domingo, 14 de octubre de 2012

¡Salta!

Habrá quien piense que hacen falta un par de huevos para saltar a casi 39.000 metros de altitud. Otros dirán que, más bien, hay que estar mal de la cabeza para hacerlo. Yo sólo le encuentro una explicación: un nivel exagerado de curiosidad. Y me encanta pensar que sea así.

La curiosidad, bien entendida, es imprescindible para la evolución. Por eso, supera el miedo, los complejos y los prejuicios de los demás. A la gente curiosa le fascina lo que no conoce: saber un poco más de cómo funciona nuestro mundo, sin importar la utilidad inmediata que pueda tener;  darle a la mente nuevas herramientas para comprender los procesos que nos rodean a diario; explorar lo que está más allá de los entornos en que transcurre nuestra vida cotidiana, el Plus Ultra de los antiguos mapas terráqueos. Por eso, muchos disfrutamos atravesando el primer límite que encuentran nuestros ojos, viajando más allá del horizonte para conocer otros lugares de nuestro planeta. Pero la segunda frontera, el cielo, se presenta mucho más inalcanzable.

Volar, saber qué hay más arriba de esa capa azul que nos rodea o acercarse a las estrellas que se cuelan en nuestra vida cada noche han sido anhelos perpetuos de todo aquel cuya preocupación iba más allá de tener un plato de comida cada día sobre la mesa. Pero para unos pocos, más que una utopía, se convirtió en un reto. Y así nacen los aviones, los viajes espaciales, los grandes telescopios…

Pero la curiosidad siempre supone ir más lejos y, después de subir, a alguien se le ocurre probar una nueva forma de bajar. Y de hacerlo más rápido que cualquier reactor comercial. Es cierto que se ha convertido en un espectáculo y, a su vez, en una gran campaña publicitaria. Pero no hay que perder de vista que, detrás de las tres horas de retransmisión por la tele, hay años de trabajo, de investigación, de pruebas.

Así que un aplauso para ellos. Y que se animen a saltar muchos más, aunque sea una gran multinacional la que les dé el empujón antes de su caída. Si todos los anuncios fueran tan interesantes, dejaría de aprovechar las pausas publicitarias para ir al baño. ¿La aplicación del experimento? Ya nos la contarán y nos la venderán cuando proceda. Todo a su tiempo.

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