lunes, 30 de junio de 2014

4 ejemplos de la mediocridad en las redes sociales

De vez en cuando encuentro artículos de algún gurú de las redes sociales que pretende descubrir las claves para triunfar. Hay que asumir que “triunfar” significa conseguir muchos clics. Dejando esto de lado, por ahora, me llama la atención que muchos coinciden en que uno de los secretos es crear tuits o titular las entradas de un blog usando un número. De ahí la frase que encabeza este texto: por no desacreditar la teoría sin pruebas, me he propuesto comprobar tal punto.

No entraré a valorar la validez de la teoría, pero sí su esencia. Un público que se decanta por informaciones esquematizadas, reducidas y mascadas es un colectivo incapaz de interpretar un dato por sí mismo y carente del más mínimo espíritu crítico. El hecho de retuitear, recomendar y enlazar diariamente contenidos como las 20 mejores canciones de Led Zeppelin, los 10 grandes fracasos de la socialdemocracia o las 8 razones para practicar sexo a diario hace pensar que nadie se para a discutir si los ítems enumerados son realmente los mejores o los más adecuados. ¿De verdad esas son las 20 mejores canciones? ¿Quién ha decidido que el fracaso número 11 no merece estar en la lista? ¿Realmente hacen falta 8 razones?

Soy un convencido practicante de la redacción sencilla y la síntesis. De hecho, creo que la labor de cualquier autor debe ser la de presentar los datos de una forma clara, concisa y fácil de entender. Pero una cosa es simplificar y otra es convertir las informaciones en textos que encajarían sin problema en un libro de primaria: listos para ser memorizados cual tabla de multiplicar. El método, desde luego, es ideal para vendedores de humo y manipuladores de masas. Será por eso que me desmoraliza bastante la buena acogida que tienen entre el público internauta estos titulares.

Detrás de todo esto subyace la aplastante goleada que la cantidad está metiendo a la calidad. Lo importante es conseguir visitas, likes, menciones, fans, retuits… Siempre me he preguntado si nadie se para a pensar que la mitad de los seguidores de cualquier página son habitualmente familiares y amigos del community manager. O quizá es que no les importa. A lo mejor si me pagasen un euro por cada uno que leéis esto me preocuparía por tener más visitas. Pero no, tampoco: en realidad me pagarían por cada uno que entrase en la página, sin importar si lee o se dedica a mirar mi foto a contraluz y a reírse de la montaña de pelo que solía tener.

martes, 10 de junio de 2014

Sapos de playa

El sol se pone y una luz rojiza ilumina la playa. El mar está en calma. Una chica –veintitantos, pelo recogido, ropa oscura y chaqueta clara a medio poner– corre junto a la orilla con su perro. Se aleja. Aunque me está dando la espalda, intuyo que tiene mucho que contar. No sé si más de lo que pretende, si lo tiene todo fríamente calculado o si es tan solo mi imaginación.

Sea como sea, me encanta sentarme en esa playa a verla pasar y, desde la distancia, leo entre las líneas de la historia que le ronda por la cabeza ese día. Apenas le veo la cara, pero entre renglón y renglón se cuelan sonrisas, gestos, conversaciones y tantos otros datos que en algún momento se ganaron un rincón en mi memoria y que, de repente, vuelven a encajar cual piezas de puzle. Y cada palabra de ese cuento significa mucho más de lo que la Academia sería capaz de reflejar en su diccionario.

Algunas frases me descubren cosas nuevas. Otras, simplemente, evocan detalles que ya conocía. De vez en cuando, alguna parece confirmar una sospecha. Y todo va a complementar ese fichero mental que guardo de la gente que de verdad me importa. Un lujo que, supongo, me puedo permitir por mi buena memoria pero, sobre todo, porque son pocas las personas que pertenecen a ese grupo.

Una canción resuena en mi cabeza: “If you could read my mind, love, what a tale my thoughts could tell”. Leer la mente: vaya sueño. Una quimera a la que la ciencia, que sepamos, no ha podido dar respuesta todavía. Será por eso que las mentes más despiertas van dejando pistas por ahí para que, quien quiera, las lea.