
Venimos por la autopista del aeropuerto y me llama la atención el colorido de los taxis locales. Me cautivan especialmente unos de color rosa chillón, no sé si porque son los más numerosos o por lo llamativo de su color. Después de haber leído mucho sobre las perrerías que pueden llegar a hacer los taxistas del lugar, le pregunto a la guía que nos acompaña hasta el hotel si esos rosas son alguna empresa oficial o, cuanto menos, fiable.
“No te puedes fiar de los colores en los taxis”, me responde. Entonces nos explica que los lugareños son muy supersticiosos y que, por ejemplo, los dueños de los taxis los pintan de un color u otro dependiendo del día de la semana en que nacieron. El rosa corresponde al martes. “¿Ves ese otro taxi, verde y amarillo? Es una empresa de dos socios: una nació un lunes y otro un miércoles”.
Aparte de eso, nuestro primer día en Bangkok nos deja otras estampas curiosas: una mujer cortándose las uñas de los pies mientras atiende su puesto en el mercado de Mo Chin o la amplia oferta de los puestos callejeros, que cuentan con las ya clásicas falsificaciones de Rolex o con los diseños de ropa más modernos. Todo ello bajo intensos olores, no siempre agradables, pero que añaden un punto de exotismo al lugar.
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