miércoles, 26 de marzo de 2014

Los buenos y los malos

Me repatea la costumbre del excesivo halago póstumo. Cuando a uno le llega la hora, no solo parece que no hubiera hecho nada malo en su vida, sino que resulta que todo el mundo lo quería. Pero nada de eso es verdad y pocos se dedican a comprobarlo. El tipo en cuestión nunca era tan bueno como se cuenta. Y los que presumen de haberlo admirado siempre tampoco lo hicieron. Vivimos rodeados de oportunistas ansiosos por llenar horas de televisión y páginas de periódico con frases vacías.

Naturalmente, la reflexión me ha surgido en las últimas horas por la muerte de Adolfo Suárez. Pero estas líneas no se refieren únicamente a su figura y a lo que de él se ha dicho desde su muerte. En cualquier caso, me he esperado hasta el final del luto nacional para no ser tan políticamente incorrecto. Pero el mismo ritual se repite cada vez que fallece una cara conocida.

Y ni unos son tan buenos ni otros tan malos. Porque mientras nos bombardean con testimonios de un pueblo agradecido –¿de verdad que nadie ha ido a silbarle?– e imágenes de manadas aplaudiendo al paso del féretro, también nos intentan convencer de lo detestables que son los manifestantes del 22-M. Otra actitud que se empieza a hacer costumbre. Diría que desde que empezaron a gobernar ciertos personajes, pero a lo mejor es que soy un malpensado. Así que mejor no lo digo.

El caso es que 15-M, rodea el Congreso, 22-M… Todos son colectivos de alborotadores que lo único que quieren es partir cristales y quemar contenedores. Porque en realidad no tienen nada por lo que protestar. ¿Que hay cuatro que van a eso? ¿O cuarenta? Pues seguro que sí. Pero no hay que pasarse una semana hablando de los salvajes y dejar de lado que fueron muchos más los que salieron a la calle para mostrar su descontento, su desesperación. Cuando se ve en Ucrania, en los países árabes, en Turquía y en tantos otros sitios se habla de pueblos luchando por su libertad. Aquí son un simple atajo de vándalos.

Uniendo conceptos, ya solo cabe esperar que cuando les llegue su hora, la historia recuerde que esta gente que hoy se manifiesta fue buena. Pero claro, la historia la escriben los que ganan. Por eso, no es que siempre ganen los buenos, sino que los vencedores se quedan con el mejor papel de la película.