martes, 30 de octubre de 2012

Lluvias y meadas

Con la que está cayendo aquí, desde ayer parece que lo que más preocupa a media España es la que cae en la costa este de Estados Unidos. Mientras, acabo de leer en un blog una referencia a una pintada que reza "Nos mean y la prensa dice que llueve". Esta mañana se me ocurre más de una interpretación para tan dura afirmación.

Es triste que hablen así del oficio de uno. Y más triste pensar que pueden tener razón. Pero vamos a poner a cada cual en su sitio. De unos es la responsabilidad de informar bien. De otros la de ser un público responsable y exigente.

Es innegable que los telediarios nos han inundado con informaciones, datos y, sobre todo, imágenes de la lluvia al otro lado del charco. Y digo yo que si hoy no ha pasado en España nada más importante. A lo mejor, la situación económica del país debería dejar de ser noticia, ya que no hay cambios desde ayer.

Pero es igual de cierto que la gente traga. Y traga con cualquier cosa. Como cada mañana, reviso las últimas publicaciones de mis contactos en Facebook y la mitad son fotos de lluvia sobre América. Perdón si me equivoco, pero creo que nunca he visto tal cosa cuando ha habido inundaciones en Badajoz, por ejemplo.  Es más, circula por ahí una foto de un nubarrón sobre la estatua de la libertad que, al parecer, no es de estos días, sino de hace varios años. Pero lo importante es el espectáculo.

Así que amplío la primera reflexión: hoy nos siguen meando, igual que ayer; la prensa dice que llueve y la gente habla de la lluvia.

jueves, 25 de octubre de 2012

Cumpleaños trianero

Hace unos meses escribí sobre el cumpleaños de Bob, fiesta antológica en el mítico Cavern Club que sirvió de despedida a mi visita a Liverpool. Pero lo de anoche no tuvo nada que envidiarle. Una vez más, uno de esos planes improvisados, casi celebración de emergencia, que acaban de la forma más imprevisible. Y sólo podía suceder en mi barrio, mi pueblo, mi casa: Triana.

Después de una cerveza rápida, por fin llegan los vasos con hielo, limón y lo que quiera cada uno. El escenario, un pequeño antro trianero en el que hace dos semanas habíamos disfrutado, completamente solos, de un excelente repertorio rockero. Esta vez, al entrar encontramos una pareja en la esquina de la barra. A primera vista, un simple par de cincuentones. Pero no han pasado ni dos segundos desde que nos colocamos ante la barra cuando ella comienza a hablar. Y no paró hasta que nos fuimos cuatro horas después. ¡Empieza la fiesta!

Madrileña de voz ronca, charla por los codos pero no consigue hilar dos frases coherentes seguidas. Su primer empeño, vete a saber por qué, es conseguir adivinar nuestras profesiones. Un fracaso. Y yo, que no soy médico pero si muy observador, comparto con mis acompañantes mi primer diagnóstico de la noche: está encocada. Además de los síntomas mencionados anteriormente, me baso en que no paramos de reirnos en su cara y la tipa ni se inmutó. Su amigo, gitano de las Tres Mil que apenas abre la boca, resulta ser un fantástico guitarrista que ha acompañado a gente tan variopinta como Pata Negra, la Pastori o Alba Molina, entre otros. De hecho, al poco rato desaparece y vuelve con una guitarra, con la que nos embelesa durante un rato. “Qué bueno eres, Emilio”, le dice otro parroquiano que acaba de entrar. “Si te escuchara Paco, el maestro, te diría lo mismo”. Todo genial hasta que su acompañante, que también es su amante, le una su voz, que al cantar se hace aún más tosca.

A la siguiente pareja que entra, la estrella del cante, autoerigida en alma de la fiesta, les propone otro juego: adivinar de quién es el cumpleaños. Y el caso es que entran al trapo, sobre todo él, y le siguen el juego. Dos horas y varias rondas después, el tipo lo adivinó. De ahí en adelante, calculo que me felicito no menos de cinco veces. Mientras tanto, sigue llegando gente, a cual más peculiar, y se van uniendo al grupo. La última pieza del cuadro, imprescindible, es el camarero: un flaco argentino de pelo cano que charla y bebe como uno más. Este viernes traspasa el negocio. Una pena.

Como en la canción, nos dieron las diez y las once, las doce, la una y las dos y las tres. Sin tarta, pero con canción de cumpleaños, apagado de vela, deseo… Creo que, en un momento dado, empecé a hablarle al pibe de la barra con acento argentino y a jalear con oles y arsas al son de la música. De eso último sí estoy más seguro. Las mentes sucias pensarán que son los efectos del alcohol, pero no. El ambiente era de por si lo bastante embriagador. De pronto, nos trasladamos a una especie de reservado al fondo del local y la cosa se pone más seria. Un repertorio de rancheras, flamenco, blues y un poco de rock sirve de fin de fiesta mientras apuramos la última copa. Se unen al conjunto un viejo rockero con aires flamencos y, al final, el último gran personaje de la noche: un chico, algo más joven que los demás, con una harmónica al que no se le entiende una palabra. Y me refiero a que somos incapaces de identificar si está hablando en otro idioma o simplemente pronuncia sonidos sin sentido. Hasta tal punto que se merece mi segundo diagnóstico de la noche: algún tipo de daño cerebral que le afecta la zona que controla el uso del lenguaje. No le encuentro otra explicación.

Es hora de retirarse. Detrás de la persiana metálica de la puerta, ya a media altura, espera el mundo real. Y en prueba de que fue una noche de lo más sana, después de acostarme a las tres y pico, esta mañana me he levantado a las ocho y media. Y como una rosa. Espero que sea el preludio de un buen año.

domingo, 14 de octubre de 2012

¡Salta!

Habrá quien piense que hacen falta un par de huevos para saltar a casi 39.000 metros de altitud. Otros dirán que, más bien, hay que estar mal de la cabeza para hacerlo. Yo sólo le encuentro una explicación: un nivel exagerado de curiosidad. Y me encanta pensar que sea así.

La curiosidad, bien entendida, es imprescindible para la evolución. Por eso, supera el miedo, los complejos y los prejuicios de los demás. A la gente curiosa le fascina lo que no conoce: saber un poco más de cómo funciona nuestro mundo, sin importar la utilidad inmediata que pueda tener;  darle a la mente nuevas herramientas para comprender los procesos que nos rodean a diario; explorar lo que está más allá de los entornos en que transcurre nuestra vida cotidiana, el Plus Ultra de los antiguos mapas terráqueos. Por eso, muchos disfrutamos atravesando el primer límite que encuentran nuestros ojos, viajando más allá del horizonte para conocer otros lugares de nuestro planeta. Pero la segunda frontera, el cielo, se presenta mucho más inalcanzable.

Volar, saber qué hay más arriba de esa capa azul que nos rodea o acercarse a las estrellas que se cuelan en nuestra vida cada noche han sido anhelos perpetuos de todo aquel cuya preocupación iba más allá de tener un plato de comida cada día sobre la mesa. Pero para unos pocos, más que una utopía, se convirtió en un reto. Y así nacen los aviones, los viajes espaciales, los grandes telescopios…

Pero la curiosidad siempre supone ir más lejos y, después de subir, a alguien se le ocurre probar una nueva forma de bajar. Y de hacerlo más rápido que cualquier reactor comercial. Es cierto que se ha convertido en un espectáculo y, a su vez, en una gran campaña publicitaria. Pero no hay que perder de vista que, detrás de las tres horas de retransmisión por la tele, hay años de trabajo, de investigación, de pruebas.

Así que un aplauso para ellos. Y que se animen a saltar muchos más, aunque sea una gran multinacional la que les dé el empujón antes de su caída. Si todos los anuncios fueran tan interesantes, dejaría de aprovechar las pausas publicitarias para ir al baño. ¿La aplicación del experimento? Ya nos la contarán y nos la venderán cuando proceda. Todo a su tiempo.

viernes, 12 de octubre de 2012

12 de octubre de 2012

Tengo ganas de que llueva. Sin embargo, hace un solazo que no se puede aguantar. De vez en cuando aparece una nube que parece venir a darme felicidad, pero tiene tan poca fuerza como yo mismo para lograr el objetivo deseado. Una vez más, la gente del tiempo me ha desilusionado.

Un año más ha llegado la fiesta nacional. Todo esto me parece tan antiguo. Yo no tengo nada que celebrar hoy, todo lo contrario. Y creo que hay muchos millones de mis compatriotas que tienen más motivos para preocuparse que para festejar nada. Pero por un día parece que nos quieren hacer olvidar eso. También ese es un objetivo difícil.

Mientras, los militares han vuelto a salir a la calle, lo cual sigue pareciéndome una forma curiosa de que un país celebre su día. A pesar de eso, a través de varios medios de comunicación han aprovechado la ocasión para recordar el, según ellos, ínfimo presupuesto que se destina a la defensa. Quizá es su forma de manifestarse, como ya hicieron otros sectores de la población hace unas semanas. Sin embargo, aumentar los fondos para los ejércitos españoles se me antoja un objetivo tan inalcanzable como inadecuado en estos momentos.

Completan la estampa del día los baturros llevando flores a su Pilarica para hacer un manto cada año más grande. Otra celebración ostentosa delante de una imagen inerte difícil de comprender para una mente simple como la mía. Donde la televisión enfocaba la montaña de flores, yo veía una montaña de euros allí tirados. ¿Cuántos habría? Como la Merkel vea este derroche se va a poner buena. En cualquier caso, estos han sido los únicos que han hecho lo que tenían planteado para hoy. Será cuestión de ponerse objetivos más asequibles: ni dominar el clima, ni cambiar las mentalidades y, por supuesto, nada de tocar el dinero. Simplemente, pídele al rebaño que le traiga flores a la patrona.