sábado, 28 de enero de 2012

La noche

Será el silencio a mi alrededor, la música que suena en mis cascos o que la cabeza lleva pensando todo el día y, antes de que se acabe la jornada, necesita dar a luz sus mejores productos. No sé por qué, la noche es frecuentemente un momento especial de creatividad. Pero no, hoy no toca contar qué me pasa por la cabeza. Al menos no directamente. Es demasiado complicado.

De hecho, si no fuera porque la gente suele dormir a estas horas y alguien se podría molestar, estaría trasteando con la guitarra en lugar de escribir. Pero el teclado del ordenador hace menos ruido. Me conformo con la música de otro que, por cierto, lo hace mejor que yo.

La parte neomarxista de mi mente acaba de parir la curiosa teoría de que los poderosos han impuesto al proletario que las horas de sueño sean por la noche para atajar su periodo más fructífero. No interesan tantas mentes activas. Cansados y ocupados en el tajo durante las horas de luz, entretenidos en el primer tramo de la noche con los programas de televisión y, después, a dormir.

Hay tantas cosas que pensar y tan poco tiempo. Hago balance de la semana y de los pequeños momentos que me dejó; del primer mes de 2012, que espero no sea un espejo del resto del año; me planteo cómo la vida puede cambiar en poco tiempo… Y mientras tanto, de pronto se me ocurre que me podía haber servido una copa hace rato. Pero ya es demasiado tarde. Entonces es cuando no me acuesto hasta que amanezca.

Espero que hayáis disfrutado esta noche tanto como yo, haciendo lo que más os guste o, al menos, haciendo algo. Os dejo y me quedo con mi música. Ojalá esta lucidez siga conmigo cuando despierte mañana.

And when the night is cloudy
There’s still a light that shines on me
Shine on ‘till tomorrow

martes, 24 de enero de 2012

El patrón

Comenzaré diciendo que no comprendo por qué, en pleno siglo XXI, tenemos que celebrar el día de los periodistas coincidiendo con un patrón religioso. Debe haber tantas fechas como días en el año marcadas por sucesos memorables, para bien o para mal, en el mundo del periodismo. Pero entiendo que tenemos problemas mucho más graves que abordar.

El bueno de San Francisco de Sales debe estar revolviéndose – en su tumba o en el cielo, según las creencias de cada uno – viendo la penosa situación que atraviesan sus patrocinados. Con los pies en el suelo, los que amamos esta profesión sentimos lo mismo cada día, con cada ERE, con cada cierre, con cada oferta de trabajo ofensiva para la dignidad humana. Sin embargo, ni desde el cielo ni desde la tierra se hace demasiado por atajar esta situación.

En el gremio conviven dos realidades paradójicas: el amor a la profesión y la desunión de sus miembros. Los periodistas amamos nuestro oficio como pocos profesionales. Estamos orgullosos de nuestra función en la sociedad, a veces incluso más de la cuenta. Sin embargo, existe un sentimiento cainita que nos impide formar piña con el resto de colegas.

Estoy harto de leer y escuchar los que lamentan esas ofertas de empleo para periodistas que no quieran cobrar. Pero lo que nunca se cuenta es que, al final, alguien acepta el puesto. El razonamiento es siempre el mismo: mejor estar haciendo algo que en casa y, si no lo cojo yo, vendrá otro que lo hará.

Si entre todos no cambiamos esto, poco a poco la profesión se irá al carajo. Los que aún tienen un salario aceptable se irán jubilando, dejando su sitio a otros que cada vez ganarán menos, hasta que nadie se pueda permitir vivir del periodismo. ¡Qué triste!

sábado, 21 de enero de 2012

Putas, coca y flamenquito

Desde una esquina del local observo estupefacto la versión trianera del triángulo sexo, drogas y rock & roll que se representa a mi alrededor. He debido pasar mil veces por delante, pero jamás me había fijado en la existencia de este sitio. Seguramente nunca era la hora adecuada. Hoy hemos llegado recomendados por un personaje de un bar cercano. “Decid que os manda el gitano”. En cuanto he entrado, mi primera reflexión ha sido que era un nombre poco original para distinguirse en este establecimiento.

El precio de las bebidas me parece exagerado. Claro, debe ser para pagar a los artistas. Al fondo del local, una decena de personajes aflamencados tocan las palmas, rasgan guitarras y se alternan en el cante y el baile. El que más me llama la atención es un cantaor, gordo como un tonel, embutido en un jersey rojo y con un pañuelo blanco al cuello. Parece un chorizo, con la guita para colgarlo y todo. Se me da cierto aire a Falete.

Pero lo mejor del lugar es su clientela. Aunque, más que clientela, debería decir concurrencia. En el rato que hemos estado no creo que hayan hecho más de treinta o cuarenta euros de caja. Parece que el personal viene ya preparado de la calle. En este negocio hay algo raro.

En fin, volviendo a los parroquianos, de cuando en cuando la puerta se abre y entra un grupo. Ellos huelen a alcohol en el mejor de los casos. Otros parecen resfriados, sorbiendo continuamente con la nariz, y llegan con los ojos desencajados. Ellas simplemente resultan demasiado elegantes para sus acompañantes masculinos.

A pesar del aparente entorno festivo, se masca la tensión en el ambiente. Lo que parecían dos corrillos de amigos desemboca en dos acaloradas discusiones entre varios músicos y alguno de los constipados del público. Aunque en un principio seguimos con interés los hechos, decidimos salir de allí antes de que empiecen a volar los vasos y las guitarras. Yo, por lo menos, ya he visto bastante. Si algún día quiero más, lo tengo a menos de cien metros de casa. Me voy a la cama con una certeza: mi barrio nunca dejará de sorprenderme.

martes, 10 de enero de 2012

El mundo desde mi estufa

Encima de mi mesa camilla, una carpeta con fotocopias de Sociología, de Anthony Giddens. Una década después se ha vuelto a cruzar en mi vida. Quién me lo iba a decir. Mientras, en la tele, los Españoles en el Mundo – mi única escapatoria desde que no viajo – visitan montañas, templos y monjes en Nepal.

La noche y el día comparten espacio en mi cuarto de estar. Parece mentira que estemos hablando del mismo planeta. Mientras el sociólogo da vueltas en sus páginas a la globalización, un santón con una barba gris de dos cuartas le da vueltas, y chupetones, a un canuto de marihuana en sus manos.

No puede haber dos formas más distintas de enfrentarse a la vida: analizar cada pequeño dato para pontificar sobre cómo cambia el mundo y hacia dónde se dirige la especie humana o perderse de todo, sin molestar a nadie y sin que nada te moleste, a la sombra de una estupa. Del segundo, algunos dirán que no ha hecho gran cosa en su vida. No sé. Tampoco estoy seguro de que el primero haya conseguido cambiar nada.

El estilo de vida de esos monjes me resulta más interesante que el que pueda llevar el señor Giddens, pero sé que no es el mío y que nunca lo será. La globalización no ha conseguido cerrar la gran brecha que nos separa, a pesar de los intentos de introducir las religiones y filosofías orientales en la vida de occidente. Eso sí, merecen una visita. Y algún día se la haré.