La costumbre local obliga a
visitar siete iglesias desde la tarde del Jueves hasta la medianoche del
Viernes Santo. El objetivo es rendir culto a los monumentos e imágenes que los
responsables de cada templo preparan para la ocasión. Como somos gente
obediente y temerosa del Señor, al menos hemos pasado por una decena. Nunca
viene mal ganar puntos con el de arriba.
La experiencia permite asistir
a escenas curiosas. En muchas iglesias, las sillas están colocadas en forma de
semicírculo y los feligreses se pasan un rato a charlar con los amigos de la
parroquia, sin hacer mucho caso a la imagen. En otros lugares, el recogimiento
es mayor. Aunque también hay templos completamente vacíos, sin un mal cura que
lo vigile, pero abiertos de par en par a altas horas de la noche (altas para
los estándares malteses).
Sin embargo, el miércoles por
la noche ya nos topamos con la primera sorpresa: un singular via crucis, donde
alternan los más sencillos atuendos de paisano con extraños hábitos de monje, que recorre las calles de La Valeta. Lo más increíble
es que no somos los únicos sorprendidos. La comitiva pasa ante el restaurante
en el que estamos cenando y los propios camareros se quedan boquiabiertos al
ver tal desfile. Uno de ellos incluso sale a la calle a preguntar qué está
pasando y, a la vuelta, recita ante toda la clientela la lección que acaba de
aprender.
Pero esto no es lo único que
nos hace pensar que es la primera vez que organizan algo así un Miércoles
Santo. “Esta tarde vinieron a decirme que quitase el coche de la puerta. Ahora
comprendo por qué”, nos confiesa la otra camarera mientras su compañero está
fuera. Hasta entonces, pensaba que era alguna medida de seguridad del
parlamento nacional, que está un par de manzanas más allá del local.
El viernes llega el turno de
la procesión propiamente dicha. Y digo “la procesión” porque es una sola. En
este sentido, estos malteses están mucho más avanzados que nosotros. En un solo
desfile cuentan toda la historia de la pasión. En torno a una decena de pequeños
pasos recorren las calles de la ciudad, recordando los distintos momentos de
los últimos días de Jesús: desde su entrada en Jerusalén hasta el santo
entierro. Entre escena y escena, decenas de fieles que desfilan disfrazados de
los principales personajes de la historia. Y todos ellos, precedidos por otros,
generalmente niños, con un cartel que indica quienes son.
Se acomoda uno en una esquina
y, en poco más de una hora, ya ha visto la historia entera. No hay que esperar
a que pasen tantísimos armados de la Macarena o salir corriendo después de
verlos porque quiere ver a la Esperanza de Triana cruzando el puente. Aquí,
como dice la canción, todos juntos como hermanos.
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