sábado, 8 de enero de 2011

Tintín en Tailandia (IV): Las putas por la noche y las parejas casadas

Silom Road es una de las avenidas más bulliciosas de Bangkok. ME cuentan que hay un par de colegios con casi 10.000 alumnos, centenares de oficinas y he podido contar más de una decena de hoteles. Un punto de referencia para nativos y forasteros.

En su tramo final, los vendedores ambulantes invaden las aceras y los peatones deben caminar en fila india. Elefantes en miniatura, estatuillas de Buda, Rolex falsificados, imitaciones de las pulseras de moda y todo tipo de camisetas rodean al viandante. Tras los tenderetes, locales de masaje, bares de copas y multinacionales de la alimentación. De vez en cuando, se abre un hueco para dar acceso a una bocacalle y se puede respirar un poco de aire fresco.

Sorprende una de esas calles, a primera vista oscura a ras de suelo, pero iluminada en las alturas por una maraña de carteles que anuncian la amplia oferta de sexo digital o de carne y hueso disponible en unos metros. Las chicas esperan de cháchara a la puerta de los locales como la que sale a charlar con las vecinas a la hora del fresco. Algunas optan por el uniforme de enfermera, otras por el gorrito de Papá Noel y todas por mostrar abiertamente sus encantos.

Por si alguno no se atreve a aventurarse por aquel camino, entre los puestos de Silom aparece de vez en cuando un joven que, catálogo en mano, muestra a los viandantes el género como el que enseña el muestrario de tapicerías para un sofá. Como en las telas, las hay de todos los colores, texturas y para todos los gustos.

Mientras salimos de Bangkok camino al aeropuerto para seguir nuestro viaje por el norte del país, le comentamos nuestra sorpresa por estas escenas a la chica que nos acompaña. Nos dice que allí es una cosa corriente, asumida y aceptada, una oferta más para el turismo. “Lo que no me parece bien es que se pongan a enseñar los catálogos de día”. Vamos, que por la noche como si se pasean con las tetas al aire, pero hasta que se ponga el sol hay que ser puros y castos.

Ésta es sólo una muestra de las contradicciones de un país marcado de color rojo en el mapa del turismo sexual y que no trata de esconderlo, aunque trata de combinar esta realidad con sus valores tradicionales. Pero aún hay más.

El nivel de inglés de los tailandeses deja mucho que desear. Algo así como el de los españoles, sólo que allí la diferencia entre los sonidos asiáticos y los europeos convierten una mala pronunciación en un dialecto imposible de descifrar.

Eso sí, todos saben perfectamente dos cosas. LA primera son los números, imprescindibles para negociar los precios. Los thousand y los hundred los pronuncian perfectamente. Lo segundo que les enseñan en el colegio es honeymoon. No hay tailandés que hable con una parejita joven de turistas que no le pregunte “honeymoon?”. No les pidas que construyan la pregunta entera. Y no trates de explicarles nada más, porque no lo van a entender. Sólo mueve la cabeza para decir sí o no.

Nuestro guía por el norte – que se expresa en un español tan rudimentario que hemos dudado si pedirle que nos hable en inglés, que se le da mejor – nos cuenta que tiene una hija de 21 años. Ha estudiado para ser profesora de inglés, pero el le ha dicho que se prepare unas oposiciones para ser funcionaria. Y hasta que no las apruebe, nada de novios. Él y su mujer lo tienen claro: “si hija embarazada, problema ella, yo no”. Vamos, que si llega con un bombo la echa de casa.

Por todo esto, después de casi una semana por estas tierras, no nos ha extrañado que, después de acompañarnos a nuestra habitación, la recepcionista del hotel se haya despedido deseándonos feliz luna de miel.

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