miércoles, 22 de junio de 2011

Tintín en las Antillas (I): Maniobras de aproximación

El azar, las prisas y las ofertas de última hora nos llevan a Milú y a mí al Caribe, un destino que nunca había estado entre nuestras prioridades pero que, por qué no, merece nuestra visita tanto como cualquier otro rincón del mundo. Al poco descubrimos que la casualidad también se ha querido unir a este cóctel de circunstancias. Mientras esperamos para subir al avión, recordamos que hace apenas seis meses – que hoy parecen media vida – hacíamos cola ante la misma puerta de embarque para volar a Bangkok. El listón está muy alto.

Tras ocho horas de vuelo rodeados de un grupo de colegiales ansiosos por beberse todas las reservas de ron de la isla, al fin avistamos las blancas playas de La Española. Lo primero que llama la atención desde el aire es la abundante vegetación del lugar. El verde lo inunda prácticamente todo. Apenas se ven núcleos de población ni carreteras. Largos caminos de tierra parecen ser las únicas vías de comunicación hasta que nos acercamos al aeropuerto, del que nace algo parecido a una autopista. Al menos está asfaltada.

A pesar del atractivo turístico de las costas, parece que el desarrollo no ha llegado tierra adentro. La impresión se confirma nada más aterrizar. Donde uno espera ver una terminal de cemento y cristal se levanta una gran choza de madera, paja y piedra con algunas vigas metálicas. Grandes ventiladores cuelgan de los altos techos a dos aguas. Diría que lo más moderno del lugar es la cinta portaequipajes. Pero, pensándolo bien, en realidad es una inútil maquinita en la que los recién llegados han de picar – a modo de bonobús – su tarjeta de entrada al país, adquirida cinco metros más atrás a un agente de aduanas por el módico precio de 10 dólares americanos, 10 euros para los desprevenidos que no cambiaron.

La estampa la completa el agobiante calor. Aunque no es la primera vez que aterrizamos en latitudes tropicales, el aire espeso aún nos coge desprevenidos al salir del avión. La humedad exterior y el propio sudor acaban con la camisa pegada al cuerpo en unos pocos segundos. Las primeras fotos del lugar son borrosas. El objetivo de la cámara se ha empañado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario