Esta ha sido mi quinta visita a Londres, sin contar varias escalas en
alguno de sus aeropuertos. Sin embargo, la capital británica todavía tenía una
cara nueva que enseñarme. Lejos de mi hotel de costumbre en los alrededores del
Museo Británico o del apartamento de la última vez en Kensington, hay otra
ciudad que hasta ahora era desconocida para mí.
Salir de la zona 1 no significa necesariamente adentrarse en barrios de mala
muerte. Hay de todo: vecindarios de gente acomodada, zonas de clases
trabajadoras, áreas pintorescas… Mis distintos huéspedes me han dado algunas
claves para medir la clase social de cada uno de estos lugares. Una regla no
escrita sostiene que la cantidad de negocios de pollo frito es inversamente
proporcional a la riqueza de los vecinos de la zona. Supongo que la misma norma
se puede aplicar con otros negocios, como las casas de apuestas, que abundan en
las calles de determinados suburbios londinenses.
Entre estos establecimientos hay algunos peculiares: peluquerías de barrio,
que se resisten a la presión de las grandes cadenas del sector; tiendas de
vinilos, pero no de esas que se han unido a la moda de comprar los viejos LP’s,
sino de las que no han renovado su stock desde hace décadas y viven ahora una
segunda edad dorada a costa de algunos modernos que van de retro; tiendas de
beneficencia donde se venden artículos usados para recaudar dinero para distintas
causas sociales… Aunque no he llegado a entrar en el negocio en cuestión, mi
favorito es uno cuyo cartel reza “Noticias y vino”. Supongo que a cualquier
periodista le encantaría.
Por el contrario, los barrios más adinerados se caracterizan por la
ausencia de tiendas u otros establecimientos públicos. A excepción de una calle
más comercial, las demás son hileras de viviendas unifamiliares o edificios de
no más de cinco plantas. Estas zonas son mucho más tranquilas, tanto que ni
siquiera hay demasiadas líneas de transporte público. Según las conjeturas de
otra de mis anfitrionas, debe de ser porque allí la gente tiene dinero
suficiente para tener su propio vehículo.
En cualquier caso, tanto unos barrios como otros ofrecen estampas que me
recuerdan más a la imagen que tengo no de Londres, sino del resto de
Inglaterra. Me viene a la memoria mi paseo hace varios años por Penny Lane, en
Liverpool. También me acuerdo de tantas películas de ingleses de clase
trabajadora intentando sacar adelante sus vidas. De hecho, eso es precisamente
lo que hace la gente que me ha llevado hasta allí.
En realidad, se me ocurre que allí es donde pasan las cosas de verdad. Mientras que el centro es una burbuja para los turistas y minorías como los lores, los hombres de negocio y demás gentes adineradas, media hora de metro más allá es donde suceden las cosas auténticas: donde vive la gente normal, donde están los colegios, los hospitales o la mayoría de puestos de trabajo de la ciudad, donde nacieron tantos grupos musicales que he admirado toda mi vida… Porque si uno nace en Mayfair seguramente no tiene la inquietud de hacer rock.