martes, 1 de junio de 2010

Tintin en Cuba (II): Postales habaneras

LA HABANA – 24.5.2010
La Habana huele a humo y a gasolina. A veces, la ventana abierta de la cocina de un restaurante o una casa particular consigue camuflar el aroma en una callejuela, pero en las grandes avenidas es imposible. Tanto es así, que a las pocas horas se le ha cogido el gusto a esta particular característica de la ciudad.

La gente es pegajosa, como el calor. Quieren saber de tu vida y contarte la suya. Algunos esperan dinero a cambio de la conversación, otros sólo pasar un rato ameno y obtener información del exterior. Los hay que se indignan cuando huyes de ellos para conservar tus monedas en el bolsillo. Otros lo entienden y bromean: “ya hablaste con muchos cubanos, ¿no?”. Con paso ligero dejamos atrás a los charlatanes transeúntes sin saber si sus intenciones eran buenas o si realmente hicimos bien.

Cada calle, cada plaza, cada parque esconde una escena. Un anciano, mudo, merodea caracterizado como Ernest Hemingway a las puertas del hotel que durante años hospedó al escritor. Con dos grandes puros, intercambia pesos por fotografías junto a los turistas. Unos metros más adelante, sin ningún ánimo de lucro, una señora de avanzada edad se corta las uñas de los pies en la puerta de su casa.

En cualquier rincón, grupos musicales de más o menos integrantes y de calidad variable amenizan el paseo con los distintos estilos del país. Algunos tienen micros, amplificadores e instrumentos aceptables. Otros se conforman con una vieja guitarra y un acordeón que parecen llevar media vida con ellos. Eso sí, hasta el dúo más humilde ha grabado un disco y trata de venderlo a todo aquel que se para un segundo a escucharlos.

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