domingo, 26 de agosto de 2012

Cultura mediática


Dos ejemplos del variopinto patrimonio histórico-artístico español han experimentado en los últimos meses un extraño repunte en su índice de popularidad.  Uno tiene varios cientos de años y es uno de esos tesoros catalogados como tal por algún experto, a pesar de lo cual llevaba años cogiendo polvo en alguna estancia eclesiástica. El otro es del siglo pasado y no tiene mucho más valor que el cariño que le puedan tener los vecinos de su pueblo.

Como no soy ni de lejos un experto en arte, no me atrevo a hacer más valoraciones sobre si ambas obras merecen tanto bombo mediático. Pero no creo que nadie pueda discutirme que ninguna de las dos había estado nunca en boca de tanta gente. Y no precisamente por su calidad artística, sino por la aparición en todas las televisiones de dos historias protagonizadas por un par de personajes, propios ambos de la España más castiza: un electricista que roba y vende obras de arte y una viejecita que, con toda su buena fe, se aventura a restaurar en solitario un cuadro de la iglesia del pueblo.

Esta mañana, un informativo recogía los testimonios de tres o cuatro asistentes a la exposición pública del códice calixtino. Sólo uno parecía haber leído algo sobre él anteriormente. Los demás confesaban que simplemente les llamaba la atención verlo después de tanto revuelo en los medios. Mientras, en el pueblo zaragozano escenario de la curiosa restauración también están alucinados, a la vez que alegres, porque nunca habían visto a tanto turista.

Por una parte, las dos noticias han servido para dar a conocer al gran público estas dos obras: por fin, la televisión como gran aliado de la cultura. Por otra, me parece patético planificar un viaje o acercarse a una exposición para ver un objeto exclusivamente porque ha salido en la tele. Los defensores de la necesidad de reformar la educación –válida para niños y mayores– y dar cabida a los nuevos soportes tecnológicos y audiovisuales preferirán el primer argumento. Yo sigo presumiendo de buscar siempre el lado positivo a las cosas. Pero, como aquí no lo veo tan claro, voy a asegurar mi quiniela con una múltiple y pongo un X-2 en este partido del optimismo contra la estupidez.

jueves, 23 de agosto de 2012

Veraneando


No recuerdo si alguna vez había tenido tantas ganas de que acabase el verano. Se me está haciendo demasiado monótono. Y no es que lo esté pasando mal, pero la monotonía puede cansar incluso aunque las cosas vayan medianamente bien: cuando da igual martes que sábado, cuando cada telediario vuelve a contar lo mismo que el anterior, cuando estás tan harto de tapas y de cubatas que ya da igual uno más o uno menos, cuando despiertas pensando que puedes adivinar lo que va a pasar cada día sin miedo a equivocarte.

Por una parte, me tranquiliza comprobar que hay gente que piensa lo mismo que yo. Por otra, asumo que yo debo ser el primer culpable de esta situación, aunque no eximo de responsabilidad a mi entorno social, los medios de comunicación, la coyuntura económica o los fabricantes de bebidas alcohólicas, entre otros. Sin embargo, lejos de pretender ni esperar una reacción de ninguno de estos agentes, mi mayor esperanza es que cambie el tiempo.

Pero no se trata sólo de sacar los jerséis, abrir el paraguas y pasear bajo la lluvia. Es más bien una esperanza de que, a la par que llegan a los kioscos todo tipo de coleccionables y cursos por fascículos, septiembre traiga novedades, cambios. Que estoy harto de noticias de incendios y de olas de calor, de que la tele me aconseje no salir a la calle a las cuatro de la tarde. Que tengo ganas de que la actualidad vuelva a dar temas interesantes de los que escribir, ganas de un mediodía de cervecitas en El Salvador.