jueves, 7 de octubre de 2010

El autobús llega tarde

Ni el concierto de U2 la semana pasada causó tantos problemas en el transporte público. Un autobús se detiene y dos o tres personas bajan. Un caballero de pelo cano y camisa azul aprovecha y se cuela por la puerta trasera. Uno menos para la cola. Pero todavía quedan muchos. Los nervios se van caldeando.

Una chica – cuyo acento indica que llegó de las Américas en busca de una vida mejor – reza a grito pelado: “Dios mío, Dios mío, que el próximo autobús tenga hueco y se pare”. Recuerdo las paradas de autobús de La Habana, aunque en realidad allí no viví situación semejante. Los tiempos de los camellos abarrotados quedaron atrás gracias a los nuevos autobuses chinos.

“Tenemos trenes, tenemos metro, tenemos autobuses… pero da igual” proclama una mujer en espera de que alguien tome el hilo de la conversación. Pero ni el tren ni el metro llegan a donde ese autobús. El uno tiene allí un apeadero vacío. El otro pretende hacerlo algún día. Quizá todo esto sea consecuencia de las políticas de sostenibilidad: sostenibilidad económica y sostenibilidad presupuestaria. Y quizá no por ese orden. Pero mientras espera, la gente sólo quiere una cosa: que pase otro autobús.

Un segundo autobús pasa de bote en bote y ni siquiera se detiene. Una señora para un taxi. Se sube y cierra de un sonoro portazo. Todos volvemos la cabeza atraídos por el ruido: unos boquiabiertos y otros muertos de risa. Debía tener mucha prisa.

Cual lata de sardinas, pasa ante nosotros un tercer autobús. De él bajan unas pocas personas y rápidamente sigue adelante. Presa de la desesperación, una mujer que ya no cumplirá los sesenta echa a correr y aporrea con rabia el autobús mientras éste se aleja de la parada.

El final de la historia: volvemos a casa. Mañana será otra tarde y quizá vayamos en coche. La culpa de todo: un macrobotellón al que los jóvenes, usuarios convencidos del transporte público, acuden a manadas. Extrañamente, a pesar de la gran concentración de bastones y cabelleras canas en la parada, nadie clama contra la juventud por sus vicios insanos.

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