lunes, 19 de septiembre de 2011

Adiós, Miguel

Llega el lunes, desaparece la resaca y la nueva semana se encarga de recordarnos la realidad. Los viejos rockeros nunca mueren, pero llega un día en que se retiran. Y por más que nos duela a los que la otra noche cantamos cada canción frente al escenario, quizá sea la decisión más acertada: retirarse a tiempo, mientras que el cuerpo aguante con dignidad, y no esperar a que los huesos y las cuerdas vocales no puedan más. No fue lo mismo ese Elvis gordo de mediados de los setenta, sentado en una silla en medio del escenario, que aquel que veinte años antes escandalizó a medio mundo con sus movimientos. Y lo que sirve para el rey del rock se puede aplicar también al virrey del rock en España. Prefiero quedarme con el recuerdo de ese tipo vestido de negro rocanroleando hasta el final.

El repertorio escogido para la despedida es fantástico. Sin necesidad de hacer hueco a canciones nuevas para presentar el último disco, hubo tiempo para todos los clásicos y para todas sus facetas: desde el rock – inolvidable Rock de una noche de verano – hasta el amante del blues, pasando por los temas pop más estándar o sus momentos más íntimos con Santa Lucía o Todo a pulmón.

Pero como la música es cosa de recuerdos, además de los momentos que conquistaron a todo el público, yo me quedo con el mío particular. Hace casi 20 años, Miguel Ríos tuvo el peculiar honor de sacar el primer disco “adulto” que me gustó. Así que, como a tantos otros, él me introdujo en el rock. Era un recopilatorio que, entre muchos clásicos, contenía una canción que me fascinó: Niños eléctricos. Por razones que ahora no vienen al caso y que nunca se han llegado a esclarecer, aquel disco desapareció de mi repisa. Por eso, hacía en torno a una década que no escuchaba esa canción. Pero la reconocí desde la primera nota. Nadie a mi alrededor parecía recordar la letra, quizá ni siquiera la conocían. Yo la canté desde la primera a la última. ¡Gracias!

Lo peor de la noche – no sé si se habrá repetido en toda la gira – fue una banda que no supo estar a la altura de las circunstancias. Especialmente malos los solos de guitarra, más ruidosos que creativos, que no llegaban ni de lejos a los que en su día aparecieron en las grabaciones originales. Hasta el propio Miguel olvidó las letras un par de veces. Los nervios, la edad… Quién sabe. Pero se le perdona por ser la última vez. Si no hubiera anunciado ya su retirada, habría sido la excusa perfecta para que algún original crítico le pidiera de malos modos que se fuera a casa.

Por eso, una vez más, ¡bien hecho! Gracias por medio siglo de rock, gracias por dos noches inolvidables – la de este fin de semana y la de hace diez años – y hasta siempre. Que disfrutes de tu jubilación. Bye bye Ríos!

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