Al principio se hablaba de
crisis económica. Después surgieron algunos que explicaban que era una crisis
financiera. Pero ahora todos esos adjetivos se han quedado cortos. LA gente no
solo pierde dinero; pierde derechos, pierde libertades. Cada día, el político
de turno se levanta tijera en mano y nos sorprende con algo nuevo. Pero nunca
imaginé que se llegara al punto en que un gobierno decidiera cerrar su
televisión pública. Y ya ha pasado en un país. Lo malo es que los griegos parecen
ser los primeros en experimentar todas las consecuencias de este desastre
mundial, pero no los únicos.
Los avances tecnológicos, pero
también los retrocesos sociales, han propiciado en los últimos años el
nacimiento del mal llamado “periodismo ciudadano”. Mal llamado porque todo lo
que tiene de “ciudadano” lo necesita de “periodismo”. Porque informar, igual
que construir una casa o curar a un enfermo, es un proceso complejo, con muchas
variables y para el que los profesionales necesitan una preparación.
Esa es precisamente la razón
de ser de los medios públicos. El Estado debe garantizar el derecho a la
información de sus ciudadanos. Y no se trata del simple hecho de contar qué
pasa, sino de hacerlo de una forma adecuada, rigurosa, profesional. No puedo
evitar pensar que, además de la situación económica, lo sucedido en Grecia es un
reflejo de la poca importancia que se le da a la profesión periodística, que
nos ha convertido en profesionales prescindibles, recortables.
El otro día escuché una
reflexión que venía a decir que la comunicación es importante para extender la democracia,
pero también para consolidar una dictadura. Un país sin medios públicos se
queda ciego, sordo, incapaz de controlar qué están haciendo sus instituciones.
Su percepción queda condicionada por lo que le cuenten medios privados,
propiedad de empresas con sus propios intereses, que inevitablemente influyen
en la forma de tratar la información y de seleccionarla.
Lo sucedido al otro lado del Mediterráneo
debe servir de advertencia. Los medios públicos no son siempre un ejemplo de
buenas prácticas, pero no por ello hay que perder de vista su importancia. Cuando
se tiene algo, puede defenderse, arreglarse... Si se pierde, ya solo queda
reclamarlo y empezar a construirlo desde cero.