miércoles, 19 de diciembre de 2012

No me callo, no me calles

Callarte o reaccionar ante lo que no te gusta. Pasar desapercibido o exponerte a las iras de la mayoría. No sólo es un dilema, sino que tengo la sensación de que nunca he elegido la posición correcta. A lo mejor no la hay.

Los que me conocen desde hace más tiempo saben que nunca fui el que iniciaba las discusiones. Dentro de los límites de la lógica y el sentido común, hubo un tiempo en que dejé que cada uno dijese lo que le viniera en gana. Si no compartía algunas posiciones, bastaba con apartarme. Hasta que llegué a un punto en que decidí plantarme. Quizá porque, si sigo apartándome de uno y de otro, no me va a quedar un sitio donde estar.

Cada vez soporto menos que el rodillo de la mayoría quiera llevarse todo por delante. Hasta tal punto que, a veces, me alineo con la minoría simplemente porque creo que ha de haber, al menos, dos posturas en todo. Así, la dominante tiene la oportunidad de demostrar que es la mejor, no se impone por ser la única. Además, es un buen deporte para la mente.

Eso me ha costado que me llamen chulo, bipolar y seguro que algo más cuando ya no estaba. De vez en cuando me pitan los oídos. Como lo hago convencido, con espíritu constructivo y sin ganas de bronca, no les presto mucha atención. Pero la verdad es que me desconcierta, porque estoy acostumbrado a llevarme bien con todo el mundo. Y me cuesta trabajo creer que defender una opción, por más que implique llevar la contraria a mucha gente, tenga esas consecuencias. 

Estar callado es más comodo, pero defender tu postura produce más satisfacción. Así que tengo clara mi elección. No busco a gente que comparta mis ideas, pero sí estoy seguro de que no quiero a mi alrededor a nadie que no las respete.

martes, 18 de diciembre de 2012

Miro adelante, miro atrás

Por si acaso los mayas han fallado y el mundo no se acaba el viernes, me he puesto a pensar en mi felicitación para el año nuevo. Esta vez no tengo las fotos espectaculares de años anteriores, así que me tendré que trabajar más la parte escrita. Hasta he salido a la calle a intentar hacer una buena foto, por intentarlo que no quede. Pero las luces navideñas de bajo consumo y las calles más vacías que de costumbre en esta época no me han inspirado demasiado.
Facebook lleva desde principios de diciembre ofreciéndome el resumen de mi año. Y yo llevo varios días aguantándome para no responderle: “mi año ya lo resumo yo: ha sido una p… m…”. Hasta que, de pronto, me han saturado con el anuncio de Campofrío para estas navidades. Y ese optimismo con el que venden el jamón cocido me ha hecho recordar que, claro que sí, también ha habido cosas buenas.

Los baches te enseñan más que los buenos tiempos. Sobre todo, te hacen valorar más cada momento, cada persona que aparece en el camino y que merece la pena. Los momentos no los cuento, porque son míos. A las personas no hace falta que las nombre: ellos saben quiénes son, ellas también. Lo que sí merece ser dicho bien alto es que les doy las gracias por su afecto, por esa copa, por esa canción, por esa charla y por todo aquello con lo que me hicieron feliz.

Mientras veía a Fofito y sus amigos engordar el currículum de la nación a base de embutidos y recuerdos del pasado, yo he empezado a pensar en el futuro, en mis propósitos para 2013, Tengo tanto por hacer que no es difícil plantearlos. Después, eso no es nada nuevo, unos se cumplirán y otros no. Pero la intención está clara: lograr todo lo que no he conseguido este año. ¡Se dice pronto!

martes, 11 de diciembre de 2012

Queridos Reyes Magos

Llevo un par de días viendo las fotos de los belenes y los arbolitos de amigos y conocidos. Ya está aquí la Navidad. Yo este año no he puesto ni un adorno. Se me ocurren mil cosas que me gustaría más ver en mi casa que un par de bolas de colores o unas guirnaldas: un buen amigo, una buena amiga, de los que hace años que no veo o los que vi la semana pasada, sentados en mi sofá compartiendo una copita y un rato de charla. ¡Venid a verme!

Hay quienes aman la Navidad, otros a los que no les gusta en absoluto, los que se ponen tristes o algunos que te felicitan el solsticio de invierno por no nombrar la palabra. Y, en algún lugar entre ese marasmo de opiniones, estoy yo. Me encanta pasar un día con toda la familia reunida, me fastidia no poder pasear tranquilo porque las calles están abarrotadas, me gusta poner la radio y escuchar de fondo a los niños de San Ildefonso mientras hago cualquier otra cosa, me toca las narices esa solidaridad tan espontánea como artificial que desaparece el 7 de enero…   Pero si hay algo que cada año me cuesta más afrontar es mi carta a los Reyes. En serio, la están esperando. Y este año, por problemas de agenda, la quieren antes.

Desde que las películas se descargan de Internet con facilidad y casi cualquier canción se puede escuchar directamente en youtube; ya que tengo más guitarras que manos y mientras que no me mude a una casa con un tamaño suficiente para que quepa un piano, hay pocas cosas que se puedan comprar en una tienda y que yo quiera. “Hola, me llamo Luis, tengo 29 años y tengo todo lo que quiero”. No, no es eso. Al contrario, todavía hay muchas cosas en la vida que deseo. Hace unos años, una marca de tarjetas de crédito se anunciaba como el medio para conseguir todo lo que el dinero puede pagar. Llevo dos de sus tarjetas en la cartera y ya hice un montón de compras con ellas, pero ahora quiero esas cosas que no tienen precio.

Y eso está fuera del alcance de mis reyes magos. Ellos ya han hecho bastante y yo nunca conseguiré encontrar el regalo que se lo compense. Ahora les toca a otras personas utilizar su magia y poner su granito de arena en mi camino. Y a mí luchar para conseguir que lo hagan.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Ambientes

Mientras espero sentado en un sofá de piel, que a pesar de estar bien cuidado no puede ocultar sus años, pienso en la solemnidad que me rodea y en lo inútil que esa apariencia resulta en la vida cotidiana del lugar en cuestión. Es una galería tan amplia como solitaria. En una esquina, aparcado, desperdiciado, un piano que, si me cupiera, sería más útil en mi casa. Las paredes están decoradas con retratos de varias decenas de mandatarios de la institución. Otra tradición bastante ridícula: hace ya tiempo que se inventó la fotografía y dudo que esas pinturas tengan mucho valor artístico. Sobre un suelo brillante, varios grupos de sofás como el que yo ocupo ahora y antiguas sillas de maderas nobles –supongo– ofrecen a los visitantes un lugar donde esperar cómodamente. Todo inútil. Pocas veces he visto allí tanta gente para ocupar todos esos asientos. En las escasas ocasiones en que la afluencia es mayor, estos muebles se arrinconan y hay que quedarse de pie.

Incluso las personas que transitan a diario por allí parecen contagiarse temporalmente de tal solemnidad.  Pero solo lo parecen. En el silencio del lugar, escucho unos tacones acercarse. Levanto la vista y observo a una empleada que atraviesa de lado a lado la estancia.  Debe rondar la cincuentena y viste de colores grises y oscuros. Camina erguida, con paso firme. Entre sus manos, una carpeta y varios folios que, pese al movimiento de su portadora, van tan erguidos como ella. Todo muy en consonancia con el escenario de la acción. Hasta que la mujer llega al otro extremo de la estancia, a la altura de la bedela que vigila todo desde una esquina, y un simple saludo rompe toda la armonía que reinaba en aquel ambiente de rectitud: “¡qué pasa, mi alma!”  

Aquí es donde la burbuja explota y uno recuerda que está en Sevilla. Y, sin querer caer en estereotipos, se me ocurre que Sevilla es más la cercanía del “mi alma” que la frialdad de aquella habitación. Una frialdad estudiada, pretendida, que nunca he entendido muy bien. La grandeza del espacio, las miradas de todos aquellos personajes entogados parecen querer empequeñecer al que pasa por allí, que como única defensa sólo puede optar por permanecer tan recto y distante como todo lo que lo rodea.

De vuelta a la calle, el ambiente también es frío. Pero un frío mucho más agradable. Es uno de esos días de final de noviembre en que es imposible renunciar al abrigo, pero el sol que reina en un cielo azul intenso, sin una sola nube, invita a pasear. Ya se ven los primeros adornos navideños. La gente disfruta de la mañana al aire libre mientras busca sus primeros regalos, se dirige a hacer alguna gestión o, simplemente, se ha escaqueado un rato de la oficina. Aquí resulta más fácil reconocer la ciudad. Dos perros se cruzan y comienzan a ladrarse con agresividad, formando un alboroto que atrae la atención de parte de los viandantes. Sus dueños tiran de ellos y cada uno continúa su camino. Yo también sigo el mío y, unos metros más allá, escucho el comentario de dos jubilados que han presenciado la escena: “eso es como los humanos: unas veces nos damos los buenos días y otras nos cagamos en los muertos”. Como la vida misma.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Tintin en el cine - Reality

El director de la película, Matteo Garrone, no debe ser un hombre muy querido en Nápoles. Hace unos años, a la vez que se hacía un nombre en el cine europeo, debió ganarse un lugar el punto de mira de la camorra con Gomorra. Ahora le mete mano a los napolitanos de a pie, que tampoco pueden quedar muy satisfechos de la imagen que se da de ellos. Sin embargo, para los espectadores del resto del mundo resulta una historia divertida.

Pero tras la risa que producen los personajes, ordinarios hasta decir basta, y las situaciones en las que se ven inmersos, la trama está llena de pequeños detalles que invitan a reflexionar sobre el abismo entre las distintas realidades de nuestros días: la que viven los ciudadanos cada día y la que muestran los programas de entretenimiento en televisión. Las calles más mugrientas de Nápoles son en realidad un pequeño ingrediente para montar una historia que bien podría suceder en cualquier ciudad occidental. Y no necesariamente en un barrio tan cochambroso.

Lucciano, un humilde pescadero que compagina su negocio con cutres trapicheos, sufre un cambio repentino cuando ve la posibilidad de ser elegido para una nueva edición de Gran Hermano. Cegado por la ambición de fama y opulencia, condiciona toda su vida al logro de ese fin, que a su juicio va a cambiar su existencia. Todo ello con la complicidad de su entorno más cercano: familiares, amigos y vecinos que no sólo lo apoyan, sino que lo admiran por lo que está a punto de conseguir.

¿Y todo para qué? Para llegar a ser como Enzo, el ganador de la última edición del concurso. Otro currito de clase baja, que ahora viste ropa cara, predica su filosofía de vida allá donde va y es aclamado por las masas. Uno de los perfiles propios de esa fauna de guaperas, tetonas y graciosillos a quienes la telebasura saca de su perra vida hasta que otro personaje más lamentable y soez ocupa su puesto y los devuelve al olvido y la miseria.

El que no quiera entrar en tantas reflexiones, simplemente puede disfrutar del patetismo de escenas que cuesta poco trabajo creer y personajes simplones, sin dobleces, que hacen reír casi con cada frase. Por cierto, genial la versión original, aunque sea imposible entender la mitad del italiano que hablan (para eso están los subtítulos). Espero que no haya perdido mucho con el doblaje. 

martes, 30 de octubre de 2012

Lluvias y meadas

Con la que está cayendo aquí, desde ayer parece que lo que más preocupa a media España es la que cae en la costa este de Estados Unidos. Mientras, acabo de leer en un blog una referencia a una pintada que reza "Nos mean y la prensa dice que llueve". Esta mañana se me ocurre más de una interpretación para tan dura afirmación.

Es triste que hablen así del oficio de uno. Y más triste pensar que pueden tener razón. Pero vamos a poner a cada cual en su sitio. De unos es la responsabilidad de informar bien. De otros la de ser un público responsable y exigente.

Es innegable que los telediarios nos han inundado con informaciones, datos y, sobre todo, imágenes de la lluvia al otro lado del charco. Y digo yo que si hoy no ha pasado en España nada más importante. A lo mejor, la situación económica del país debería dejar de ser noticia, ya que no hay cambios desde ayer.

Pero es igual de cierto que la gente traga. Y traga con cualquier cosa. Como cada mañana, reviso las últimas publicaciones de mis contactos en Facebook y la mitad son fotos de lluvia sobre América. Perdón si me equivoco, pero creo que nunca he visto tal cosa cuando ha habido inundaciones en Badajoz, por ejemplo.  Es más, circula por ahí una foto de un nubarrón sobre la estatua de la libertad que, al parecer, no es de estos días, sino de hace varios años. Pero lo importante es el espectáculo.

Así que amplío la primera reflexión: hoy nos siguen meando, igual que ayer; la prensa dice que llueve y la gente habla de la lluvia.

jueves, 25 de octubre de 2012

Cumpleaños trianero

Hace unos meses escribí sobre el cumpleaños de Bob, fiesta antológica en el mítico Cavern Club que sirvió de despedida a mi visita a Liverpool. Pero lo de anoche no tuvo nada que envidiarle. Una vez más, uno de esos planes improvisados, casi celebración de emergencia, que acaban de la forma más imprevisible. Y sólo podía suceder en mi barrio, mi pueblo, mi casa: Triana.

Después de una cerveza rápida, por fin llegan los vasos con hielo, limón y lo que quiera cada uno. El escenario, un pequeño antro trianero en el que hace dos semanas habíamos disfrutado, completamente solos, de un excelente repertorio rockero. Esta vez, al entrar encontramos una pareja en la esquina de la barra. A primera vista, un simple par de cincuentones. Pero no han pasado ni dos segundos desde que nos colocamos ante la barra cuando ella comienza a hablar. Y no paró hasta que nos fuimos cuatro horas después. ¡Empieza la fiesta!

Madrileña de voz ronca, charla por los codos pero no consigue hilar dos frases coherentes seguidas. Su primer empeño, vete a saber por qué, es conseguir adivinar nuestras profesiones. Un fracaso. Y yo, que no soy médico pero si muy observador, comparto con mis acompañantes mi primer diagnóstico de la noche: está encocada. Además de los síntomas mencionados anteriormente, me baso en que no paramos de reirnos en su cara y la tipa ni se inmutó. Su amigo, gitano de las Tres Mil que apenas abre la boca, resulta ser un fantástico guitarrista que ha acompañado a gente tan variopinta como Pata Negra, la Pastori o Alba Molina, entre otros. De hecho, al poco rato desaparece y vuelve con una guitarra, con la que nos embelesa durante un rato. “Qué bueno eres, Emilio”, le dice otro parroquiano que acaba de entrar. “Si te escuchara Paco, el maestro, te diría lo mismo”. Todo genial hasta que su acompañante, que también es su amante, le una su voz, que al cantar se hace aún más tosca.

A la siguiente pareja que entra, la estrella del cante, autoerigida en alma de la fiesta, les propone otro juego: adivinar de quién es el cumpleaños. Y el caso es que entran al trapo, sobre todo él, y le siguen el juego. Dos horas y varias rondas después, el tipo lo adivinó. De ahí en adelante, calculo que me felicito no menos de cinco veces. Mientras tanto, sigue llegando gente, a cual más peculiar, y se van uniendo al grupo. La última pieza del cuadro, imprescindible, es el camarero: un flaco argentino de pelo cano que charla y bebe como uno más. Este viernes traspasa el negocio. Una pena.

Como en la canción, nos dieron las diez y las once, las doce, la una y las dos y las tres. Sin tarta, pero con canción de cumpleaños, apagado de vela, deseo… Creo que, en un momento dado, empecé a hablarle al pibe de la barra con acento argentino y a jalear con oles y arsas al son de la música. De eso último sí estoy más seguro. Las mentes sucias pensarán que son los efectos del alcohol, pero no. El ambiente era de por si lo bastante embriagador. De pronto, nos trasladamos a una especie de reservado al fondo del local y la cosa se pone más seria. Un repertorio de rancheras, flamenco, blues y un poco de rock sirve de fin de fiesta mientras apuramos la última copa. Se unen al conjunto un viejo rockero con aires flamencos y, al final, el último gran personaje de la noche: un chico, algo más joven que los demás, con una harmónica al que no se le entiende una palabra. Y me refiero a que somos incapaces de identificar si está hablando en otro idioma o simplemente pronuncia sonidos sin sentido. Hasta tal punto que se merece mi segundo diagnóstico de la noche: algún tipo de daño cerebral que le afecta la zona que controla el uso del lenguaje. No le encuentro otra explicación.

Es hora de retirarse. Detrás de la persiana metálica de la puerta, ya a media altura, espera el mundo real. Y en prueba de que fue una noche de lo más sana, después de acostarme a las tres y pico, esta mañana me he levantado a las ocho y media. Y como una rosa. Espero que sea el preludio de un buen año.

domingo, 14 de octubre de 2012

¡Salta!

Habrá quien piense que hacen falta un par de huevos para saltar a casi 39.000 metros de altitud. Otros dirán que, más bien, hay que estar mal de la cabeza para hacerlo. Yo sólo le encuentro una explicación: un nivel exagerado de curiosidad. Y me encanta pensar que sea así.

La curiosidad, bien entendida, es imprescindible para la evolución. Por eso, supera el miedo, los complejos y los prejuicios de los demás. A la gente curiosa le fascina lo que no conoce: saber un poco más de cómo funciona nuestro mundo, sin importar la utilidad inmediata que pueda tener;  darle a la mente nuevas herramientas para comprender los procesos que nos rodean a diario; explorar lo que está más allá de los entornos en que transcurre nuestra vida cotidiana, el Plus Ultra de los antiguos mapas terráqueos. Por eso, muchos disfrutamos atravesando el primer límite que encuentran nuestros ojos, viajando más allá del horizonte para conocer otros lugares de nuestro planeta. Pero la segunda frontera, el cielo, se presenta mucho más inalcanzable.

Volar, saber qué hay más arriba de esa capa azul que nos rodea o acercarse a las estrellas que se cuelan en nuestra vida cada noche han sido anhelos perpetuos de todo aquel cuya preocupación iba más allá de tener un plato de comida cada día sobre la mesa. Pero para unos pocos, más que una utopía, se convirtió en un reto. Y así nacen los aviones, los viajes espaciales, los grandes telescopios…

Pero la curiosidad siempre supone ir más lejos y, después de subir, a alguien se le ocurre probar una nueva forma de bajar. Y de hacerlo más rápido que cualquier reactor comercial. Es cierto que se ha convertido en un espectáculo y, a su vez, en una gran campaña publicitaria. Pero no hay que perder de vista que, detrás de las tres horas de retransmisión por la tele, hay años de trabajo, de investigación, de pruebas.

Así que un aplauso para ellos. Y que se animen a saltar muchos más, aunque sea una gran multinacional la que les dé el empujón antes de su caída. Si todos los anuncios fueran tan interesantes, dejaría de aprovechar las pausas publicitarias para ir al baño. ¿La aplicación del experimento? Ya nos la contarán y nos la venderán cuando proceda. Todo a su tiempo.

viernes, 12 de octubre de 2012

12 de octubre de 2012

Tengo ganas de que llueva. Sin embargo, hace un solazo que no se puede aguantar. De vez en cuando aparece una nube que parece venir a darme felicidad, pero tiene tan poca fuerza como yo mismo para lograr el objetivo deseado. Una vez más, la gente del tiempo me ha desilusionado.

Un año más ha llegado la fiesta nacional. Todo esto me parece tan antiguo. Yo no tengo nada que celebrar hoy, todo lo contrario. Y creo que hay muchos millones de mis compatriotas que tienen más motivos para preocuparse que para festejar nada. Pero por un día parece que nos quieren hacer olvidar eso. También ese es un objetivo difícil.

Mientras, los militares han vuelto a salir a la calle, lo cual sigue pareciéndome una forma curiosa de que un país celebre su día. A pesar de eso, a través de varios medios de comunicación han aprovechado la ocasión para recordar el, según ellos, ínfimo presupuesto que se destina a la defensa. Quizá es su forma de manifestarse, como ya hicieron otros sectores de la población hace unas semanas. Sin embargo, aumentar los fondos para los ejércitos españoles se me antoja un objetivo tan inalcanzable como inadecuado en estos momentos.

Completan la estampa del día los baturros llevando flores a su Pilarica para hacer un manto cada año más grande. Otra celebración ostentosa delante de una imagen inerte difícil de comprender para una mente simple como la mía. Donde la televisión enfocaba la montaña de flores, yo veía una montaña de euros allí tirados. ¿Cuántos habría? Como la Merkel vea este derroche se va a poner buena. En cualquier caso, estos han sido los únicos que han hecho lo que tenían planteado para hoy. Será cuestión de ponerse objetivos más asequibles: ni dominar el clima, ni cambiar las mentalidades y, por supuesto, nada de tocar el dinero. Simplemente, pídele al rebaño que le traiga flores a la patrona.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Radio madrugada

Desde pequeño me gustaba dormirme con la radio puesta. Una costumbre como otra cualquiera, si no fuera por la influencia que ha tenido en mi vida años más tarde. Desde hace unos días he vuelto a recuperar ese hábito, que poco a poco había ido perdiendo, aunque nunca había desaparecido totalmente.

Mis primeras noches de radio empezaban con la información de actualidad y las tertulias políticas y, si el sueño me respetaba, llegaban hasta los programas de deporte de medianoche. Ahora, la tele se ha adueñado de esa franja horaria de mi vida, pero a la vez ha retrasado mi momento de consumo de radio, que empieza a horas que antes solo alcanzaba en las noches de verano en las que el calor o mi rutina callejera retrasaban mi descanso. Creo que he salido ganando con el cambio.

Con la madrugada llega la radio más auténtica. Hasta la actualidad, relegada a los boletines horarios, me gusta más. Prácticamente desaparece la publicidad, dejando un hueco de cuatro o cinco horas para la participación de los oyentes más noctámbulos, para tratar con más detenimiento y amplitud algunos temas, secundarios para la mayoría pero interesantes para unos pocos.

Cabe todo, desde lo paranormal hasta un abuelete que entra en antena para contar lo bien que le funciona la prótesis que le han puesto entre las piernas (prometo que lo escuché la semana pasada, aunque también suene a paranormal), desde el cine a las entrevistas a personajes de medio pelo, pero con mucho que decir. Mientras escribo, una banda de música toca en mi calle para dar la bienvenida a las reliquias de San Juan Bosco –ahí queda eso–, lo que me recuerda que hasta las noches de Semana Santa tienen cierto encanto por la radio.

Independientemente del tema, en cinco minutos o en dos horas, al final uno se suele quedar dormido. Nunca he sido sonámbulo –creo–, pero últimamente he desarrollado la curiosa habilidad de apagar la radio sin darme cuenta una vez que me quedo frito. Cuando no lo consigo, despierto a la mañana siguiente con las primeras noticias del día. Esa sensación tampoco está mal, pero normalmente hay que levantarse, así que dura menos.

martes, 25 de septiembre de 2012

Palos y mentiras



Llego de la calle y hago un barrido de canales en mi tele buscando información sobre lo que ha pasado y, aun a esta hora, sigue pasando en los alrededores del Congreso. Visto lo visto, casi preferiría no haber encontrado nada: poca información y opiniones bastante discutibles.

No he conseguido enterarme de cuánta gente ha ido a la protesta. Leo en el rótulo de una cadena que “1.000 radicales rodean el congreso”. Y personas normales, de las que han protestado pacíficamente, ¿cuántas había? Aun así, me parecen muchos mil radicales, comparados con la cifra que da otra cadena de 22 detenidos: si hay mil radicales, que los detengan a todos. A lo mejor es que no he entendido bien algo.

Pero más que la falta de datos, que por frecuente no deja de ser una desgracia, me alarma la facilidad y la impunidad con que se sueltan las mayores burradas. Varias tertulias repiten que se está atacando al estado de derecho, que se quiere derrocar a un gobierno democrático. Pedir la dimisión de un cargo público, manifestarse en la calle con ese fin, es lo más democrático de la democracia, valga la redundancia. Cuando se habla de derrocar, lo habitual es hacerlo a punta de pistola. Y los que lo dicen lo saben, yo lo sé, pero muchos espectadores no. Me resulta asqueroso que un político utilice esos argumentos, pero que lo haga un comunicador me parece además irresponsable.

Tampoco es aceptable recurrir siempre a la aparición de violentos para desacreditar estas manifestaciones. No voy a negar que los haya, porque sería inútil. Tampoco recurriré al argumento de que son infiltrados encargados de reventar el acto porque, personalmente solo tengo sospechas, no pruebas, para afirmarlo. Pero parece una cuestión de lógica pensar que son una minoría. Viendo la cantidad de gente que se ha concentrado esta tarde, si hubiera un sector mayoritario con ganas de gresca, Madrid hubiera ardido esta noche.

Lo triste es que, al final, los que sacan todos estos argumentos consiguen lo que quieren: que no se hable de lo que ha traído hasta allí a tanta gente. Hasta hace poco, nos quejábamos de tener un país de pasotas, en el que nadie movía un dedo más allá de su interés particular. A fuerza de palos, algo ha cambiado. Pero hay quienes se esfuerzan por conseguir que esta tendencia no prospere. Algunos lo hacen con todo tipo de argumentos, otros parece que lo quieren lograr también a palos. Da pena pensar que en España quede gente que no respeta la libertad de la ciudadanía para manifestarse libremente. Y lo más lamentable es que, entre esa gente, estén los miembros del Gobierno.