sábado, 21 de enero de 2012

Putas, coca y flamenquito

Desde una esquina del local observo estupefacto la versión trianera del triángulo sexo, drogas y rock & roll que se representa a mi alrededor. He debido pasar mil veces por delante, pero jamás me había fijado en la existencia de este sitio. Seguramente nunca era la hora adecuada. Hoy hemos llegado recomendados por un personaje de un bar cercano. “Decid que os manda el gitano”. En cuanto he entrado, mi primera reflexión ha sido que era un nombre poco original para distinguirse en este establecimiento.

El precio de las bebidas me parece exagerado. Claro, debe ser para pagar a los artistas. Al fondo del local, una decena de personajes aflamencados tocan las palmas, rasgan guitarras y se alternan en el cante y el baile. El que más me llama la atención es un cantaor, gordo como un tonel, embutido en un jersey rojo y con un pañuelo blanco al cuello. Parece un chorizo, con la guita para colgarlo y todo. Se me da cierto aire a Falete.

Pero lo mejor del lugar es su clientela. Aunque, más que clientela, debería decir concurrencia. En el rato que hemos estado no creo que hayan hecho más de treinta o cuarenta euros de caja. Parece que el personal viene ya preparado de la calle. En este negocio hay algo raro.

En fin, volviendo a los parroquianos, de cuando en cuando la puerta se abre y entra un grupo. Ellos huelen a alcohol en el mejor de los casos. Otros parecen resfriados, sorbiendo continuamente con la nariz, y llegan con los ojos desencajados. Ellas simplemente resultan demasiado elegantes para sus acompañantes masculinos.

A pesar del aparente entorno festivo, se masca la tensión en el ambiente. Lo que parecían dos corrillos de amigos desemboca en dos acaloradas discusiones entre varios músicos y alguno de los constipados del público. Aunque en un principio seguimos con interés los hechos, decidimos salir de allí antes de que empiecen a volar los vasos y las guitarras. Yo, por lo menos, ya he visto bastante. Si algún día quiero más, lo tengo a menos de cien metros de casa. Me voy a la cama con una certeza: mi barrio nunca dejará de sorprenderme.

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