domingo, 1 de mayo de 2011

El revisor

Abro los ojos y siento que el motor se para. Por la ventanilla del tren veo el cartel de la estación de Pedrera. No sé por qué siempre que hago este recorrido mi despierto en el mismo sitio. Lo último que recuerdo es que intentaba no dormirme esperando que pasara el revisor comprobando los billetes. Siempre es un fastidio que te despierten.

Aunque llevo mi pasaje entre las manos, no creí que eso fuera suficiente. He visto la misma escena en trenes de varios países. El revisor llega ante un viajero dormido, primero le da una palmadita en el hombro y, si eso no funciona, vuelve a insistir zarandeándolo suavemente. Ni un aviso verbal, ni una tos, solo un ligero movimiento de mano. Todos lo hacen igual.

En cuanto salimos de la estación, el revisor atraviesa mi vagón dirigiéndose sólo a los viajeros que acaban de subir. Al verlo comprendo por qué no me ha molestado. Estaba en la entrada del andén comprobando todos los billetes cuando subimos al tren, ya que era la primera estación del recorrido. En aquel momento no pensé que fuera a viajar con nosotros, porque no llevaba el traje oscuro que suelen llevar todos sus compañeros. Ahora que lo observo bien, me doy cuenta de que si lleva la camisa y la corbata habituales. Es más, del bolsillo sobre su pecho sobresale la patilla morada de unas gafas. Curiosamente, el color corporativo de la compañía de ferrocarriles. Aunque no suelo notar esos detalles, esta vez me fijo porque hace una semana me regalaron en una rueda de prensa un bolígrafo que escribe precisamente en ese tono.

De pronto, se me ocurre lo parecidos y a la vez diferentes que son los oficios de revisor de tren y azafata de avión. Aunque no soy amigo de estereotipos, hay casos en los que hay que rendirse a la realidad: el revisor es un hombre, de entre 50 y 60 años, con gafas y con algún kilo de más. Por mi experiencia como viajero, me atrevería a decir que todavía son pocas las mujeres en estos puestos. De hecho, no recuerdo haber encontrado a ninguna. Sólo en el AVE, aunque creo que eso es precisamente porque quieren parecerse a un avión.

Por lo demás, no sólo me parece un oficio tan digno como cualquier otro, sino que siempre ha tenido mi admiración por su habilidad para recordar las caras. Uno puede viajar cinco horas en el mismo tren y estar seguro de que el revisor sólo le pedirá el billete una vez. Ya me gustaría tener esa memoria fotográfica tan inmediata.

No hay comentarios:

Publicar un comentario