jueves, 24 de junio de 2010

¡Que vienen las negras!

El verano no ha llegado este año a la ciudad con tanta fuerza como de costumbre. El viento, siempre presente en esta tierra, se encarga de suavizar las temperaturas y de hacer más llevadera a los que desde bien temprano guardan sitio en los laterales de la avenida principal. Con calor o sin él, el mes de junio trae cada año la Feria. Y la Feria no empieza hasta que no acaba la cabalgata.

Sombrillas, toldos de jardín y todo tipo de inventos caseros sirven para resguardar del sol a los sufridos vecinos que desde primera hora de la mañana reservan una parcela al borde de la calle para que, cuando caiga el sol, amigos y familiares vean el desfile mientras comen y beben de una mesa abastecida para la ocasión por todos los presentes.

Después de varias horas de espera y unas cuantas carrozas insulsas, por fin llega lo bueno. Un grupo de bailarinas brasileñas se acerca por la avenida y los hombres, jóvenes y no tan jóvenes, se lanzan al asfalto en busca de “las negras”. Algunos las abrazan, tocan lo que pueden, otros bailan o simplemente se hacen unas fotos con ellas. Las muchachas, que saben a lo que van, se prestan con más o menos ganas. Alguna aprovecha para gorronearse un cubata. El grupo sigue adelante y los paisanos vuelven a la acera a comentar la jugada con sus compañeros de mesa.

Durante años, las mujeres han observado esta estampa con buen humor. Pero el desarrollo de las políticas de igualdad, amén de otros logros, les ha traído también a un par de negros para la cabalgata. Así que hombres y mujeres ya se tiran juntos a la carretera a pillar cacho. Y si las brasileñas tenían aguante, lo de sus paisanos machos es admirable. Aunque los hay, siguen siendo menos que las mujeres, así que cada chico toca a cinco o seis señoras a su alrededor.

Las carrozas siguen pasando y la comida se va acabando. Ya se ha hecho de noche y el trono de la reina cierra el cortejo. Es hora de volver a casa. Por el camino, una mirada al suelo demuestra un año más que los caramelos, aunque tienen su público, siguen sin ser el principal atractivo del evento. Las suelas se pegan al asfalto y a las aceras a pesar de los vanos esfuerzos del viandante por esquivar los restos de golosinas, aplastadas por los neumáticos o machacadas por otro pie. Empieza la segunda cabalgata: la de los equipos de limpieza

jueves, 17 de junio de 2010

El festival de las banderitas

No se ven el día de la fiesta nacional tantas banderitas como las que aparecen en cada partido del mundial de fútbol. Pero el fenómeno va más allá de los estadios y todo el país se viste de rojo y amarillo por seguir a la panda a la que le hemos pagado el viaje a Sudáfrica: los mercados se llenan de banderitas, las tiendas de ropa venden prendas rojas como si fuera la última moda, las de móviles se llenan de carcasas rojigualdas…

De pronto, no sólo a todo el mundo le interesa el fútbol, sino que empiezan a salir entendidos de debajo de las piedras. Y te empiezan a contar sus teorías de por qué jugamos bien, por qué jugamos mal, tenía que jugar éste, deberían triangular más… Y entre la charla del míster y el sonido de las vuvuzelas durante toda la retransmisión terminas con la cabeza como el bombo de Manolo.

Todo impulsado por un patriotismo que aparece de un día para otro, quizá como un sentimiento sincero que la gente lleva dentro y aflora ante estímulos especiales o simplemente es un ejemplo más de borreguismo mediático. Sea como fuere, igual que viene se va. Cuando termine el mundial, o cuando nos eliminen en el primer cruce complicado, a la gente se le olvida España, las papeleras del país amanecen llenas de banderitas y los mismos que antes lideraban el movimiento se encargan de gritar a los cuatro vientos nuestros defectos y nuestras desgracias. Y, terminado el mundial, otra vez a dar palos a los políticos por lo mal que nos va la vida.

jueves, 10 de junio de 2010

La verdad en huelga indefinida

La huelga de esta semana ha sido un ejemplo más de lo difícil que es conocer qué pasa más allá de donde nos alcanzan los sentidos. Los organizadores hablan de que la convocatoria ha sido secundada por un 70 por ciento de los empleados públicos. El Gobierno reconoce únicamente cifras algo superiores al 10 por ciento.

El tópico sugiere que el buen lector de prensa debe comparar varias versiones de los hechos para así formarse su propia explicación. Pero cuando unos te dicen que casi nadie ha hecho huelga y otros que casi nadie ha ido a trabajar, ¿cuál puede ser una hipótesis verosímil de lo sucedido? Tan sólo un día después de la jornada de protesta, políticos y sindicalistas han optado por no dar importancia a las cifras. Ni siquiera quieren discutir.

Esto no es nuevo, pero no por ello deja de ser indignante. Supone decirnos a la cara que nunca nos vamos a enterar de otra cosa que no sean los resultados del fútbol o los números de la lotería. Pero a nadie se le ocurre organizar una protesta por eso. La alarma salta cuando se tocan los bolsillos, no las mentes.

viernes, 4 de junio de 2010

Tintin en Cuba (V): Última mirada

LA HABANA – 28.5.2010
Me asomo desde el balcón de mi habitación para mirar una vez más al que ha sido nuestro barrio durante la última semana. Me viene a la cabeza nuestra noche de nuestra llegada, cuando también me asomé para contemplar unas calles entonces llenas de misterio y ahora tan familiares.

Catorce plazas más abajo, la juventud habanera desfila Rampa abajo en busca de jaleo. En la esquina de enfrente, Coppelia – que hace un rato nos sirvió nuestro penúltimo helado de guayaba – mantiene una terraza abierta toda la noche para los caprichos más golosos.

Una luna llena y blanca ilumina el cielo limpio y estrellado sobre la esquina de la 23 y L. La contaminación lumínica todavía no es un problema en La Habana – aunque sus vecinos lo verán como un dato negativo – y en noches como ésta, el visitante ocasional agradece que las farolas no sean aún una plaga en la ciudad.

El día, que empleamos en recorrer los últimos rincones pendientes de la ciudad y repasar los que más nos llegaron, nos dejó también los encuentros más agradables con el pueblo cubano. El primero fue Samuel, un niño de no más de cuatro años que nos regaló un beso y la más sincera sonrisa por sólo seis caramelos. Sentado junto a su padre – trompeta en la Banda Nacional de Conciertos de Cuba – durante una actuación en la Plaza de Armas, seguramente se ha ganado más miradas de la concurrencia que la propia formación musical.

Más tarde nos cruzamos por la calle con un chico que nos contó que su padre llevaba un tiempo trabajando en Murcia y que se alegró simplemente por saber que nosotros veníamos de la región de al lado.

Por último, un descubrimiento que puso la guinda perfecta al pastel de nuestro viaje: Jesús y su familia. Él nos atendió un par de veces en un restaurante a tan sólo tres cuadras de nuestro hotel. Por casualidad lo encontramos cuando nos dirigíamos a dar nuestro último paseo por el Malecón y, después de una larga charla callejera, nos abrió las puertas de su casa e hizo desfilar por la salita a toda su familia para conocernos. Tras un par de horas de compartir café y conversación, quedamos en contacto y pendientes de visitarlos de nuevo algún día.

jueves, 3 de junio de 2010

Tintin en Cuba (IV): Ché, de cheque

LA HABANA – 26.5.2010
La Revolución pasó épocas mejores, pero si algo se le puede reconocer es que ha sabido buscarse las papas durante más de 50 años. Su amistad con los soviéticos permitió a Cuba dar salida a su producción de azúcar a cambio de toda clase de productos, además de mantener a raya al vecino yanqui.

Con el colapso de la URSS, el turismo se ha convertido en la gran solución. Y junto al mojito, las mulatas y las playas, el Ché Guevara se ha convertido en uno de los iconos oficiales del país de cara a los visitantes. Camisetas, gorras, banderas o maracas lucen el famoso rostro del guerrillero. No hay grupo que no le cante para cerrar su actuación o lugar en La Habana por el que el comandante no pasara alguna vez.

Esta mañana, Milú y yo compramos el Granma a la puerta del hotel. “¿Son ustedes seguidores del Ché?”, nos preguntó el vendedor antes de darnos el periódico. Elegimos el sí como respuesta más fácil, así que tras darnos el periódico, el vendedor comenzó a sacar de su saco billetes y monedas de la divisa nacional con la cara del argentino. Y quién sabe qué más nos hubiera dado – a cambio de unos pesos convertibles y un bote de champú – si no lo hubiéramos parado.

No sé qué pensaría el protagonista de tantos retratos si se viera convertido en reclamo comercial para que el mundo capitalista inyecte fondos al régimen comunista de su camarada Fidel. Por su parte, la Revolución parece haber olvidado que su héroe, convertido en mito por su temprana muerte, cayó lejos de Cuba después de dejar atrás el país para combatir – sin mucho éxito, por cierto – por su propia causa.

miércoles, 2 de junio de 2010

Tintin en Cuba (III): Mojito

LA HABANA – 24.5.2010
Tradición añeja o reclamo turístico. En cualquier caso, una buena excusa para sentarse en una terraza mientras el grupo de turno repite el repertorio de siempre.

Pero el mojito es sólo la cabeza de cartel de la profusión de cócteles que el país presenta como parte fundamental de su identidad nacional. El daiquiri, el Cuba libre o el ron Collins son otros de los manjares de la “gastronomía” isleña. A partir de ahí, todo se puede combinar con ron: zumos de frutas, leche de coco y, en general, cualquier líquido potable.

Es fácil comprender que las cantidades varían notablemente de un local a otro. Así, los combinados nacionales oscilan entre un trago suave y dulzón o un leñazo importante que sube rápidamente a la cabeza. La Bodeguita del Medio y el Floridita se han ganado la fama, pero cualquier cantina prepara brebajes más o menos aceptables con un precio más asequible.

Milú se está sacando un máster acelerado en la materia. Espero que el hígado canino asimile bien el alcohol. De momento, ha cogido la cama como un angelito.

martes, 1 de junio de 2010

Tintin en Cuba (II): Postales habaneras

LA HABANA – 24.5.2010
La Habana huele a humo y a gasolina. A veces, la ventana abierta de la cocina de un restaurante o una casa particular consigue camuflar el aroma en una callejuela, pero en las grandes avenidas es imposible. Tanto es así, que a las pocas horas se le ha cogido el gusto a esta particular característica de la ciudad.

La gente es pegajosa, como el calor. Quieren saber de tu vida y contarte la suya. Algunos esperan dinero a cambio de la conversación, otros sólo pasar un rato ameno y obtener información del exterior. Los hay que se indignan cuando huyes de ellos para conservar tus monedas en el bolsillo. Otros lo entienden y bromean: “ya hablaste con muchos cubanos, ¿no?”. Con paso ligero dejamos atrás a los charlatanes transeúntes sin saber si sus intenciones eran buenas o si realmente hicimos bien.

Cada calle, cada plaza, cada parque esconde una escena. Un anciano, mudo, merodea caracterizado como Ernest Hemingway a las puertas del hotel que durante años hospedó al escritor. Con dos grandes puros, intercambia pesos por fotografías junto a los turistas. Unos metros más adelante, sin ningún ánimo de lucro, una señora de avanzada edad se corta las uñas de los pies en la puerta de su casa.

En cualquier rincón, grupos musicales de más o menos integrantes y de calidad variable amenizan el paseo con los distintos estilos del país. Algunos tienen micros, amplificadores e instrumentos aceptables. Otros se conforman con una vieja guitarra y un acordeón que parecen llevar media vida con ellos. Eso sí, hasta el dúo más humilde ha grabado un disco y trata de venderlo a todo aquel que se para un segundo a escucharlos.