martes, 23 de abril de 2013

Libros y hojas en blanco

Mucha gente comparte este 23 de abril fragmentos de sus obras favoritas para celebrar el Día del Libro. Hay acciones movidas, sucesiones de palabras que me atrapan; comienzos de historias, que me dejan con ganas de leer más; descripciones de escenarios, que me llevan lejos de mi salón; o reflexiones de todo tipo, que me detienen por un instante para decidir si estoy de acuerdo con ellas o no. Me ha gustado la experiencia. Sin embargo, nunca he sido un gran lector.

Pueden pasar meses desde que comienzo a leer una novela hasta que la termino o hasta que empiezo el siguiente libro. También se han dado casos –aunque son los menos– de acabarme una obra en una sola tarde. Ahora mismo, por ejemplo, tengo dos libros a medias. Pero, al mismo tiempo, en cuatro o cinco noches he finiquitado un tercero. Yo lo atribuyo todo a la impaciencia o a un leve trastorno de déficit de atención. Nada grave.

Lo mío es más escribir. Pero ¿qué sería de los que aman la lectura sin los que amamos la escritura? Hay quien no entiende cómo, sin ser un ávido devora libros, me apasiona escribir. Yo no comprendo muchas cosas y no por ello dejan de suceder. Así que no intentéis buscar una explicación a lo que no la necesita.

El caso es que, desde hace años, lleno libretas, hojas sueltas, carpetas de mi disco duro o cualquier soporte asimilable a un folio en blanco que se me ponga a mano con lo que se me pasa por la cabeza en ese momento. Hay de todo: anécdotas del día, reflexiones sobre lo que pasa en mi entorno más o menos cercano, planes de futuro, utopías, teorías e hipótesis fantásticas… Un muestrario de lo que ronda mi mente habitualmente. No de todo, porque hay cosas que no comparto ni siquiera con un papel, pero si de buena parte.

Mi gran problema es que nunca alcanzo una continuidad temática que vaya más allá de una docena de textos sobre un mismo viaje o cosas así. Debe tener algo que ver con mi dificultad para leer una novela a buen ritmo, como las personas normales. Pero la aspiración de escribir un libro completo sigue ahí.

Eso sí, si algún día lo consigo, seguro que saldrá a la luz un 23 de abril. Y no porque sea el Día del Libro, sino porque es el cumpleaños de la persona que más tiempo lleva esperándolo: mi madre. Aunque sin mucha fuerza, lleva mucho tiempo detrás de mí para que lo haga. Ese año por fin tendré fácil encontrar su regalo.

domingo, 14 de abril de 2013

Tintin en Malta (IV) - Siete iglesias

La costumbre local obliga a visitar siete iglesias desde la tarde del Jueves hasta la medianoche del Viernes Santo. El objetivo es rendir culto a los monumentos e imágenes que los responsables de cada templo preparan para la ocasión. Como somos gente obediente y temerosa del Señor, al menos hemos pasado por una decena. Nunca viene mal ganar puntos con el de arriba.

La experiencia permite asistir a escenas curiosas. En muchas iglesias, las sillas están colocadas en forma de semicírculo y los feligreses se pasan un rato a charlar con los amigos de la parroquia, sin hacer mucho caso a la imagen. En otros lugares, el recogimiento es mayor. Aunque también hay templos completamente vacíos, sin un mal cura que lo vigile, pero abiertos de par en par a altas horas de la noche (altas para los estándares malteses).


Sin embargo, el miércoles por la noche ya nos topamos con la primera sorpresa: un singular via crucis, donde alternan los más sencillos atuendos de paisano con extraños hábitos de monje,  que recorre las calles de La Valeta. Lo más increíble es que no somos los únicos sorprendidos. La comitiva pasa ante el restaurante en el que estamos cenando y los propios camareros se quedan boquiabiertos al ver tal desfile. Uno de ellos incluso sale a la calle a preguntar qué está pasando y, a la vuelta, recita ante toda la clientela la lección que acaba de aprender.


Pero esto no es lo único que nos hace pensar que es la primera vez que organizan algo así un Miércoles Santo. “Esta tarde vinieron a decirme que quitase el coche de la puerta. Ahora comprendo por qué”, nos confiesa la otra camarera mientras su compañero está fuera. Hasta entonces, pensaba que era alguna medida de seguridad del parlamento nacional, que está un par de manzanas más allá del local.

El viernes llega el turno de la procesión propiamente dicha. Y digo “la procesión” porque es una sola. En este sentido, estos malteses están mucho más avanzados que nosotros. En un solo desfile cuentan toda la historia de la pasión. En torno a una decena de pequeños pasos recorren las calles de la ciudad, recordando los distintos momentos de los últimos días de Jesús: desde su entrada en Jerusalén hasta el santo entierro. Entre escena y escena, decenas de fieles que desfilan disfrazados de los principales personajes de la historia. Y todos ellos, precedidos por otros, generalmente niños, con un cartel que indica quienes son.


Se acomoda uno en una esquina y, en poco más de una hora, ya ha visto la historia entera. No hay que esperar a que pasen tantísimos armados de la Macarena o salir corriendo después de verlos porque quiere ver a la Esperanza de Triana cruzando el puente. Aquí, como dice la canción, todos juntos como hermanos.

lunes, 8 de abril de 2013

Tintin en Malta (III) - Gozo

De entrada, “la isla de Gozo” suena, cuanto menos, prometedor. Uno puede imaginar muchas cosas sobre cómo se ha ganado su nombre aquel trozo de tierra. Un buen momento para hacerlo es el trayecto en trasbordador desde el norte de la isla de Malta, mientras a lo lejos se van dibujando una serie de cúpulas que salpican la isla. Es curiosa la querencia que tienen estos malteses por rematar sus iglesias con enormes cúpulas y competir por ver quién la tiene más grande. Piques aparte, la verdad es que ofrecen unos paisajes muy lucidos.


Después de un rato en la cubierta soportando el constante viento, es hora de poner los pies en la tierra, en todos los sentidos. Desde el puerto se divisa la ciudad de Victoria, que vigila desde lo alto toda la isla. De camino hacia allí, Gozo se presenta como un lugar más verde que su vecina del sur, donde las ciudades se han crecido hasta pegarse las unas a las otras y se han comido la mayoría de la vegetación.

También parece un sitio más animado. Quizá porque, con su tamaño reducido, todo se concentra más. El centro de su capital está invadido por un mercado callejero lleno de frutas, dulces y, aunque menos típico, camisetas de las grandes estrellas del fútbol mundial. Pero no, el lugar no es más gozoso que ningún otro en los que haya estado.


Eso sí, la visita merece la pena. Es jueves santo y, a mediodía, todas las campanas de la isla comienzan a sonar en un estruendo que dura hasta las doce y media. La escena, que me pilla por sorpresa, me coge además en un lugar espectacular: desde lo alto de la antigua muralla, junto a la catedral, desde donde se domina toda la isla, con sus costas, sus cúpulas, sus campos y sus pueblos.

jueves, 4 de abril de 2013

Tintin en Malta (II) - No es ciudad para crápulas (La Valeta)

Todavía no son las siete de la mañana y por la ventana del apartamento ya entra con intensidad la luz del sol. Y me desvelo. Creo que amanece sobre las seis. Aún no me he despertado a esa hora para comprobarlo, pero eso he leído al buscar en internet el pronóstico del tiempo para estos días.

Con una superficie de menos de un kilómetro cuadrado, decir que es una ciudad manejable se queda corto. Vista sobre un mapa, es una cuadrícula de calles en la que las únicas vías con curvas son las que van bordeando la costa. Sin embargo, lo que no se aprecia en ningún mapa son las empinadas cuestas que la recorren. Desde abajo asustan. Desde arriba ofrecen una panorámica original, gracias a sus bajadas y repechos en pocos metros.


Durante la mañana, las vías principales –no hablaré del centro urbano, porque es no creo que ninguna parte de la ciudad pueda considerarse las afueras– son un continuo ir y venir de gente bajo a un sol que deslumbra y, ya a finales de marzo, comienza a quemar cuando se soporta durante unos minutos. La elegancia de estas calles bulliciosas contrasta con el aspecto más descuidado de las que las rodean, más vacías, con fachadas desgarbadas, cierros de madera desgastados y cables colgando de un lado a otro de la calle.

Pero igual que el sol da vida a esta ciudad, se la lleva con él cuando se pone al otro lado de la isla. A eso de las siete de la tarde cierran los comercios y todo se queda desierto. A partir de esa hora, buscar un sitio para cenar se convierte en un deambular por calles solitarias, silenciosas y poco iluminadas. El paseo termina en algún lugar tranquilo, con no más de tres o cuatro mesas ocupadas.

Si la idea es buscar un lugar para beber algo, el mismo paseo por las calles apagadas probablemente terminará sin éxito. Sólo recuerdo haber visto un pub, pero su horario de apertura es de once de la mañana a seis de la tarde. Definitivamente, esta gente se ha empeñado en demostrar que el whisky de malta no tiene nada que ver con ellos. Parece que son poco de empinar el codo. Hasta la cerveza nacional –la Cisk– me sabe más floja de la cuenta.

Después de años de viajes, no recuerdo una capital tan aburrida. Quizá el distrito gubernamental de Washington, pero allí el ambiente se muda a las afueras de la ciudad después del horario laboral. Aquí, la animación más cercana es el Valletta Waterfront que, a pesar de su nombre, está en otro pueblo, Floriana. Es un moderno paseo marítimo, preparado para recibir al turista de crucero, donde el alto volumen de la música que sale de algunos locales trata de camuflar la escasez de público. Pero, al menos, hay bares abiertos.

Así que, a falta de otro plan mejor, a dormir, que a las siete ya está el sol colándose por la ventana otra vez. La Valeta no es ciudad para crápulas ni noctámbulos.

lunes, 1 de abril de 2013

Tintin en Malta (I) - Una mezcla interesante

Si no me falla la memoria, este ha sido mi tercer intento de ir a Malta. Por fin ha cuajado. Sin embargo, debo confesar que llego sin saber muy bien qué voy a encontrar. No me refiero a monumentos o lugares de interés –algo he leído sobre eso– sino a algo más profundo, a la cultura, a la gente, a las costumbres… Quizá ha sido un error por mi parte, pero la sensación no ha podido ser más interesante.

Me bajo del autobús del aeropuerto a las puertas de La Valeta. Mi primera sensación es de encontrarme en un país árabe, aunque no sabría decir muy bien por qué. Supongo que influyen el sol que ilumina el lugar y calienta mi espalda mientras camino hacia la ciudad, el azul intenso que pinta todo el cielo o los colores terrosos de los muros y edificios que veo a mi alrededor. Al mismo tiempo, observo los rasgos corporales de los nativos, de piel tostada y pelo oscuro, y oyendo el soniquete del idioma local, con bruscos matices, y pienso que podría confundirlos fácilmente con un turco o un tunecino.

Mis primeros paseos por la capital y los pueblos de alrededor también me evocan a algún lugar de la mitad sur de Italia. El Mediterráneo se ve al final de cada calle. Incluso las cartas de los restaurantes se componen en gran parte de pasta y ftiras, una masa condimentada con todo tipo de ingredientes que, si fuera redonda en vez de rectangular, se llamaría pizza.
 
Lo que más echo en falta, porque a priori era lo que más esperaba, es la huella británica. Después de más de siglo y medio de colonización, apenas quedan las cabinas de teléfono rojas, los coches circulando por la izquierda, alguna iglesia anglicana y las fachadas de maderas de colores y letras doradas de varios comercios locales. A simple vista, se diría que es una más de tantas influencias que recibe el pequeño archipiélago. Pero basta recorrerlo un poco para intuir que es la pieza con menos peso en este curioso puzle. Basta con escuchar el peculiar acento con el que los malteses hablan inglés. A pesar de ser la segunda lengua oficial del país, es bastante peculiar: a veces llamativo y otras veces simplemente incomprensible.

Esta es, a grandes rasgos, la mezcla que hace de este puñado de islas un lugar peculiar y, para bien o para mal, único. La primera impresión es la de un rincón perdido en medio del mar donde todo pasa muy despacio. No parece que las prisas, los atascos y el estrés formen parte de la cultura nacional. Tengo unos días para comprobar mi hipótesis.