domingo, 9 de enero de 2011

Tintín en Tailandia (V): Triángulo de oro

Factores geográficos e intereses turísticos han dado como resultado esta denominación tan poco original como imprecisa. Lo del triángulo tiene un pase, ya que la curva del río Mekong y la unión de uno de sus afluentes hacen de frontera natural entre tres países: Tailandia, Myanmar y Laos. Pero, a simple vista, no parece que el oro sea un producto característico de la región.

Si me hubiera correspondido a mí la decisión de bautizar el enclave, se habría llamado Triángulo del Opio, que suena casi igual pero tiene más fundamento. Y es que la confluencia de tres fronteras convierte a la zona en un punto caliente del tráfico de droga. De hecho, en la carretera desde Chiang Rai, que termina en la frontera con Muanmar, hemos podido ver exhaustivos controles de la policía tailandesa.

Los lugareños no tratan de esconder esa realidad. Una de las principales atracciones del pequeño pueblo situado en el lado tailandés del triángulo es la Casa del Opio. Como curiosidad. Llama la atención que el gran letrero en inglés que preside la entrada del edificio se completa con un paréntesis aclaratorio “(Museo)”. No vaya a ser que alguno entre queriendo comprar lo que no debe.

El otro punto de interés del pueblo es un monumento, que puede resultar llamativo e incluso hortera a los ojos occidentales, pero que allí debe ser lo más de lo más, ya que es un regalo que hicieron a su reina. Consta de dos elefantes gigantescos rodeados de recargadas columnas doradas. Una cola de turistas nacionales aguarda en la taquilla para subir por una pequeña escalerilla y hacerse una foto sobre los animales. No parece que a ningún foráneo le interese.

También podrían haber elegido el nombre del Triángulo del Vicio. Aunque es menos comercial, tiene su explicación. Además de la Casa del Opio del lado tailandés, en la orilla de Myanmar hay un gran casino construido allí por empresarios tailandeses para evitar las leyes contra el juego de su país. La entrada principal es un embarcadero en el Mekong preparado para recibir a todos los compatriotas que en su tierra no pueden disfrutar de cartas, ruletas y dados. Y en el lado laosiano, el gran vicio del siglo XXI: las compras. Un poblado de chozas de paja y bambú, zona libre de impuestos, ofrece al visitante buenos precios en tabaco, alcohol, falsificaciones y artículos de artesanía.

Pero dejando a un lado la presencia humana, los paisajes de esta esquina del país, que aún no ha sido invadida por grandes construcciones, bien merecen una parada, un tranquilo paseo por sus puestos y un recorrido en lancha por el río.

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