martes, 28 de septiembre de 2010

Un domingo de otoño

El hombre del tiempo anuncia que el otoño ha llegado ya. Sin embargo, el propio tiempo no parece darle la razón. O será que el otoño está en periodo de adaptación, como los niños en los colegios.

En cualquier caso, hay signos contradictorios. Han vuelto a las calles los puestos de castañas y el aire refresca la ciudad cuando el sol, cada vez más pronto, se pone cada tarde. Del otro lado, los árboles siguen conservando sus hojas y su color verde y ese manto amarillento que cubrirá los parques y las aceras todavía parece lejano.

Vuelve a ser agradable disfrutar el domingo en la calle, sin necesidad de huir hacía la playa más cercana. El coche se queda en el garaje. Hemos ido al cine después de comer. La primera sesión de tarde estaba abarrotada. Hacía tiempo que no veía tanta gente en una sala. No tengo muy claro si es el tirón de Julia Roberts o la forma más cómoda de pasar una sobremesa relajada.

Al final la película no ha acompañado mucho: demasiado larga para contar bastante poco. Pero ha sido la excusa perfecta para empezar una buena tarde. A la salida, el sol proyectaba esa luz que llena todo de largas sombras y tonos amarillentos, mientras una ligera brisa traía a la memoria el calor que, a esas mismas horas, reinaba hace tan sólo unas semanas. Perfecto para un paseo junto al río.

Una cena es el remate ideal para una tarde así. Pero a veces las cosas no pueden ser como uno quiere. El despertador suena demasiado temprano esta semana y hay que volver a casa.

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