martes, 24 de enero de 2012

El patrón

Comenzaré diciendo que no comprendo por qué, en pleno siglo XXI, tenemos que celebrar el día de los periodistas coincidiendo con un patrón religioso. Debe haber tantas fechas como días en el año marcadas por sucesos memorables, para bien o para mal, en el mundo del periodismo. Pero entiendo que tenemos problemas mucho más graves que abordar.

El bueno de San Francisco de Sales debe estar revolviéndose – en su tumba o en el cielo, según las creencias de cada uno – viendo la penosa situación que atraviesan sus patrocinados. Con los pies en el suelo, los que amamos esta profesión sentimos lo mismo cada día, con cada ERE, con cada cierre, con cada oferta de trabajo ofensiva para la dignidad humana. Sin embargo, ni desde el cielo ni desde la tierra se hace demasiado por atajar esta situación.

En el gremio conviven dos realidades paradójicas: el amor a la profesión y la desunión de sus miembros. Los periodistas amamos nuestro oficio como pocos profesionales. Estamos orgullosos de nuestra función en la sociedad, a veces incluso más de la cuenta. Sin embargo, existe un sentimiento cainita que nos impide formar piña con el resto de colegas.

Estoy harto de leer y escuchar los que lamentan esas ofertas de empleo para periodistas que no quieran cobrar. Pero lo que nunca se cuenta es que, al final, alguien acepta el puesto. El razonamiento es siempre el mismo: mejor estar haciendo algo que en casa y, si no lo cojo yo, vendrá otro que lo hará.

Si entre todos no cambiamos esto, poco a poco la profesión se irá al carajo. Los que aún tienen un salario aceptable se irán jubilando, dejando su sitio a otros que cada vez ganarán menos, hasta que nadie se pueda permitir vivir del periodismo. ¡Qué triste!

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