miércoles, 4 de abril de 2018

Tintin en Nápoles (III) - Un taxi al aeropuerto (vivir para contarlo)

Los aficionados a las montañas rusas son unos amantes del peligro de lo más pijos. Si de verdad queréis emociones fuertes, conozco pocas equiparables a viajar en el asiento del copiloto de un taxi napolitano. Las guías y las webs de viajes te avisan de que tengas cuidado con las compañías ilegales, las tarifas fraudulentas y demás estafas, pero raras veces se acuerdan de advertir sobre esto.


El viaje empieza bien. Mi cinturón se ha quedado enganchado con algo, así que no consigo ponérmelo. El conductor, que no lleva puesto el suyo, para inmediatamente el coche para desatascarlo y atarme bien a mi asiento. Me recuerda al operario de un parque de atracciones que se asegura de que los pasajeros de la montaña rusa van bien sujetos.

El viaje de ida lo hicimos a medianoche, así que apenas tuvimos algún sustillo con una moto en un cruce. Pero el de vuelta es un auténtico espectáculo: cambios de carriles regateando coches, incorporaciones a las rotondas que rozan el suicidio (o el homicidio de otros conductores), cambios de velocidad vertiginosos… Y no es que haya fija, porque el viaje al aeropuerto tiene una tarifa fija oficial. Es pura diversión.

En uno de los frenazos, supongo que por aliviar tensión, le hago un pequeño comentario al conductor sobre el tráfico. Me responde que los domingos, a esa hora, todos los napolitanos se reúnen con sus parientes para almorzar todos juntos el ragú. Y eso desemboca en su historia familiar con el ragú. Su madre es una exagerada cuando se trata de cocinar el almuerzo del domingo. Es fácil imaginarse la figura de la mamma cuyo mayor orgullo es dejar a la prole satisfecha. Pero su suegra, “Dios la tenga en su gloria”, era aún peor. Y entonces pasa a contarme lo mal que lo pasó el primer día que fue a comer a casa de la que luego sería su mujer.

Así que, por el precio de un viaje en taxi, he recibido también un impagable retrato antropológico de la sociedad napolitana y de sus hábitos alimenticios. Una experiencia únicamente comparable a la de viajar en taxi por El Cairo: allí el peligro era mayor, porque los conductores cairotas son aún más imprudentes que los italianos, pero era más difícil entenderse con ellos. Lo importante de esta nueva experiencia es que he llegado sano y salvo a la puerta de la terminal y que os la puedo contar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario