domingo, 24 de abril de 2011

Domingo de Resurrección

Sé que llevo demasiado tiempo sin escribir por aquí. La forma más elegante de justificarme sería decir que he estado pasando un bache creativo. Quizá me ha afectado más de lo esperado el cambio de ciudad. Pero es un argumento duro de digerir para alguien que solía considerarme un ciudadano del mundo, deseoso de conocer nuevos lugares. Puede que me esté haciendo mayor. Sin embargo, no pasa un día sin que alguien me pregunte si soy el nuevo becario. Lejos de preocuparme, eso me tranquiliza.

Pero poco importa ahora cuánto tiempo ha pasado y cuáles fueron las razones. Las preguntas van contra la esencia de esta semana que termina y del Domingo de Resurrección. El caso es que el reportero - entre actos políticos, compromisos con famosos actores y bacaladas varias – de vez en cuando tiene la suerte de asistir a escenas que, por repetidas y programadas hasta el milímetro, no dejan de ser sorprendentes. La que me ocupa en este caso es el desembarco y posterior desfile de un centenar de legionarios ante la atenta mirada de la multitud, que aguarda durante horas en el mejor sitio para verlos pasar delante suya apenas un minuto o dos.

Mi editora – que lleva ya mucho tiempo en el sur, pero que creció en tierras más serias – no termina de entender la gran expectación de la cita cuando se la anuncio a primera hora de la mañana. Yo tampoco comparto la admiración de mis paisanos temporales por aquel evento social. Con el paso de las horas, he de reconocer que semejante postal bien merece ser vista y, en mi caso, contada. Aunque seguramente no coincidimos en los motivos.

Un barco de transporte asoma por la bocana del puerto. El sonido de los tambores y los gritos de los hombres van invadiendo poco a poco el lugar. El novio de la muerte suena cada vez con más fuerza mientras la nave se aproxima a tierra. Una gran demostración o, mejor dicho, una gran exhibición de la irracionalidad militar. Ciento cincuenta tíos que llegan de África chillando como verracos para cargar sobre sus hombros – porque para eso son muy machos – un Cristo de madera. El país puede estar tranquilo. Yo, al menos, duermo mejor desde entonces.

Cuando por fin bajan al muelle, el ritmo de los tambores les marca un paso ligero y en poco más de un minuto han terminado de pasar ante mí. A unos pocos metros, también observan la escena las autoridades pertinentes, encabezadas por el alcalde de la ciudad y el Jefe del Estado Mayor de la Defensa. La noticia abre el boletín horario de mi cadena. No sé si me consuela o me preocupa ver que estamos casi todos allí: teles nacionales, radios, periódicos locales. Es el tema del día. Para mí es un espectáculo más, como los Beefeaters o la Guardia Suiza, pero con un toque español.