El director de la película,
Matteo Garrone, no debe ser un hombre muy querido en Nápoles. Hace unos años, a
la vez que se hacía un nombre en el cine europeo, debió ganarse un lugar el
punto de mira de la camorra con Gomorra. Ahora le mete mano a los napolitanos
de a pie, que tampoco pueden quedar muy satisfechos de la imagen que se da de
ellos. Sin embargo, para los espectadores del resto del mundo resulta una
historia divertida.
Pero tras la risa que producen
los personajes, ordinarios hasta decir basta, y las situaciones en las que se
ven inmersos, la trama está llena de pequeños detalles que invitan a reflexionar
sobre el abismo entre las distintas realidades de nuestros días: la que viven
los ciudadanos cada día y la que muestran los programas de entretenimiento en
televisión. Las calles más mugrientas de Nápoles son en realidad un pequeño
ingrediente para montar una historia que bien podría suceder en cualquier
ciudad occidental. Y no necesariamente en un barrio tan cochambroso.
Lucciano, un humilde pescadero
que compagina su negocio con cutres trapicheos, sufre un cambio repentino
cuando ve la posibilidad de ser elegido para una nueva edición de Gran Hermano.
Cegado por la ambición de fama y opulencia, condiciona toda su vida al logro de
ese fin, que a su juicio va a cambiar su existencia. Todo ello con la complicidad
de su entorno más cercano: familiares, amigos y vecinos que no sólo lo apoyan,
sino que lo admiran por lo que está a punto de conseguir.
¿Y todo para qué? Para llegar
a ser como Enzo, el ganador de la última edición del concurso. Otro currito de clase
baja, que ahora viste ropa cara, predica su filosofía de vida allá donde va y
es aclamado por las masas. Uno de los perfiles propios de esa fauna de
guaperas, tetonas y graciosillos a quienes la telebasura saca de su perra vida hasta
que otro personaje más lamentable y soez ocupa su puesto y los devuelve al
olvido y la miseria.
El que no quiera entrar en
tantas reflexiones, simplemente puede disfrutar del patetismo de escenas que
cuesta poco trabajo creer y personajes simplones, sin dobleces, que hacen reír
casi con cada frase. Por cierto, genial la versión original, aunque sea
imposible entender la mitad del italiano que hablan (para eso están los
subtítulos). Espero que no haya perdido mucho con el doblaje.
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