisa de su habitación. Vuelve cargado de fotos, de notas, de recuerdos y de experiencias. Y, de repente, aquel recuerdo vuelve tan claro como si fuera de ayer. Una cosa menos en la lista de sueños pendientes.

Después de siete u ocho horas de viaje empieza a salir el sol, creo que sobre Turquía. Y cuando ya queda poco para que acabe este viaje, mi mente solo se plantea tres preguntas: ¿para cuándo el próximo viaje? ¿dónde nos llevará? Y, la más urgente ahora, ¿cuándo nos traen el desayuno?

No hay comentarios:

Publicar un comentario