jueves, 28 de febrero de 2013

Verde, blanco y de todos los colores

Siempre me he considerado un andaluz atípico. Mi carné dice que nací en Cádiz, pero el que no lo sabe raramente me identifica con esa ciudad, su gracia, su descaro en algunas ocasiones. Llevo más de diez años viviendo en Sevilla y no tengo mucho en común con la imagen del sevillano. El turismo, el trabajo y los amigos me han llevado por casi toda Andalucía y tampoco he encontrado un perfil mayoritario con el que concuerde.

Sin embargo, cada uno de esos lugares los siento un poco míos, porque han formado parte de mi vida. Y en muchos de esos lugares he tropezado con gente a la que tampoco identificaría especialmente por su tierra. Gente interesante, inquieta, inteligente; gente que a lo mejor no me han contado un chiste en la vida; gente que, igual que yo, a veces está triste; gente cuyas ambiciones van mucho más lejos de ir de juerga en juerga.  

Son muchos los que se quejan de los tópicos, pero también muchos –a veces los mismos– los que recurren a ellos cuando más les conviene. Y ya no tienen mucho sentido, ni para bien ni para mal. Esta región, como todas, se ha abierto al mundo. Porque, cada día más, hay cosas que no se pueden aislar por una simple línea en el mapa. Y ya nada es nuestro ni nada es ajeno. Un ejemplo banal: salir de copas y hartarse de mojitos. Aunque Cádiz sea La Habana “con más salero”, aquí la hierbabuena se le ha echado siempre al puchero, no al ron.

Así que gaditano en los papeles, en el corazón gaditano, campogibraltareño, trianero y de tantos sitios más. De cada uno me he quedado con un poco. Bueno, pues celebraré el día de Andalucía. Por celebrar que no quede. Pero tampoco me importará celebrar el día de los parisinos, el de los neoyorquinos o el de los londinenses. Voy a investigar en qué caen, a ver si se puede hacer puente.

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