Llego de la calle y hago un barrido de canales en
mi tele buscando información sobre lo que ha pasado y, aun a esta hora, sigue
pasando en los alrededores del Congreso. Visto lo visto, casi preferiría no
haber encontrado nada: poca información y opiniones bastante discutibles.
No he conseguido enterarme de
cuánta gente ha ido a la protesta. Leo en el rótulo de una cadena que “1.000
radicales rodean el congreso”. Y personas normales, de las que han protestado
pacíficamente, ¿cuántas había? Aun así, me parecen muchos mil radicales,
comparados con la cifra que da otra cadena de 22 detenidos: si hay mil
radicales, que los detengan a todos. A lo mejor es que no he entendido bien
algo.
Pero más que la falta de
datos, que por frecuente no deja de ser una desgracia, me alarma la facilidad y
la impunidad con que se sueltan las mayores burradas. Varias tertulias repiten
que se está atacando al estado de derecho, que se quiere derrocar a un gobierno
democrático. Pedir la dimisión de un cargo público, manifestarse en la calle
con ese fin, es lo más democrático de la democracia, valga la redundancia.
Cuando se habla de derrocar, lo habitual es hacerlo a punta de pistola. Y los
que lo dicen lo saben, yo lo sé, pero muchos espectadores no. Me resulta
asqueroso que un político utilice esos argumentos, pero que lo haga un
comunicador me parece además irresponsable.
Tampoco es aceptable recurrir
siempre a la aparición de violentos para desacreditar estas manifestaciones. No
voy a negar que los haya, porque sería inútil. Tampoco recurriré al argumento
de que son infiltrados encargados de reventar el acto porque, personalmente
solo tengo sospechas, no pruebas, para afirmarlo. Pero parece una cuestión de
lógica pensar que son una minoría. Viendo la cantidad de gente que se ha
concentrado esta tarde, si hubiera un sector mayoritario con ganas de gresca,
Madrid hubiera ardido esta noche.
Lo triste es que, al final,
los que sacan todos estos argumentos consiguen lo que quieren: que no se hable
de lo que ha traído hasta allí a tanta gente. Hasta hace poco, nos quejábamos
de tener un país de pasotas, en el que nadie movía un dedo más allá de su
interés particular. A fuerza de palos, algo ha cambiado. Pero hay quienes se
esfuerzan por conseguir que esta tendencia no prospere. Algunos lo hacen con
todo tipo de argumentos, otros parece que lo quieren lograr también a palos. Da
pena pensar que en España quede gente que no respeta la libertad de la
ciudadanía para manifestarse libremente. Y lo más lamentable es que, entre esa
gente, estén los miembros del Gobierno.
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