viernes, 7 de enero de 2011

Tintín en Tailandia (III): Lujo oriental

Chiang Mai – 16.12.2010
Los cinco días que llevamos en Tailandia han sido suficientes para adjudicar un significado a esta expresión, generalmente imprecisa. Básicamente, el lujo oriental consiste en poner a disposición del cliente – ya sea huésped de hotel, comensal de restaurante o pasajero de avión – cualquier cosa que pueda facilitar, hacer más cómoda o más agradable su estancia en el negocio en cuestión. Y cualquier cosa significa cualquier cosa.

El primer ejemplo lo encontramos en nuestro hotel en Bangkok. Entre los licores del minibar – que, por cierto, vienen en botellas más generosas que las que ofrecen los hoteles occidentales – nos sorprendió encontrar una caja de preservativos. Dado el género que se puede encontrar en una calle a no más de cien metros del hotel, llena de clubes nocturnos donde se puede encontrar todo lo que una mente calenturienta puede desear, es comprensible que más de un cliente se vea en situación de recurrir a estas gomitas profilácticas.

Pero la cosa va mejorando hotel por hotel. En el segundo, encontramos en un cajón de la mesilla de noche una linterna. Ir al baño por la noche sin tener que encender la luz para no despertar a nadie o pasear entre la frondosa vegetación que rodea al edificio. Eso queda al gusto del usuario, pero desde luego tiene la oportunidad de hacer lo que elija.

Otro punto son los cócteles de bienvenida. Mientras un recepcionista hace el registro en el hotel, el cliente espera en los sillones del vestíbulo degustando un refrigerio cortesía de la casa. Zumo de crisantemo, de azucena… No siempre son sabores agradables para el paladar occidental – a veces incluso los olores sirven de primer aviso a lo que nos espera – pero, recordando el refranero, de biennacidos es ser agradecidos y, además, la intención es lo que cuenta. Así que unos sorbitos para no ofender a los anfitriones.

Los transportes tampoco se quedan atrás. Las azafatas de Thai y su frenética actividad desde el despegue hasta el aterrizaje – dure lo que dure el vuelo – son sólo un avance para el que llega por primera vez al país. En nuestro caso, durante las casi 12 horas desde Madrid contamos que se cambiaron de uniforme cuatro o cinco veces.

Nuestro transporte por el norte del país – una confortable furgoneta Toyota – no tiene nada que envidiarle al 747 de Thai. Desde el asiento del copiloto – el izquierdo en Tailandia – nuestro guía nos ameniza los trayectos más largos con sus versiones de grandes clásicos del pop y del rock. Ha demostrado ser un gran enamorado de Queen. La parte coral de Bohemian Rapsodi, que el propio grupo no era capaz de interpretar en directo, no tiene secretos para él. En agradecimiento, Milú y yo le hemos correspondido con una versión a capella del Que viva España de Manolo Escobar. ¡Qué no se diga!

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