La Revolución pasó épocas mejores, pero si algo se le puede reconocer es que ha sabido buscarse las papas durante más de 50 años. Su amistad con los soviéticos permitió a Cuba dar salida a su producción de azúcar a cambio de toda clase de productos, además de mantener a raya al vecino yanqui.
Con el colapso de la URSS, el turismo se ha convertido en la gran solución. Y junto al mojito, las mulatas y las playas, el Ché Guevara se ha convertido en uno de los iconos oficiales del país de cara a los visitantes. Camisetas, gorras, banderas o maracas lucen el famoso rostro del guerrillero. No hay grupo que no le cante para cerrar su actuación o lugar en La Habana por el que el comandante no pasara alguna vez.
No sé qué pensaría el protagonista de tantos retratos si se viera convertido en reclamo comercial para que el mundo capitalista inyecte fondos al régimen comunista de su camarada Fidel. Por su parte, la Revolución parece haber olvidado que su héroe, convertido en mito por su temprana muerte, cayó lejos de Cuba después de dejar atrás el país para combatir – sin mucho éxito, por cierto – por su propia causa.
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