lunes, 14 de febrero de 2011

Un lunes de invierno

Veo la lluvia a través del marco verde de mi ventana. El gris del cielo se va haciendo más oscuro conforme avanzan las manillas del reloj. No hay mucha más luz dentro de casa, sólo la que da el flexo encendido sobre mi escritorio. Una canción de Dylan suena por los altavoces del ordenador. Pura casualidad, o al menos eso se le supone a la función de reproducción aleatoria. Sin embargo, me parece la banda sonora ideal para el momento.

El pelado de primera hora de la tarde me ha despejado las ideas, revueltas después de una mañana de lunes muy larga. Y del barullo de la peluquería – en la que tres o cuatro paisanos se reían de un brasileño que no ha hecho más que hablar de sexo desde que se ha bajado de su bicicleta pintada con la bandera jamaicana – he pasado al silencio de casa, sólo roto por la música guardada en mi disco duro. Es curiosa la multiculturalidad y las escenas que trae a Triana.

Un vaso de leche se calienta mientras da vueltas en el microondas. En unos minutos será un chocolate a la taza y unas galletas lo acompañarán esófago abajo. Cuanto bien han hecho los preparados instantáneos.

Cada época del año tiene sus encantos y este mes toca disfrutar, entre otras cosas, de la tranquilidad del hogar. Las tardes cada vez son más largas, pero nunca lo suficiente como para hacer todo lo que uno quisiera. Pronto será de noche, lo que no me importaría si no hubiera que pensar en la mañana siguiente y en el resto de la semana. El trabajo espera. Por suerte. Por ahora.

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