martes, 23 de febrero de 2010

Historias de peluquería

La mía es una de esas peluquerías de toda la vida, a pesar de que la llevan dos chavales jóvenes y la han abierto hace pocos años. Son de los que han aprendido el oficio de familia y la influencia del pasado se deja ver desde que se abre la puerta del establecimiento.

Un sofá de skay negro de tres plazas da la bienvenida al cliente mientras las diestras manos de José y Tomás van despachando al resto de la concurrencia. Una mesita de cristales tintados, sujetos por finas barras doradas, ofrece lectura variada: desde el ABC hasta alguna revista con sugerentes páginas centrales. A poco más de un metro, dos viejos sillones hidráulicos hacen de mesa de trabajo de los dos maestros peluqueros. Tomás a la izquierda, José a la derecha.

José trabaja en silencio. Tomás es un tertuliano por descubrir para cualquier programa de actualidad. Su escuela fue la peluquería de su tío. Allí aprendió cuándo hablar y cuándo callar. Si el cliente se sube al sillón y da los buenos días como el que perdona la vida a los presentes, el sonido de las tijeras y el secador son suficientes para pasar el rato. Pero si le dan pie, saca la lengua a pasear y no deja a nadie indiferente.

“Ya he escuchado tantas opiniones sobre el tema que no tengo opinión” comentaba hace pocos días a un cliente en torno a las obras de peatonalización en la calle San Jacinto. Parece extraño y triste que alguien sea incapaz de pronunciarse sobre algo que sucede a escasos 20 metros de su negocio. Pero esta afirmación expresa simplemente la saturación de un ciudadano de a pié que, una tras otra, escucha las posturas de comerciantes, vecinos, concejales, opositores y transeúntes en general. La misma historia que se repite cada día en el telediario: muchas opiniones, pocas soluciones y Tomás sin saber que pensar.

Otras veces sus razonamientos son tan sencillos que hasta puede que sean ciertos. Poco después de hablar de las obras, explicaba a los presentes como, además de los destrozos que han causado, las lluvias no hacían más que agravar la crisis. “Si llueve, la gente no sale. Y si la gente no sale ya no necesita comprarse otro chaleco, otras botas…” Quién sabe cuánta razón habrá en sus palabras. ¿Habrá que preguntar a los meteorólogos cuándo empezará a ir mejor la economía nacional?

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