No recuerdo si alguna vez
había tenido tantas ganas de que acabase el verano. Se me está haciendo
demasiado monótono. Y no es que lo esté pasando mal, pero la monotonía puede
cansar incluso aunque las cosas vayan medianamente bien: cuando da igual martes
que sábado, cuando cada telediario vuelve a contar lo mismo que el anterior,
cuando estás tan harto de tapas y de cubatas que ya da igual uno más o uno
menos, cuando despiertas pensando que puedes adivinar lo que va a pasar cada
día sin miedo a equivocarte.
Por una parte, me tranquiliza
comprobar que hay gente que piensa lo mismo que yo. Por otra, asumo que yo debo
ser el primer culpable de esta situación, aunque no eximo de responsabilidad a
mi entorno social, los medios de comunicación, la coyuntura económica o los
fabricantes de bebidas alcohólicas, entre otros. Sin embargo, lejos de
pretender ni esperar una reacción de ninguno de estos agentes, mi mayor
esperanza es que cambie el tiempo.
Pero no se trata sólo de sacar
los jerséis, abrir el paraguas y pasear bajo la lluvia. Es más bien una
esperanza de que, a la par que llegan a los kioscos todo tipo de coleccionables
y cursos por fascículos, septiembre traiga novedades, cambios. Que estoy harto
de noticias de incendios y de olas de calor, de que la tele me aconseje no
salir a la calle a las cuatro de la tarde. Que tengo ganas de que la actualidad
vuelva a dar temas interesantes de los que escribir, ganas de un mediodía de
cervecitas en El Salvador.
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