Los aficionados a las montañas rusas son unos amantes del peligro de lo más
pijos. Si de verdad queréis emociones fuertes, conozco pocas equiparables a
viajar en el asiento del copiloto de un taxi napolitano. Las guías y las webs
de viajes te avisan de que tengas cuidado con las compañías ilegales, las
tarifas fraudulentas y demás estafas, pero raras veces se acuerdan de advertir
sobre esto.
El viaje empieza bien. Mi cinturón se ha quedado enganchado con algo, así
que no consigo ponérmelo. El conductor, que no lleva puesto el suyo, para
inmediatamente el coche para desatascarlo y atarme bien a mi asiento. Me recuerda
al operario de un parque de atracciones que se asegura de que los pasajeros de
la montaña rusa van bien sujetos.
El viaje de ida lo hicimos a medianoche, así que apenas tuvimos algún
sustillo con una moto en un cruce. Pero el de vuelta es un auténtico espectáculo:
cambios de carriles regateando coches, incorporaciones a las rotondas que rozan
el suicidio (o el homicidio de otros conductores), cambios de velocidad vertiginosos…
Y no es que haya fija, porque el viaje al aeropuerto tiene una tarifa fija
oficial. Es pura diversión.
En uno de los frenazos, supongo que por aliviar tensión, le hago un pequeño
comentario al conductor sobre el tráfico. Me responde que los domingos, a esa
hora, todos los napolitanos se reúnen con sus parientes para almorzar todos
juntos el ragú. Y eso desemboca en su historia familiar con el ragú. Su madre
es una exagerada cuando se trata de cocinar el almuerzo del domingo. Es fácil
imaginarse la figura de la mamma cuyo mayor orgullo es dejar a la prole
satisfecha. Pero su suegra, “Dios la tenga en su gloria”, era aún peor. Y
entonces pasa a contarme lo mal que lo pasó el primer día que fue a comer a
casa de la que luego sería su mujer.
Así que, por el precio de un viaje en taxi, he recibido también un impagable retrato antropológico de la sociedad napolitana y de sus hábitos alimenticios. Una experiencia únicamente comparable a la de viajar en taxi por El Cairo: allí el peligro era mayor, porque los conductores cairotas son aún más imprudentes que los italianos, pero era más difícil entenderse con ellos. Lo importante de esta nueva experiencia es que he llegado sano y salvo a la puerta de la terminal y que os la puedo contar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario